A la mañana siguiente, me levanto temprano, con la determinación vibrando en cada uno de mis pensamientos. La tenue luz del amanecer se cuela por la ventana de la torre, iluminando débilmente la habitación. Me siento en la cama, lápiz en mano, con un trozo de papel que encontré en un cajón la noche anterior. Es hora de organizar lo que necesito para que mi plan comience a tomar forma.
El imperdible ya está asegurado, escondido cuidadosamente en el doblez de mi falda. Para cualquiera que lo vea, sería un objeto insignificante, irrelevante. Pero en mis manos, es la primera pieza de un juego mucho más grande. Sin embargo, no es suficiente. Lo que realmente necesito son las hierbas.
Las enseñanzas de mi hermano sobre plantas y venenos vuelven a mí con nitidez. Sé exactamente lo que debo buscar: unas hojas de dulcamara para adormecer, flores de cornejo secas para intensificar el efecto, y un toque de valeriana para disimular el olor. La mezcla, sencilla pero letalmente efectiva, al quemarse libera un humo capaz de noquear a cualquiera en cuestión de minutos. Será perfecta para deshacerme temporalmente de mis "sombras" sin levantar sospechas.
El mercado es mi oportunidad. Entre los puestos de especias y remedios medicinales, puedo encontrar lo que necesito sin llamar la atención. Solo tengo que fingir interés casual, como si estuviera comprando algo para un resfriado o una migraña. Nadie debe sospechar que estoy planeando algo más.
Estoy ajustando la falda frente al espejo, repasando mentalmente cada paso, cada detalle de mi estrategia, cuando un golpe firme en la puerta interrumpe mis pensamientos.
—Señorita, el príncipe Rowan la espera abajo, —anuncia una voz masculina desde el otro lado.
Mi corazón da un pequeño salto, no por nerviosismo, sino por pura irritación. "¿Por qué tiene que ser tan puntual?" pienso mientras mi mirada se desvía hacia la cama, donde mi lista está oculta bajo la almohada.
—Ya voy, —respondo con un tono neutro, aunque aprieto los labios mientras me acerco a la puerta.
Camino hacia el espejo una última vez, alisando las arrugas imaginarias de mi vestido y asegurándome de que el imperdible sigue perfectamente escondido. Hoy no puedo cometer errores. Y mucho menos permitir que Rowan o sus hombres detecten la más mínima grieta en mi fachada.
Respiro hondo y enderezo los hombros antes de abrir la puerta. Allí está uno de los guardias, con su habitual expresión de piedra.
—Bajemos, —digo, y empiezo a caminar por el pasillo con la cabeza en alto. Rowan me espera abajo, pero lo que él no sabe es que al final de este día, el tablero dejará de ser suyo.
Mis pasos resuenan suavemente sobre la piedra mientras desciendo por la escalera de caracol, el eco acompañando mi avance. Siento la mirada constante del guardia detrás de mí, como una sombra implacable. "Por ahora," pienso, porque sé que esta prisión no me retendrá por mucho tiempo.
Cuando llego al pie de las escaleras, lo veo. Rowan Nathaniel Ravenswood.
Está esperándome, con esa mezcla de relajación estudiada y autoridad natural que siempre parece llenar el espacio a su alrededor. Lleva una capa oscura con ribetes dorados sobre sus hombros, y sus botas relucen como si alguien las hubiera pulido exclusivamente para esta ocasión.
—Qué puntual, —comento, intentando mantener un tono casual mientras desciendo el último escalón—. ¿Siempre esperas a tus invitados como si fueras su escolta personal?
Rowan levanta la mirada, sus ojos grises atrapándome con esa intensidad que parece ser solo para mí.
—Digamos que soy precavido, —responde, cruzando los brazos con un aire despreocupado que contrasta con la tensión que detecto en su postura—. No todos los días llevo a alguien como tú al mercado.
—¿Alguien como yo? —replico, arqueando una ceja mientras bajo el último escalón y me planto frente a él—. ¿Qué significa eso?
Su sonrisa aparece, breve y apenas perceptible, una ligera curva en sus labios que no llega a sus ojos.
—Alguien que siempre tiene un plan en mente, incluso cuando intenta parecer inocente.
Mi mandíbula se tensa, pero mantengo mi expresión serena. "Maldito sea. ¿Cómo siempre logra verme tan claro?"
—No sé de qué me hablas, —respondo, alzando una ceja con fingida confusión. Mi voz suena lo suficientemente tranquila, pero por dentro, estoy ajustando mis defensas.
Rowan inclina ligeramente la cabeza, estudiándome con ese brillo astuto en la mirada que me hace querer gritar.
—¿No? —dice, dejando la palabra suspendida en el aire, cargada de desafío. Su media sonrisa sigue ahí, diseñada para desquiciarme.
—No, —respondo con firmeza, ajustándome la falda mientras cruzo los brazos—. No todos tenemos motivos ocultos como tú, Rowan. Algunos de nosotros simplemente vivimos el momento.
Él deja escapar una leve risa, baja y casi burlona, que hace hervir mi sangre.
—Vivir el momento, ¿eh? —repite, sus ojos evaluándome como si pudiera ver a través de cada mentira cuidadosamente tejida—. Te queda bien esa fachada, pero...
Se inclina un poco hacia mí, acortando la distancia entre nosotros, y baja la voz como si compartiera un secreto que no puede decir en voz alta.
—Creo que eres mejor jugando al ajedrez que al teatro.
El calor sube rápidamente a mis mejillas, pero no por vergüenza, sino por la furia que despierta cada una de sus palabras. Me esfuerzo por mantener mi expresión neutral, aunque mis dientes están apretados detrás de una sonrisa que sé que él puede ver a través.
"Juega, Rowan," pienso. "Porque también sé mover mis piezas."
—¿Y tú? —replico, dejando que un toque de veneno se cuele en mi voz mientras me inclino ligeramente hacia él, decidida a no quedarme atrás—. ¿Es esta tu manera de distraerme o simplemente no puedes evitar ser insoportable?
Rowan se recuesta en su asiento, y su sonrisa, lenta y deliberada, se ensancha. Esa expresión suya siempre me pone al borde; parece disfrutar de cada palabra que digo como si fuera una jugada en un tablero que él ya controla.