La última canción

Capítulo 36

Miedo a los sueños rotos.

Ximena.

El viaje de regreso fue mucho mejor que el de iba, yo de verdad que no podía quitarle la vista de encima a Luke y menos a esa estúpida sonrisa que se dibujada en sus labios cada que decía algo que a mí no me parecía en lo más mínimo gracioso, después dejar a un lado el tema sobre el abuso y mi ex más toxico que nada en el mundo. Me enfoque en querer grabarme cada parte de su rostro, cada mueca, cada gesto y hasta en la simpleza de su sonrisa.

Mientras él tiene ambas manos sobre el volante yo no puedo evitar observar cómo mueve sus dedos sobre el cuero negro al ritmo de la canción que suena en la radio. Como frunce un poco el ceño cada que se le cruza un coche por enfrente o como es que mueve la palanca cada que se tiene que detener por los semáforos.

Aun de esa forma el regreso fue la parte más cómoda del mundo. Pero todo lo bueno se debe de terminar en cualquier instante, ¿verdad? El problema es que yo no quiero que eso termine, no definitivamente quisiera que este momento durara para siempre. Aunque se que dentro de mis recuerdos durara mucho más tiempo que nuestras conversaciones o los momentos en que nos miráramos fijamente a los ojos, esos recuerdos los atesorare por toda la vida.

Después de veinte minutos Luke aparco frente a la casa de mi madre, casa que aún sigue igual de vacía que cuando la deje antes de salir con Luke, a una gran aventura tan liberadora. Deje escapar un largo y silencio suspiro antes de escuchar que la puerta de Luke se abriera y se acerrara, en un abrir y cerrar de ojos él ya me estaba abriendo la puerta de nuevo dándome su mano para poder salir. Le regale una pequeña sonrisa por su gesto.

—Te puedo preguntar algo —dije antes de que me terminara de dejar en el pórtico de mi casa.

—Dime.

—¿Te quedaras unos días más por aquí? —la necesidad de saberlo me mata.

Él desvió su mirada a otro lado antes de regresarla a mí de nuevo.

—Tal vez, estoy arreglando un pequeño asunto que tal vez me detenga unos días.

—Me alegra que te quedes unos días.

—¿De verdad? —una sonrisa paraca se dibujó en sus labios haciendo que me sonroje como un maldito tomate.

—Sí —dije en voz super bajita.

—Pero quién sabe puede que el asunto se arregle antes de tiempo y debamos de volvernos a Londres.

Cierto, lo había olvidado por completo ellos son una banda de Londres super famosa.

Qué idiota soy al creer que se pueden quedar lo suficiente como para poder salir más con él.

—¿Por qué la cara larga, Elaine? —volvió a hablar él.

—Por nada. —Mentí.

—¿Segura? —se apresuró a decir.

—Sí, son solo mis cosas, ¿vale? No me hagas tanto caso.

—Debería de hacerlo, Elaine, te parece si quedamos en unos de estos días, ¿qué dices?

Mi corazón salto al escucharlo decir eso, ¿quedar otro día?

¡¿Es acaso esto una jodida señal o algo así?!

Por qué si lo es, claro que acepto.

No, no, no, no vayas a gritar, ¡por favor!

¿Pero por qué no?

Porqué sería bastante evidente que si te gusta.

No me gusta.

Lo que tu digas.

Pelear con mi subconsciente siempre es tener que llevarle la contra, pero claro que después de que se vaya gritare y brincare de la emoción.

—Claro me parece perfecto.

—Bien, entonces yo te aviso que día estoy libre, ¿vale?

—Vale, vale, sí.

—Entonces que tengas una linda noche, Elaine —dijo antes de depositar un beso en mi mejilla y después acercarse tanto a mi oído para susurrarme—: por cierto, hoy estas muy bonita.

¿Qué si me sonroje? ¡Claro que lo hice!

Pero no dejemos aun lado el escalofrió que me recorrió desde la punta de mis pues hasta mi cabeza.

—Buenas noches, Legarda —le respondí un poco más bajito—, y… y… tú también te ves bien hoy —no sé qué carajo acabo de hacer, pero espero que no haya sonado como un balbuceo.

—Me gusta como dices mi nombre —confeso mientras comenzó a caminar de regreso al coche.

Legarda —volví a decir.

Elaine —no lo niego la forma en la que él pronuncia mi nombre me vuelve loca. Lo vi subirse y alejarse antes de entrar a mi casa y cerrar la puerta para comenzar a desplomarme hasta quedar en el suelo, recogí mis piernas y recargué mi cabeza sobre mis rodillas.

Había salido con un famoso cantante británico. Realmente lo había hecho.

No me lo podía creer. ¡De verdad había salido con Legarda! 




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