UN PAR DE PATINES
Y pensar que con una pista y un par de patines te puedes olvidar de todo.
Patinar era de esas actividades que me llenaban y me hacían sentir con vida. Me complementa. Podía sentirme libre. Era la forma que encontré para expresarme y ser yo misma. Un sueño que va y viene, que se adentra en mi ser y se adueña de mis sentidos y sentimientos; ocupa cada espacio.
Patinar no formaba parte de mi vida. Patinar era mi vida.
Lo hacía desde que era muy pequeña, mi padre me enseñó todo lo que sabía. Me atrevo a decir que le gustaba tanto o incluso más que a mí. Lo extrañaba, por mucho que hablara todos los días con él y de mantener una buena comunicación su ausencia se sentía y mucho. Me decían que era cuestión de acostumbrarme, pero ya eran tres años y no lograba hacerlo. Y estaba consciente de que nos ofrecía un mejor futuro a mi hermana y a mí, sin embargo, no cambiaba el hecho de querer tenerlo ahí, a mi lado, como antes.
Le ofrecieron un trabajo fuera del país. Nos visitaba cuando podía, se quedaba una o dos semanas y después volvía a marcharse. Por eso cuando venía aprovechaba lo más que podía, ya que no pasa muy a menudo. A pesar de todo la comunicación era buena, hablábamos a diario, me cuenta sus cosas y yo las mías.
La canción terminó y yo finalice la rutina. Mi respiración estaba agitada tras el esfuerzo que había hecho durante los últimos minutos. A mi encuentro vino un hombre alto y esbelto, con la barba bastante pronunciada: Juampa, mi entrenador.
—¿Qué tal lo hice? —pregunté en un suspiro.
—Mejor que las últimas veces. Mucho mejor, Kenda.
—¿Pero...?
Por su mirada lo deduje. Además, siempre hay un «pero». Siempre. Es aquella palabra clave a la cual no se puede renunciar.
—Completa los pasos. Te emocionas y enloqueces.
—Es que a veces, simplemente me dejo llevar.
—Estás trabajando con movimientos corporales de cuarto nivel, y me parece genial como lo estás manejando. Debes de tener más presión en los giros sobre todo cuando son seguidos.
—Lo sé.
—Te exijo porque estás en un nivel avanzado. Confía en ti y sigue la rutina. Se que es solo una presentación en el colegio y no se dan cuenta. Pero yo te estoy guiando para ser profesional y recuerda los detalles...
Me quedo mirando para que termine la oración.
—Los detalles hacen mucha diferencia —recité asintiendo con la cabeza.
—Exacto. Y otra cosa más, tus brazos los necesito más firmes, no los sueltes.
—Está bien.
—Lo demás todo increíble. Me gusta la rutina.
Le dediqué una sonrisa. Sabía que aún tenía que mejorar en muchas cosas, todo era parte del proceso y él estaba consciente de ello. Era estricto, a la vez que comprensivo y sobre todo amistoso.
—Interesante elección de canción. Me gusta, es bonita —agregó tas un leve silencio.
Fight Song de Rachel Platten, fue la canción que elegí para la rutina. Me encantaba la letra y el ritmo. Era una canción hermosa.
—¿Qué traje vas a ocupar?
—El blanco con celeste, el que ocupe en el nacional del año pasado.
—Genial y con patines blancos, recuerda limpiarlos, la última vez que los vi eran plomos.
Sabía lo descuidada que era. Pero sí, tengo una habilidad para ensuciarlos.
—Están listos. —Me agaché y empecé a quitarme los patines que llevaba puesta.
—Ahora estira antes de irte porque después te quejas con dolor del cuerpo...
—Yo no me quejo —sentencié, a lo que él levantó una ceja—. Bueno solo a veces.
Negó y sonrió.
—Sin duda eres hija de tu papá. Eres su versión femenina.
Juampa era amigo de papá desde su adolescencia, cosa que me hacía conocerlo desde siempre. Era cercano a la familia.
Volví a dedicarle una sonrisa.
—Bueno iré a preparar las cosas dentro de poco llegarán los niños.
—Juampa. —Antes de que se alejara, lo llamé—. Gracias por ayudarme con el ensayo y prestarme la pista fuera de mis horas de ensayo.
—No agradezcas, sabes que mientras pueda ayudarte lo haré sin dudarlo. Me gusta ver tu progreso. Y más todavía ver en la persona que te has convertido.
Se alejó. Hice lo que me dijo y recogí mis cosas para irme. Me despedí de Juampa y me deseó suerte para el siguiente día, también me dijo que le saludara a mi padre de su parte.
Antes de salir me detuve frente al espejo y observé mi reflejo. Aprecie a una chica alta, trigueña y con el cabello por debajo de las caderas. «¿Hace cuánto no me corto el cabello?» Ni siquiera lo recordaba. Y definitivamente necesitaba un cambio. Es más, me urgía uno.
—Hola, Kenda.
Giré al escuchar la voz de Renata a mis espaldas. Una de las niñas de categoría C, con la cual me llevaba bien y le ayudaba muchas veces. No la veía más que en los ensayos generales.