En primer lugar, quisiera dar las gracias a todos los artesanos de la tienda: al departamento de diseño y maquetación, al de corrección, a dirección, producción, edición, publicidad y al departamento de prensa y logística de la Editorial LxL, quienes con su dedicación han hecho posible que esta tiendita abra sus puertas y sus páginas entren en muchos hogares. Especialmente a Noelia, un Gulliver intrépido que se sumergió con fascinación en otros mundos y descubrió Silbriar, un lugar que la adoptó como hija predilecta por su pasión y entrega.
Gracias a Luca, mi compañero de batallas, juntos sorteamos a los jinetes, tú con el libro y yo con la espada. A mi pequeño mago Samuel, su mera existencia es el mayor regalo que pueda tener. A los reyes de mi universo: mis padres, Tomás y Siona, quienes, con fe, siempre apoyaron mi aventura.
Gracias al principito, mi hermano Nico, su alma bondadosa no conoce fronteras. A la Bella Durmiente, mi hermana Anabel, quien un día despertó para recorrer con valentía un sendero tortuoso.
Gracias por su amistad incondicional a Caperucita, Elsa, que aun esquivando sigilosa a muchos lobos, siempre mantuvo la luz en el candil; a la Sirenita, Carolina, que con esfuerzo nadó muy lejos en busca de un sueño sin olvidar sus raíces, y a Cenicienta, María, que con osadía arrojó los zapatos y recorrió descalza el bosque perdido.
A los pequeños Eric, Ariadne, Hugo y Daniela, porque en ellos perviven los cuentos y serán sus grandes guardianes en el futuro. A Argeo y Pasión que, como los humildes gnomos, me ofrecieron cobijo en su refugio siempre que lo deseé. Y a Ruyman, que entró en escena como el leal leñador protegiendo siempre a los suyos.
A mis maestras, Cira y Esther, por enseñarme la importancia de la luz mágica en las tinieblas.
No puedo olvidarme de la comunidad de enanos aguerridos: Giancarlo, Edi, Arianna, Enrico, Valentina, Justyna y Valery, quienes me protegieron y mimaron cuando aterricé en un país lejano y desconocido para mí.
En mi corazón porto a la Escuela de Magia, la Escuela de Actores de Canarias, y a aquellos aprendices de magos que fielmente me acompañaron en esos años de incierta pero maravillosa travesía. Entré con una capa rota y salí con una varita repleta de hechizos.
También agradezco a la comunidad de elfos su confianza, porque diariamente me hacen el trabajo más fácil e intentan con su semblante sosegado instaurar la armonía en la selva del aeropuerto. Junto a ellos, mis amigas las hadas me susurran palabras de aliento y llenas de buenos consejos.
Y, por último, gracias a todas las manzanas envenenadas con las que he tropezado en el camino, porque a pesar de la caída inicial, me insuflaron el coraje para proseguir y no desistir. Gracias a ellas me he convertido en la persona que soy hoy.
Y colorín colorado…