Un golpe firme en la puerta irrumpe en mis pensamientos, abrupto como una tormenta que se desata sin previo aviso. No es el toque tímido de una sirvienta ni el golpe práctico de un guardia. Este es distinto: decidido, inconfundible, cargado de autoridad.
"Mierda," pienso mientras mi corazón acelera su ritmo y mis dedos se aferran con más fuerza a la toalla que envuelve mi cuerpo.
Antes de que pueda reaccionar, una voz familiar corta el silencio como un cuchillo bien afilado.
—No aceptaré esa excusa, y lo sabes. Abre la puerta, o lo haré yo.
El príncipe. Su tono es tranquilo, casi perezoso, pero la amenaza subyacente es clara como el agua. Mi cuerpo entero se tensa al instante. Cierro los ojos, tragándome la frustración. Por supuesto que no iba a dejarlo pasar.
Por un momento, me debato entre ignorarlo o enfrentarme a él. Pero sé que, si dejo que sea él quien abra la puerta, eso significará ceder terreno. Y con Rowan Nathaniel Ravenswood, no puedo permitirme eso.
Respiro hondo, alisándome la toalla con manos temblorosas antes de dar un paso hacia la puerta.
—Estoy ocupada, Alteza. ¿Es tan difícil aceptar un "no" por respuesta? —alzo la voz lo suficiente como para que me escuche a través de la madera.
El silencio que sigue es breve pero cargado de tensión. Siento cómo su respiración, lenta y medida, se filtra a través de la puerta, como si estuviera calculando su siguiente movimiento.
—Tienes dos opciones, —dice al fin, su tono tan frío como el filo de una espada—. Abres la puerta y hablamos como personas civilizadas, o la abro yo y dejamos las formalidades a un lado. Tú decides.
Mis ojos se desvían hacia la ventana, evaluando por enésima vez una posible salida que sé que no existe. Estoy atrapada, como siempre.
"Otra vez acorralada," pienso con un gruñido bajo. Si quiero conservar algo de control, tendré que enfrentarlo. Camino hacia la puerta con pasos firmes, ajustándome la toalla una última vez antes de girar el pomo y abrirla de golpe.
Ahí está él, llenando el marco de la puerta con su figura imponente. Es como si el espacio no pudiera contenerlo. Su rostro sigue algo pálido, los rastros de su recuperación aún visibles, pero sus ojos grises arden con una intensidad que quema.
—¿Contento? —le espeto, plantándome en el umbral mientras cruzo los brazos frente a mi pecho, tratando de cubrir lo poco que la toalla no alcanza.
Por un instante, su expresión se suaviza, como si mi estado—mojada, desarmada y claramente molesta—lo hubiera tomado por sorpresa. Pero el destello desaparece tan rápido como aparece, reemplazado por esa máscara de autoridad que parece esculpida en su rostro.
—No. Pero esto es un comienzo, —responde, su mirada fija en mí, evaluándome con una intensidad que me hace sentir desnuda en más de un sentido.
"Un comienzo," pienso con ironía, mientras mi piel se eriza bajo su escrutinio. Sus ojos no se apartan de los míos, y la tensión que nos rodea parece apretar el aire.
—¿Qué es lo que quieres? —rompo el silencio, mis palabras cortan como una navaja.
Él inclina ligeramente la cabeza, sus ojos recorriéndome con un gesto lento, deliberado, que hace que un escalofrío recorra mi espalda.
—Lo que quiero es sencillo, —dice con una calma que me saca de quicio—. Que cooperes. Que dejes de comportarte como si estuvieras en guerra con todos aquí.
Suelto una risa seca, bajando un poco la guardia aunque sin dar un paso atrás.
—¿Y qué esperabas? ¿Que me adaptara felizmente a ser tu prisionera? —replico, con una sonrisa amarga—. No sé qué clase de personas te rodean, pero yo no soy una de ellas.
Por un momento, sus ojos parecen oscurecerse. Su mandíbula se tensa, pero en lugar de responder con fuerza, da un paso hacia adelante. Es un movimiento pequeño, pero su proximidad me asfixia.
—No eres mi prisionera, —dice, su voz baja y firme—. Si quisieras serlo, todavía estarías encadenada en esa celda. Lo sabes.
Mis labios se aprietan. Tiene razón, pero no voy a reconocérselo. No después de todo lo que me ha quitado.
—Llámalo como quieras, —respondo, mi tono afilado como una daga—. Pero esto sigue siendo una jaula. Tal vez sea más cómoda, pero una jaula al fin y al cabo.
Por un momento, sus ojos se endurecen. Creo que va a responder con la misma intensidad, pero entonces algo cambia. Su tono se suaviza, volviéndose más bajo, casi íntimo.
—Te estoy ofreciendo algo más. Una oportunidad de empezar de nuevo.
La carcajada amarga que escapa de mis labios llena el espacio entre nosotros.
—¿Empezar de nuevo? ¿De verdad crees que quiero eso? —mi incredulidad es palpable—. Después de todo lo que has hecho...
Mis palabras quedan en el aire, incompletas, pero el brillo en sus ojos me dice que entiende lo que no estoy dispuesta a decir. Y eso parece afectarle más de lo que esperaba.
—No tienes que aceptar lo que te ofrezco, —continúa, ignorando mi resistencia—. Pero aquí estás más segura que en cualquier otro lugar.
Esa palabra—"segura"—se clava en mi pecho como una espina. No necesito su protección... Bueno, no QUIERO su proteccion.
Me mantengo firme, mi mirada enfrentándose a la suya. Sus ojos grises son fríos como el acero, pero algo en ellos me obliga a quedarme quieta. Luego, para mi sorpresa, da un paso atrás, creando una distancia que no esperaba.
Se gira, pero se detiene en el umbral, volviendo ligeramente la cabeza hacia mí.
—La cena sigue esperándote. Sería una lástima desperdiciarla.
Y con eso, se marcha, dejando la puerta entreabierta, como una invitación que no pienso aceptar.
Me quedo allí, inmóvil, mientras el eco de sus palabras resuena en mi mente. Mis manos se aferran con fuerza a la toalla, como si fuera lo único que me mantuviera en el presente.
"¿Segura, Rowan? Igual de segura que lo estuvo mi hermano bajo tu maldito reino?"
El calor de la ira burbujea bajo mi piel, encendiéndome de adentro hacia afuera. Una parte de mí odia admitir que tiene razón. Respiro profundamente, dejando que el aire frío alivie la quemazón de mi rabia, y me giro hacia el espejo. Mi reflejo me devuelve una mirada dura, pero detrás de ella se ocultan las grietas de mi cansancio. "Por ahora," pienso, obligándome a calmarme. "Cenaré con él".