La tienda de los cuentos de hadas

3 - Escondite

 

 

 

 

 

 

 

Cuando Valeria entró en la cocina para preparar algo de desayunar, sonrió al ver a su padre untando la mermelada en las tostadas. Lo había oído llegar por la noche. Había deslizado levemente la puerta para comprobar que sus hijas dormían. Ella había fingido dormir, no había podido conciliar el sueño, y hasta que él por fin cerró la puerta del dormitorio, no pudo entornar los párpados.

Su padre le dio los buenos días y la invitó a sentarse. Se disculpó por no haber llegado ayer a la hora de la cena. Era abogado a tiempo completo. Si el bufete lo requería, debía presentarse al instante. Sin excusas. La joven observó las crecientes canas que despuntaban por detrás de sus orejas. Su cabello espeso y moreno pronto quedaría cubierto de gris. En dos años había envejecido mucho. Sus ojeras delataban su cansancio, y las pequeñas arrugas que surgían de las comisuras de sus labios cada vez que sonreía le hablaban de las tensiones que soportaba.

Érika irrumpió en la cocina como un torbellino y se lanzó a los brazos de su padre. Parecía que había dormido con la capa roja. Lidia entró tras ella con su típico malhumor matutino.

—¿Es que no escarmientas? Ayer se rieron de ti por llevar esa cosa roja a clase, enana.

Érika llevaba un suéter de lana verde bajo la capa. Valeria le había hecho dos trenzas que había rematado con dos lazos rojos.

—Lidia, si quiere llevarla, que la lleve —le dijo su padre.

—Pero que después no venga llorando.

—La llevo porque soy una persona valiente. —La niña guiñó un ojo a Valeria.

Como todas las mañanas, Lidia se presentó en la cafetería para reunirse con su hermana. Soltó un bufido estrepitoso y se dejó caer en la silla situada frente a Valeria. Estaba exhausta. Sacó su bocadillo de salami y queso de su bolso y empezó a desenvolverlo. Su hermana apenas le había dedicado una sonrisa, escribía fórmulas sin sentido en un folio arrugado.

—¿No crees que deberías dejar eso para más tarde y preocuparte por integrarte un poco más con el resto de los alumnos?

—¿No te has comprado el refresco?

—He dejado a Ruth haciendo cola en la barra mientras yo buscaba sitio.

Lidia observó a Ruth que charlaba animadamente con un chico mientras pagaba los refrescos. Su amiga siempre cuidaba al detalle su look. Todo lo contrario a ella, que había ido a clase con unos vaqueros, un top rojo y unas zapatillas negras. En cambio, Ruth llevaba una falda estampada y una blusa amarilla a juego y se había cepillado con cuidado su melena morena, que había sujetado con una diadema también amarilla. Se preguntaba quién era ese chico con el que hablaba y, sobre todo, por qué lo estaba invitando a la mesa donde estaban ellas. No era muy alto y su complexión no era precisamente la de un atleta. Sus manos, en cambio, eran grandes, como sus extraños ojos almendrados.

—Hola, Valeria, ¿pudiste poner todos tus apuntes en orden?

—¡Oh, Nico! Sí, sí —le respondió sonriendo.

Los ojos de Lidia se salían de sus órbitas. ¿De qué conocería su hermana a ese palurdo? Le dio una pequeña patada bajo la mesa y, cuando obtuvo la atención de Valeria, arqueó las cejas esperando una explicación. Su hermana solo se encogió de hombros.

—He invitado a Nico a mi fiesta del sábado —soltó Ruth.

A Lidia le dio un vuelco el corazón. ¿Qué demonios estaba pasando allí? Ese chico estaba en un curso inferior al de ellas. Su amiga se limitó a guiñarle un ojo.

—Gracias, claro que iré —dijo orgulloso mientras mojaba un bollo en su café con leche.

Mientras su amiga le explicaba al chico cómo llegar a su casa, ella buscaba respuestas en su hermana que se esforzaba por aprenderse la tabla periódica.

—Cuando te sugerí que te relacionaras más, no incluía a memos más pequeños que tú —le dijo entre dientes para que solo ella pudiera oírla. Valeria le contestó con una mueca de burla y volvió a sumergir su cabeza en su pila de apuntes.

Más tarde, mientras estaba sentada de nuevo en su pupitre viejo y pintarrajeado por docenas de alumnos que habían estado allí antes que ella, Valeria deseó que llegara el fin de semana. Tenía tantas tareas que planificar. La voz grave y monótona del profesor León la estaba atontando. Las mañanas se le hacían largas y las tardes demasiado cortas. Volvió a mirar el reloj, quedaban dos minutos para que sonara el timbre. Tan solo era martes, y ya estaba derrotada. El sonido la hizo volver a la Tierra y recoger rápido sus apuntes. Esa vez, voló. No quería que nada ni nadie la retrasara, no podía volver a llegar tarde a recoger a Érika. Avanzó por el pasillo a zancadas, dobló la esquina, bajó las escaleras y salió al patio. Allí, muchos alumnos se encontraban a la salida de clase. Ella no miró a nadie. Cruzó el patio abarrotado y entró en el edificio de los pequeños. Subió al segundo piso y, al doblar la esquina, vio que los niños todavía estaban saliendo del aula. Esperó apoyada en la pared a que su hermana apareciera. Algunos salían corriendo y dando empujones. La profesora desde la puerta intentaba poner orden. Era una mujer joven, pero nada atractiva, apenas tendría treinta años y vestía como una mujer de cincuenta. Su cabello era corto y muy rizado. Intentaba dominar algunos rizos con unas trabas ridículas sobre las orejas. A pesar del aspecto que tenía, no era una mujer desagradable. Su hermana siempre resaltaba lo paciente y simpática que era.

El flujo de niños empezó a disminuir. Érika se estaba retrasando y ella se estaba impacientando. Al ver que ya no salía nadie más, la joven se acercó a la profesora.

—Érika ha sido de las primeras en salir. Probablemente haya ido al baño.

Valeria corrió hacia los baños y llamó a su hermana, pero no obtuvo respuesta. Revisó uno por uno los retretes. Solo uno permanecía cerrado. Dio suaves golpecitos en la puerta, nadie le contestó. Decidió esperar a que la chica saliera. Podía que fuera su hermana que le estaba gastando una broma. A través del espejo, vio a una niña morena que salía del baño ocupado y la miraba enfadada. A Valeria le dio un vuelco el corazón. ¿Dónde demonios se había metido? Si llegaba tarde, siempre la esperaba sentada en uno de los bancos del pasillo. Sacó el móvil del bolso y llamó a Lidia.



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En el texto hay: fantasia y magia

Editado: 27.11.2020

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