La teoría de 3+1

48. AVRIL: PARTE I

5 de noviembre

 

AVRIL: PARTE I

Cobarde

No soy cobarde.

¿Ah sí? Entonces ¿Por qué sigues encerrada en tu habitación?

Porque aún no estoy lista.

Sí, claro. Y yo nací ayer.

Agito la cabeza, resoplando.

Mi teléfono vuelve a sonar, lo miro de reojo para confirmar que, con este, son dos los mensajes que tengo sin leer de Donnan, seguramente, preguntándome si iré a su cumpleaños.

La verdad es, que no tengo idea de que hacer.

Sé que Vic está allá, sé que Donna también fue; ambas listas para conquistar y listas para la guerra que va a desatarse cuando ambas se den cuenta de lo que sucede.

Cobarde.

Mi subconsciente no ha dejado de repetir esas palabras una y otra vez en bucle, y sí, tiene razón.

Soy una cobarde.

Soy cobarde por no poder confesarle a mi mejor amiga que el chico que le gusta va incluido en nuestro paquete de tres; lo soy, por no haber enfrentado a Victorya luego de nuestra discusión. Soy cobarde por no querer alejarme de Donnan y reprimir el sentimiento que destella dentro de mí cuando estamos juntos.

Summer maúlla a mi espalda, reclamando atención. Me levanto, y la tomo entre mis brazos para arrullarla cual bebé; de pronto, mi teléfono vuelve a sonar, esta vez con una llamada.

—Joder, Donnan —La frase se me escapa de manera inconsciente. Dejo a Summer de regreso en la alfombra y alargo la mano hacia el teléfono sobre mi cama. Sé que se trata de él sin siquiera ver el nombre.

Una sensación fría me recorre la espalda.

—Avril… —El tono ronco que utiliza me pone los pelos de punta—. ¿En serio no vas a venir? ¿Por qué?

Cierro los ojos. Apoyo la mano sobre la colcha de la cama y los abro antes de sentarme.

—Espanta pájaros…

—Vo-y de camino —miento mordiéndome la lengua. Lo siento, pero es Donnan; no hay forma de que sepa comportarme con cordura cuando habla de esa forma, no cuando es tan malditamente encantador como para que con solo escucharlo se te olvide todo lo demás.

—Estás haciéndome sufrir —Escucho la risa que sale de sus labios—: No sabía que eras tan vengativa.

Ojalá fuera eso.

—Talentos ocultos —Logro pronunciar sin que se me corte la voz—: Te veo en un rato.

Cuelgo la llamada sin darle tiempo a responder. Suelto el aire.

¿Lista para la batalla?

Un pie delante del otro, pero separados, no juntos idiota. Inhala por la nariz, exhala por la boca. Parpadea para que no te lagrimeen los ojos. Relaja los hombros, alza la barbilla y ¡Mira por donde caminas!

La punta de mi zapatilla choca contra una maceta que apareció de la nada frente a mí, obstruyendo mi paso.

Como si eso fuera posible ¿Sabes qué? Ya no tienes remedio.

Me sostengo de un arbusto, equilibrándome con un pie y sonrió con disimulo hacia el grupo de gente que viene caminando hacia mí. Pasan por mi lado sin apenas prestarme atención, solo entonces, me agacho para revisar mi tobillo. Tengo un pequeño raspón en un lateral del cual comienzan a salir unas gotitas de sangre, suelto un insulto por lo bajo y me dirijo al interior de la casa.

Una vez en la cocina, agarro una servilleta del montón de cosas sobre la barra para limpiar la sangre que chorrea por mi piel. Presiono esta sobre la herida y al levantar la mirada veo una cabellera rubia cruzar por uno de los pasillos.

Victorya.

Me quedo paralizada sobre esa posición incómoda, parada en un solo pie, con la sangre traspasando la servilleta.

Donna y Victorya están aquí, no hay manera de que ninguna de las dos no se dé cuenta de lo que sucede; más, cuando Victorya parece tan decidida a conquistar a Donnan.

Un ligero toque sobre mi hombro me sobresalta, haciéndome tirar la servilleta al suelo. Me volteo con el corazón bombeando fuerte solo para encontrarme con Donnan, riendo de lado.

Suspiro de alivio, por un pequeño instante creí que se trataba de Donna.

Cobarde.

Le doy un puñetazo a mi subconsciente y sonrió sin separar los labios.

—Hasta que por fin dejas ver tu cara, espanta pájaros… —canturrea con ese típico tono burlón desquiciante por ser tan atrayente. Sus ojos bajan hacia mi tobillo sangrante, sus pupilas se oscurecen—: ¿Qué te pasó? —Da un paso al frente, inclinándose un poco.

—Yo… Me caí —Señalo con mi pulgar hacia la parte delantera de la casa—. Hace cinco minutos.

—Claro, me había olvidado de lo torpe que eres.

—No soy torpe —Me defiendo.

—Disculpa, creo que no te escuché ¿Podrías hablar un poco más alto? —Coloca la mano de manera que sus dedos rodeen el cartílago de su oreja a modo de amplificador.




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