La Ultima Guardiana

CAPITULO 14

Camino por los pasillos del castillo con la cabeza baja, esforzándome por encajar en el ajetreo de sirvientes y soldados. Mi respiración se calma poco a poco, pero mi mente sigue siendo un torbellino. Aprieto con fuerza la sábana que envuelve la ropa de entrenamiento y la peluca, como si fuera un salvavidas que me anclara a la realidad.

Cada vez que me cruzo con alguien —sirvientes apresurados, soldados indiferentes, incluso algún oficial—, bajo la cabeza y adopto la actitud humilde que se espera de alguien en mi supuesto rango. Nadie parece reparar en mí, y esa pequeña victoria me da el impulso necesario para seguir hacia mi destino: la lavandería.

El camino hasta allí es un laberinto de escaleras y puertas que he memorizado con cuidado. Cuando finalmente llego, el zumbido constante de los empleados trabajando me envuelve, un ruido blanco de cubetas llenas de agua, vapor subiendo en columnas y pilas de ropa acumuladas. Me acerco a una de las cestas de ropa sucia y, con movimientos rápidos pero precisos, deslizo la sábana dentro. La tela desaparece entre las prendas, llevándose con ella el peso invisible que cargaba.

Sin detenerme más de lo necesario, salgo de la lavandería y enfilo hacia los aposentos de Rowan. Cada paso acelera mi corazón, y una mezcla de nerviosismo y determinación me impulsa hacia adelante. No sé si estoy lista para lo que tengo que decirle, pero sé que no puedo esperar más. Si no hablo con él hoy, mañana será demasiado tarde.

Sin embargo, un pensamiento inesperado me detiene en seco.

"Un momento," pienso, mientras un nudo comienza a formarse en mi estómago. "Si se supone que he huido... ¿por qué la ceremonia sigue en pie?"

El sabor amargo de la duda me golpea de lleno.

"¿Va a casarse con otra? ¿Es así de fácil reemplazarme?"

El pensamiento me paraliza. Una mezcla de náuseas y rabia recorre mi cuerpo como un veneno lento. Mi garganta se cierra, y el corazón que hasta ahora latía rápido parece aplastado bajo el peso de la posibilidad.

Sacudo la cabeza, obligándome a moverme de nuevo. No puedo permitirme quedarme quieta, no ahora. Subo las escaleras de piedra en espiral, sintiendo cómo la ansiedad crece con cada paso.

Cuando finalmente llego a los aposentos de Rowan, noto que no hay guardias apostados en la puerta. Un suspiro de alivio escapa de mis labios. Eso solo puede significar una cosa: la habitación está vacía.

Giro la manija y entro, cerrando la puerta tras de mí con un clic suave. Los aposentos son exactamente como los recuerdo: imponentes, una mezcla de elegancia y fuerza que refleja perfectamente a su dueño. Mi mirada se posa en la cama, y sin pensarlo dos veces, me dejo caer sobre ella.

El colchón es firme pero cómodo, y el aroma de Rowan impregna las sábanas: una mezcla de madera, cuero y algo fresco, como el aire después de la lluvia. Cierro los ojos y dejo que la sensación me envuelva por un instante, intentando calmar el martilleo constante de mi corazón.

"Relájate," me ordeno mentalmente. Pero incluso mientras intento convencerme, un detalle rompe mi momentáneo respiro.

"Dioses, huelo a sudor."

El leve aroma de mi cuerpo después de horas de correr, trepar y cambiarme a toda prisa me resulta insoportable. Me levanto de la cama con una mueca, mi mirada dirigida automáticamente hacia el baño.

La ducha. Esa ducha enorme e increíble que siempre he envidiado.

Sin pensarlo demasiado, me dirijo hacia allí y abro la puerta. El espacio es amplio, dominado por mármol pulido y cristal. Todo aquí grita lujo, desde las toallas perfectamente dobladas hasta las pequeñas botellas de aceites perfumados. Giro la perilla, y el agua caliente comienza a correr casi al instante. El vapor llena el aire, envolviéndome en un calor reconfortante.

Dejo la cofia y el vestido cuidadosamente a un lado antes de entrar bajo el chorro de agua. El calor me envuelve, relajando cada músculo tenso de mi cuerpo. El sudor, la suciedad y la tensión acumulada se deslizan por mi piel mientras cierro los ojos y dejo que el agua me limpie. Por un momento, todo parece más sencillo, más llevadero.

Pero incluso mientras disfruto del alivio, mi mente sigue corriendo, planeando lo que voy a decir, cómo voy a enfrentarlo. Rowan merece saber la verdad. Y yo necesito encontrar una manera de decírselo sin que todo termine en desastre.

El sonido del agua corriendo llena el aire, creando un muro entre mí y el mundo exterior. Estoy tan absorta en mis pensamientos que no escucho el leve clic de la puerta al abrirse ni los pasos decididos que cruzan la habitación. Es solo cuando una voz potente y familiar rompe el silencio que mi corazón se detiene.

—¡Jajaja! Esa maldita prueba me ha dejado para el arrastre —exclama Hak, su tono grave resonando con energía despreocupada.

—Y aun así parece que te ha dado más energías incluso —responde Rowan, su voz tranquila y llena de una ironía que solo él puede manejar.

Un escalofrío recorre mi espalda. Mi pecho se contrae mientras cierro la ducha con un movimiento brusco. Me pego contra las frías baldosas, el agua aún goteando por mi piel, y me escondo tras las cortinas, rogando que no entren al baño.

Pero mis esperanzas se hacen añicos con las siguientes palabras de Hak:

—Voy a usar tu baño, ¿vale, hermano? —anuncia con la misma despreocupación de siempre, y el crujido de la puerta del baño al abrirse suena como una sentencia en mi cabeza.

El pánico se apodera de mí. Mis manos agarran la cortina con fuerza mientras escucho sus pasos acercándose. Por una rendija, veo cómo Hak se quita la camisa con un movimiento fluido, dejando al descubierto su torso marcado y brillante por el esfuerzo reciente.

"No, no, no... Esto no está pasando."

La tela cede bajo su fuerza con un tirón decidido, y mi equilibrio se tambalea. Casi caigo hacia él, pero sus manos firmes se cierran alrededor de mis brazos, deteniéndome a medio camino.




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