La teoría de los peces

CAPÍTULO 1

Apenas cumplió los dieciocho años y ya se sentía agotada, cansada y un dolor de cabeza estaba matándola, pero probablemente era la borrachera que traía encima. Quería celebrar su mayoría de edad y no encontró mejor manera que esa, aunque eso le sirvió para darse cuenta de que no traía nada en sus bolsillos, a excepción de la tarjeta del metro.

Tremendo acierto se había clavado en la peor noche de su vida.

 

Bajó por las escaleras de la estación norte, y un suspiro de alivio escapó de sus labios, era el último pasaje que le quedaba y al menos, podría volver a casa. Al menos con esa idea subió.

 

Sus ojos miel estaban encerrados en una mirada perdida, como si estuviera a punto de llorar, realmente no quería ir a casa. Giró levemente y observó la otra plataforma, de alguna manera si el destino quería que llegara a casa, así sería.

 

Cruzó a la otra plataforma y se subió apenas el tren se estacionó, al último vagón y se sentó en junto a la ventana y entrecerró sus ojos. Ni siquiera valía la pena ver su reflejo en el vidrio y tras este solo la oscuridad del túnel. Al final lo hizo y pudo notar como el delineador barato que había usado le había hecho unas grandes ojeras de panda.

 

—Menuda pasada…—susurró para sí misma antes de intentarla limpiarse la cara.

 

Resignada dirigió su mirada al frente, para comprobar que estuviera sola pero no fue así.

 

Podía ver la sonrisa burlona de aquel sujeto y no era ilusión suya. La expresión de April le causaba gracia. Este se levantó de su asiento y se acercó a ella, haciéndola estremecer imaginándose lo peor pero solo recibió un golpe en su frente

—¿Que te pasa? —preguntó ella a regañadientes— Si te atreves a tocarme voy a gritar…

 

—Y nadie te va a escuchar. Sin embargo, tenía ganas de secuestrarte y torturarte… ¿se te antoja?

 

La expresión desencajada a April debía ser un poema para él antes de que decidiera sentarse a su lado y ponerse a revisar el móvil.

 

—E-entonces puedes hacer lo que te plazca, me da completamente igual… Es más, estaba camino a un puente para suicidarme, así que no se que tan divertido sea para un psicópata tener una victima que no se resista.

 

—Es tremendamente aburrido, sin embargo, podemos hacer el intento.

 

«Realmente está loco», pensó April, solo debía bajarse en la próxima estación y esperar otro tren o podría irse algunos vagones más adelante.

En su mente estaba todo planificado, al menos lo mejor que se podía con la borrachera que traía encima.

En ese momento agradeció no ser un omega, si era uno de ellos, ese enfermo ya la hubiera asesinado sin contemplación alguna, un suspiro de alivio escapó de sus labios.

 

—Llegamos—dijo aquel sujeto, sacándola de sus pensamientos tan profundos—Aunque tengo algo de hambre, imagino que tú también.

 

La tomó de la muñeca con fuerza y la obligó a levantarse, arrastrándola con él a la puerta del tren. Ella, cayó en cuenta del lio en que se había metido e intentó forcejear. Sus ojos se llenaron de lágrimas, tropezando en la plataforma y siendo obligada a reincorporarse.

 

—Bas…ta, por favor… No le diré a nadie…Déjame ir…

 

Una media sonrisa se dibujó en el rostro de aquel hombre ante esa suplica, pero no dijo palabra alguna, es más, parecía más convencido de llevársela y ella, ya se imaginaba siendo parte del registro de fallecidos y desaparecidos.

Por su cabeza pasó una cinta cinematográfica de su vida, de lo horrible que había sido antes de abordar ese tren, sin embargo, las pocas cosas lindas que había vivido golpeaban con mas fuerza y había empezado a llorar, suplicando por su vida, rogando por vivir un poco más, aunque fuese un poco más, se dio cuenta que realmente tenia muchas cosas que hacer.

 

Todo su discurso fue interrumpido por una calidez en su mejilla, la mano de aquel hombre estaba limpiando sus lagrimas y solo palmeo su cabeza, intentando… ¿consolarla?

Una voz paso por la cabeza de ese chico… Siempre recoges animales desamparados

 

—Un conejo—dijo ese chico, respondiendo en voz baja a su propio pensamiento y soltó una tenue risa.

 

—¿Me estás…diciendo conejo? —ella preguntó confundida, percatándose que ya estaba dentro de un ascensor.

 

—Eres como un conejo desamparado, puedes quedarte en mi casa si realmente no tienes donde quedarte y si todo es tan caótico en tu vida, tengo una habitación libre para que te quedes todo el tiempo que quieras.

 

Las puertas del ascensor se abrieron y ella salió tras el chico, era como un rayo de esperanza y tomó un mechón de su propio cabello, jugando un poco con este. Lo de conejo tal vez era por su cabello decolorado, una travesura de rebeldía en un intento de tener la atención de su madre, un intento fallido de tantos.



#36414 en Novela romántica
#9433 en Joven Adulto

En el texto hay: omegaverse, yaoi, hetero

Editado: 18.09.2019

Añadir a la biblioteca


Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.