El colchón cede bajo mi peso, y su calidez aún persiste en mi piel, como una huella invisible que me reconforta. Rowan se inclina hacia mí, sus dedos apartando un mechón de cabello que cae sobre mi rostro. Su toque es lento, deliberado, y la caricia en mi mejilla parece borrar cualquier duda que pudiera quedarme.
—Pues confía —dice con una voz tan baja que apenas es un susurro, pero que vibra profundamente dentro de mí—. Iremos poco a poco, ¿de acuerdo? Y si en algún momento te sientes insegura, dímelo, y pararé.
Su torso, fuerte y definido, se inclina hacia mí, sus brazos envolviéndome con una firmeza que combina deseo y cuidado. Me siento desnuda en más de un sentido bajo su mirada, completamente vulnerable, mientras sus ojos recorren mi cuerpo con una lentitud que me hace temblar. Cada detalle parece cautivarlo, como si estuviera contemplando algo único, algo precioso.
Su intensidad me roba el aire. Mi pecho se agita bajo el peso de su atención, y un calor familiar asciende por mi piel. Su mirada no solo observa; acaricia, desliza una corriente eléctrica por cada rincón donde se posa, dejándome atrapada entre la inquietud y el deseo.
Entonces, sus dedos comienzan a moverse, trazando un camino deliberado sobre mi piel. Su toque es ligero, casi etéreo, pero está cargado de intención. Cada caricia despierta algo profundo dentro de mí, una energía que no puedo ni quiero contener.
—Eres... perfecta —murmura, su voz grave, rota por una emoción que me envuelve por completo.
Se inclina hacia mí, y sus labios encuentran mi clavícula en un beso suave que hace que mi cuerpo se estremezca. Su boca continúa bajando, dejando un rastro de besos, cada uno más lento, más intenso, mientras un calor abrasador se extiende desde cada punto que toca.
El eco de sus palabras resuena en mi interior, y mi cuerpo responde como si cada beso, cada roce, fuera una chispa que enciende una llama voraz. Mi respiración se acelera sin que pueda evitarlo, y el latido de mi corazón retumba en mis oídos, desbordándome.
Cuando sus labios vuelven a buscar los míos, respondo sin pensar. Mi boca se mueve con urgencia, mis manos ascienden hasta enredarse en su cabello, atrayéndolo más cerca, necesitando que cierre la distancia que aún queda entre nosotros.
El beso se vuelve más profundo, cargado de hambre y una pasión que parece trascender todo. Su toque, sus labios, la forma en que me envuelve con su cuerpo, todo se combina en una sinfonía de sensaciones que me desarma por completo.
Cada caricia suya es precisa y significativa, dejando atrás cualquier duda. Su aliento se mezcla con el mío, y en este instante, no hay nada más que nosotros: sus manos sobre mi piel, sus labios reclamando los míos, y la conexión palpable que nos consume.
El príncipe se mueve hacia abajo, dejando un rastro de besos que viaja desde mi cuello hasta mi pecho. Su tacto es suave, pausado, una mezcla de adoración y deseo que hace que mi piel arda bajo sus labios. Sus manos continúan acariciando mis costados, siguiendo cada curva con un cuidado deliberado mientras su boca desciende lentamente, como si quisiera memorizar cada centímetro de mi piel.
Siento cómo sus labios alcanzan mis caderas, dejando un beso suave en el hueso de mi cadera derecha, y luego otro en la izquierda. Se detiene ahí por un momento, y el peso de ese gesto me roba el aire. Es como si estuviera saboreando el instante, inmortalizándolo.
Levanta la vista, sus ojos encontrando los míos. En ellos hay un fuego intenso, imposible de ignorar. Sus labios se mueven ligeramente, como si estuviera hablando sin palabras, comunicando algo que va más allá de lo que podría decir. Mi pecho se agita, atrapado entre el nerviosismo y el deseo mientras lo observo inclinarse aún más hacia mí.
Sus manos descienden por mis piernas, deslizándose con lentitud hasta alcanzar mis tobillos. Su toque es cálido, y cada caricia envía un escalofrío por mi cuerpo. Luego, sus labios siguen el camino trazado por sus manos, dejando un rastro de besos que sube por la parte interior de mis muslos. Cada roce suyo me hace temblar, y cuando se detiene justo debajo de mi vientre, siento que mi respiración se vuelve errática.
Mis dedos se aferran con fuerza a las sábanas, apretándolas como si fueran lo único que puede anclarme a la realidad. La anticipación crece dentro de mí, una mezcla de nerviosismo y algo que no puedo describir con palabras.
Sus labios se vuelven más insistentes, sus besos sobre mis muslos mezclándose con pequeños mordiscos que me hacen arquear la espalda. Cada movimiento suyo está diseñado para desarmarme, y siento cómo mi tensión crece, casi insoportable.
Él se detiene de repente, su rostro levantándose apenas para hablar. Su voz, baja y ronca, llena el aire entre nosotros:
—Relájate... déjame cuidar de ti.
Su tono tiene un poder hipnótico, una promesa que me hace estremecer.
Se mueve un poco más, posicionándose entre mis piernas. Su rostro está tan cerca de mi entrepierna que puedo sentir su aliento caliente contra mi piel. El calor que emana de él me envuelve por completo, haciendo que un escalofrío recorra mi cuerpo. Mis manos siguen aferradas a las sábanas, mi pecho sube y baja rápidamente, y todo lo que puedo hacer es entregarme al momento, incapaz de pensar en nada más.
Una de sus manos, desciende desde mi muslo hasta mi intimidad y abre ligeramente mis labios inferiores. Luego, pasa su húmeda lengua por toda mi zona íntima. Su gesto me toma por sorpresa, y un escalofrío me recorre de pies a cabeza. Su lengua explora mi carne sensible, y luego comienza a moverse en un movimiento circular que me envía estremecimientos por todo el cuerpo. Puedo sentirlo sonriendo contra mí, notando cómo respondo a su toque, y esto solo lo anima a seguir. Sus manos me mantienen inmovilizada en el lugar, evitando que me aleje mientras continúa explorando el centro de mi deseo.
Sus labios comienzan a succionar suavemente, haciendo que mi cuerpo se encienda aún más con cada movimiento. Su lengua continúa con los pequeños movimientos circulares, mientras una de sus manos se desliza más arriba, acariciando mi abdomen y subiendo hacia el pecho.