La noche cae, y la tenue luz de la luna se filtra a través de la ventana de mi habitación, proyectando sombras alargadas en las paredes de piedra. Camino de un lado a otro, incapaz de mantenerme quieta mientras mis pensamientos giran como un torbellino en mi mente.
"Si lo hago esta noche, ¿será demasiado obvio?" La pregunta rebota en mi cabeza, insistente. Las hierbas están listas, el imperdible preparado. Todo está en su lugar. Pero esa sensación de incertidumbre no me deja en paz, esa voz insistente que me advierte que el más mínimo error podría ser fatal.
"Tengo que salir de aquí," pienso, apretando los puños. Cada minuto en este castillo siento que las paredes se estrechan más, asfixiándome. Rowan no me da tregua: siempre al acecho, con sus palabras calculadas y esas miradas penetrantes que me hacen sentir desnuda, como si pudiera leer cada pensamiento que intento esconder.
"Antes de que ese maldito príncipe me enrede en otro de sus juegos estratégicos," me digo con frustración. La cena, esa maldita cena, sigue atormentándome. Escuchar su anuncio de que sería su esposa fue como un golpe directo al orgullo. Solo pensarlo hace que mis mejillas ardan, aunque no sé si es de rabia, humillación o... algo peor.
He tenido suficiente. Ese momento fue la señal de que no puedo quedarme mucho más tiempo. "Ya encontraré otra forma de vengarme," me digo, intentando convencerme a mí misma. "Pero ahora, lo único que importa es salir de aquí."
Me detengo frente a la cama, donde tengo todo cuidadosamente oculto. Las hierbas están envueltas con precisión, el imperdible asegurado. Cada pequeño detalle ha sido planeado.
Respiro hondo y miro hacia la ventana. Desde aquí, la torre parece más alta que nunca, y el viento sopla con fuerza, susurrándome advertencias que no puedo ignorar. Pero no tengo elección. Cuanto más tiempo permanezca aquí, más difícil será escapar.
"Esta noche," pienso con determinación. "Es ahora o nunca."
Con movimientos rápidos y silenciosos, coloco el pequeño conjunto de hojas frente a la puerta cerrada. No hay margen para errores, así que reviso una última vez que todo esté en su lugar.
Me ato una tela sobre la nariz y la boca, asegurándome de que esté bien ajustada para no inhalar el humo que estoy a punto de generar. Sostengo la vela con una mano firme y, con un pequeño toque, acerco la llama a las hojas secas. El fuego prende de inmediato, consumiendo la mezcla mientras libera un humo espeso que comienza a elevarse en espirales oscuras.
Retrocedo varios pasos, observando cómo el humo se desliza lentamente hacia la base de la puerta. Con un abanico improvisado —un trozo de papel grueso que encontré en un cajón—, comienzo a agitar el aire con fuerza, dirigiendo las volutas grises hacia afuera.
El humo se filtra por debajo de la puerta como una serpiente sigilosa, infiltrándose al otro lado con precisión. Exactamente donde quiero que esté.
Afuera, los guardias permanecen en su puesto habitual, seguramente sin sospechar nada. Pero en cuestión de segundos, los efectos empiezan a notarse. Primero, un leve sonido de tos rompe el silencio. Luego, otro, más fuerte. Me detengo para escuchar mientras las toses se vuelven más profundas, más urgentes.
—¿Qué...? —La voz de uno de ellos suena ahogada, seguida por el ruido de algo metálico cayendo al suelo.
Funciona.
Contengo el aliento, esperando mientras el sonido del otro guardia también se desvanece, acompañado de un golpe sordo contra el suelo.
Me acerco lentamente a la puerta, cuidando no respirar demasiado cerca del humo. Coloco una mano sobre la madera, tensa, y siento el silencio al otro lado. Es el momento.
Saco el imperdible que escondí en el dobladillo de mi falda y lo despliego con cuidado. Mis dedos trabajan rápido, moviéndose más por instinto que por experiencia, deslizando el pequeño objeto dentro de la cerradura.
—Vamos... —murmuro, con los labios apretados mientras el metal raspa ligeramente contra los mecanismos internos.
Cada segundo se siente como una eternidad. Mi pulso late con fuerza en mis oídos, pero no dejo que me domine el pánico. Finalmente, un suave clic rompe el silencio.
"Lo tengo."
Empujo la puerta con cuidado, abriéndola apenas lo suficiente para asomar la cabeza. Allí están, los dos guardias caídos en el suelo, inconscientes. El humo sigue disipándose, pero ya no es tan denso como para preocuparme.
Avanzo con cuidado, deslizándome fuera de la habitación. La puerta se cierra detrás de mí con un leve susurro. Los guardias están tendidos como muñecos rotos, sus armas todavía enfundadas.
Decido no irme con las manos vacías. Me agacho junto a uno de ellos y desenfundo su espada con cuidado. Siento el peso del arma en mis manos; es más pesada de lo que esperaba, pero la adrenalina me da la fuerza necesaria para sujetarla con firmeza.
Con la espada en mano, me muevo hacia las escaleras en forma de caracol que descienden desde la torre. Cada paso resuena suavemente en la piedra, el eco amplificándose en el espacio estrecho. Intento avanzar con rapidez, pero sin perder la cautela. Mi mente está en constante alerta, atenta a cualquier ruido que indique movimiento.
Finalmente llego al pasillo principal. El aire es más fresco aquí, libre del humo que dejé atrás. Me detengo en el último escalón, mirando hacia ambos lados con cuidado. Las sombras danzan bajo la luz tenue de las antorchas, pero no hay señales de nadie.
Un golpe de suerte.
"Muévete, Layla. No te detengas."
La espada pesa en mi mano, pero me esfuerzo por ajustarla, asegurándome de que no choque contra nada que pueda delatar mi posición. Comienzo a avanzar por el pasillo, cada paso calculado y silencioso. El aire es denso, cargado de una quietud que debería tranquilizarme, pero en lugar de eso, hace que los pelos de mi nuca se ericen. "Si logro mantenerme oculta, si llego a la salida sin que nadie me vea, tendré una oportunidad real."