La teoría de 3+1

45. DONNAN: PARTE I

5 de noviembre

1:44 pm

 

DONNAN: PARTE I

—Feliz cumpleaños, cariño —Mi madre canturrea en mi odio en cuanto termino de soplar el ligero fuego de las seis velas altas en el centro del pastel. Paso mi dedo índice por el glaseado de vainilla que recubre el tradicional biscocho de red velvet, hecho por nuestro chef de cabecilla especialmente por mi cumpleaños.

Cumplir veintidós… No se siente como esperaba.

—¡Feliz cumpleaños, Orangután!

Gracias, Elfo —La rodeo con mis brazos. Es tan solo un par de centímetro más baja que yo, tal parece que nuestra familia tiene buenos genes—: ¿Y mi regalo? —Alzo una ceja.

No tan rápido, Orangután —Me señala con el dedo índice. Se da la vuelva y corre hacia alguna parte de la sala, regresa con una bolsa en sus manos. Me rio al ver el dibujo de Star Wars grabado en esta; ella sabe que me encanta. Me la entrega y yo me tomo mi tiempo abriéndola solo para molestarla.

Pero cuando veo el interior, no alcanzo a evitar la rapidez de mis movimientos. Acto seguido, formo una O con mi boca y siento mis ojos brillar.

—¿Dónde los conseguiste? —Paso mis dedos por la tapa dura color caoba del libro. La sensación del lienzo y el aroma a libro nuevo debería venir empacado en una fragancia. El título en un dorado metálico brilla con el contraste de la luz y de pronto me siento como un niño con juguete nuevo.

Es una edición muy antigüa de Historia de dos ciudades de la cual solo imprimieron algunos ejemplares. Encontrar uno, es casi como tocar una estrella.

Y ella lo hizo.  

En definitiva, tengo a la mejor hermana del mundo.

—Ya sabes…. Tengo influencias en todos lados —Sonríe, juntando las manos frente a ella mientras hace un pequeño baile que me causa gracia.

Deposito el libro sobre la mesa y la envuelvo entre mis brazos, justo como cuando éramos niños.

—¿Qué harías sin mí, Orangután?

El abrazo apretado de mi madre me trae devuelta a la realidad. El recuerdo se desvanece poco a poco, pero no lo suficientemente rápido como para que no llegue a excavar hasta lo más profundo de mis entrañas, desgarrándolas una vez más.

Ese fue el último cumpleaños en que estuve con ella, antes de que todo mi mundo se derrumbara. El siguiente año, lo pasé encerrado dentro de un centro de rehabilitación, todo porque no lograba dejar de sentirme culpable, porque ella murió por mi culpa.

Jamás debí dejarle las llaves de mi motocicleta, o en todo caso, debí haber ido con ella porque apenas comenzaba a aprender a manejarla.

Mi vida se apagó luego de su muerte, esa pequeña luz que hacia resplandecer mis mañanas se extinguió de la manera más devastadora posible. Las cosas que me parecían importantes antes dejaron de serlo; como si, salir de fiesta cada día, beber tu peso en alcohol y enrollarte con una chica diferente cada semana valiera la pena.

La muerte de mi hermana me destrozó, hizo que mi vida diera un giro de ciento ochenta grados. Me convirtió en un monstruo que gracias al cielo logré controlar, pero eso no quiere decir que, de vez en cuando, no regrese la superficie.

Y eligió el peor día para eso.

Le devuelvo a abrazo a mi madre con la misma firmeza; de no haber sido por esta mujer, luego de lo que pasó, no sé si estaría aquí soplando las velas del pastel de mi vigésimo segundo cumpleaños.

—Mi niño ya es todo un hombre —Presiona sus manos contra mi rostro y noto que tiene los ojos llorosos. Yo perdí a mi mejor amiga, y ellos perdieron a una increíble hija; no fue fácil, la negrura de los meses que le siguieron se cernió sobre nosotros, se adhirió a nuestra piel; sin embargo, nuestra familia nunca se vio dividida—. Espero que me des nietos en un par de años.

—Mamá —Sacudo la cabeza, pero estoy riendo—. Deja de estar de casamentera, ya lo hablamos.

Ella suspira y alisa con sus dedos el cuello de mi camisa negra. Sus uñas pintadas de rojo contrastan con las luces de las velas en la mesa.

—Donnan, solo te estoy aconsejando… —Se ve interrumpida por mi padre, quien me da un corto abrazo palmeando mi espalda.

—Feliz cumpleaños hijo —Se acerca a mi madre y la rodea por la cintura con un brazo—. Estamos muy orgullosos de ti.

Les dedico una sonrisa de lado y asiento.

Un cuarto de hora después, me despido de mis familiares. No invitamos a mucha gente, solo a mis abuelos, tíos y a los amigos más cercanos de mis padres. Está bien para una reunión formal, pero ahora debo irme.

Subo a mi auto deportivo y salgo pitando de ahí. Conduzco por las calles de Los Ángeles con el corazón en la garganta. Mi teléfono suena un par de veces, pero opto por ignorarlo de momento, en su lugar, paso mi mano libre por la ligera barba de un día y medio que comienza a picarme mientras que, con la otra, le doy vueltas al volante para doblar hacia la izquierda y subir por la colina que me llevará directo al lugar donde los humanos somos más vulnerables que nunca.   




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