Decido que lo mejor es buscar respuestas por mi cuenta. Sin vacilar, me giro sobre mis talones y camino hacia la puerta de la sala del consejo. Mis pasos son firmes, seguros, aunque por dentro la incertidumbre me carcome.
—¿Adónde vas? —pregunta Rowan, su voz cargada de exasperación.
No me molesto en detenerme. Le lanzo la respuesta por encima del hombro, como si su opinión no importara.
—A la biblioteca.
El silencio que sigue se ve interrumpido por un suspiro largo y pesado. No necesito girarme para imaginar la expresión resignada que cruza su rostro.
—Está bien, pasaremos por la biblioteca antes de volver a mi oficina, —dice finalmente, alcanzándome con pasos largos y decididos—. En serio, ¿es mucho pedir que no me des más trabajo del que ya tengo?
Me detengo justo en el umbral de la puerta y giro apenas la cabeza, lo suficiente para dedicarle una mirada cargada de desafío.
—No tienes que acompañarme, —digo, dejando que un toque descarado se cuele en mi voz. Sé perfectamente cuál será su respuesta, pero no puedo evitar provocarlo.
Rowan cruza los brazos sobre su pecho, sus ojos grises clavados en los míos con esa calma exasperante y calculada que parece dominar con tanta facilidad.
—No. —Su voz es firme, dura, y tan autoritaria que parece cortar el aire—. Te recuerdo que te puse unas condiciones. Estás bajo mi vigilancia.
Sostengo su mirada durante un largo segundo, buscando algún atisbo de duda en su expresión. Nada. Ni un solo parpadeo. Un desafío nace en mi interior, y la respuesta sale de mis labios antes de que pueda detenerla.
—¿También vas a acompañarme al baño y sujetarme la manita mientras meo?
Por un instante, el mundo parece detenerse. Rowan cierra los ojos, exhalando con tanta profundidad que casi puedo escuchar el peso de su paciencia desmoronándose. Inclina ligeramente la cabeza, como si estuviera rogando a los dioses que le concedan fuerzas.
—Dioses, dadme paciencia, —murmura en voz baja, lo suficiente para que apenas lo escuche.
Cuando abre los ojos de nuevo, su mirada está teñida con una mezcla de cansancio y algo que podría confundirse con diversión, aunque desaparece tan rápido que apenas puedo captarlo.
—Entonces, ¿no? —insisto, arqueando una ceja con inocencia fingida.
Rowan sacude la cabeza lentamente, y su expresión recupera esa dureza implacable que le es tan característica.
—No pongas a prueba mis límites, Layla, —advierte con un tono bajo, peligroso, como si ya estuviera a punto de perder lo poco que le queda de paciencia.
—No sabía que los tenías, —respondo con rapidez, dejando escapar la última pulla antes de girarme y salir por la puerta con pasos ligeros.
Aunque no lo miro, puedo sentir cómo su mirada se clava en mi espalda, pesada y calculadora. La tensión entre nosotros flota en el aire, pero no puedo evitar la sonrisa satisfecha que cruza mis labios.
"Bien. Un punto para mí."
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Las puertas de madera tallada se alzan imponentes frente a mí. Coloco ambas manos sobre ellas y las empujo, dejando que se abran con un chirrido familiar. Avanzo con decisión hacia el interior, sin detenerme a contemplar lo que ya conozco de memoria.
El aire cargado con el olor a papel viejo y madera pulida me recibe como siempre, acogedor y pesado a la vez. La luz del sol entra a través de los altos ventanales, proyectando caminos dorados sobre las mesas y las estanterías interminables que se extienden hasta el techo. Es un espacio solemne, un santuario del conocimiento, pero hoy no estoy aquí para perderme en su encanto.
—¿Y ahora qué buscas exactamente? —pregunta Rowan detrás de mí, su tono teñido de curiosidad, aunque no logra disimular un toque de impaciencia.
Me detengo junto a una de las mesas centrales, giro sobre mis talones y lo miro con las manos en las caderas.
—Quiero saber más sobre el "ritual de sangre", —respondo con firmeza, sin apartar los ojos de los suyos—. Si vas a quedarte, bien. Pero no me distraigas.
Rowan alza una ceja, la sombra de una sonrisa asomando en su rostro.
—¿Distraerte? No sabía que tenía ese efecto en ti, —murmura, su voz lo suficientemente baja como para molestarme aún más.
Le lanzo una mirada que deja claro que no estoy para tonterías y me giro hacia las estanterías. Mis pasos resuenan ligeramente sobre el suelo de piedra mientras recorro el pasillo principal. Conozco este lugar. He pasado horas aquí en los últimos días, buscando respuestas, atrapada entre crónicas olvidadas y símbolos que no logro descifrar. Pero esta vez, no pienso perder ni un segundo.
Rowan, sin embargo, se mantiene cerca, su presencia casi palpable a mi espalda.
—Si buscas algo sobre el ritual, la sección de historia antigua y tradiciones arcanas está en el ala oeste, —dice, señalando con la barbilla hacia la izquierda, con esa expresión de "te estoy haciendo un favor".
—No necesito tu ayuda, —replico automáticamente, aunque mis pies ya empiezan a moverse en la dirección que indica.
A veces mi orgullo se interpone en el camino, pero ahora mismo no puedo permitírmelo. Camino con rapidez entre las estanterías, los dedos rozando los lomos gastados de libros que ya reconozco de otros días. Mi mirada se detiene en uno voluminoso que antes había pasado por alto, encajado en un rincón oscuro como si nadie lo hubiera tocado en siglos.
—Aquí estás, —murmuro para mí misma mientras lo saco con cuidado. El polvo me hace toser y lo dejo caer sobre una mesa cercana con un ruido sordo.
—¿Seguro que no necesitas ayuda? —dice Rowan con una mezcla de burla y paciencia, acomodándose en una silla frente a mí como si tuviera todo el tiempo del mundo.
—Cállate, —respondo sin mirarlo, abriendo el libro con cuidado.
Las páginas, amarillentas y quebradizas, están cubiertas de símbolos arcanos y textos antiguos. Paso una tras otra con cuidado, mis ojos recorriendo cada línea y cada dibujo. De repente, una ilustración me hace detenerme.