Los pasillos del castillo están más animados de lo que esperaba. Sirvientes apresurados van de un lado a otro, sus voces se mezclan con el eco de sus pasos mientras ultiman detalles para la llegada del rey y su enigmática invitada. La tensión en el aire es palpable, como una cuerda tensada a punto de romperse.
Rowan camina a mi lado con la misma seguridad de siempre, su porte sólido convirtiéndose en un ancla que, sin querer, me mantiene firme. A medida que avanzamos, los susurros y las miradas furtivas nos siguen, pero Rowan parece inmune a todo. Su mano roza la mía de forma casi imperceptible, un gesto que no sé si busca calmarme a mí o a él mismo.
Cuando llegamos al gran salón, las puertas están abiertas de par en par. Dos guardias se cuadran al vernos acercarnos, sus armaduras brillando bajo la luz que entra por las ventanas. Uno de ellos da un paso al frente, inclinándose ligeramente hacia Rowan.
—Su Majestad está en los jardines privados.
Rowan asiente con un leve movimiento de cabeza. Antes de avanzar, se vuelve hacia mí, sus ojos atrapando los míos con una seriedad que me deja sin aliento.
—Mantente cerca, pase lo que pase —murmura, su voz baja, casi un susurro, pero cargada de intención.
Asiento en silencio, y antes de que pueda siquiera pensar en lo que nos espera, él suelta mi mano y continúa hacia los jardines.
El espacio abierto me recibe con un estallido de colores y una frescura que contrasta con la tensión creciente en mi pecho. Los jardines privados son un paraíso de fuentes, setos esculpidos y flores cuidadosamente seleccionadas, pero la belleza del lugar queda eclipsada por la escena que nos espera al otro lado.
El rey está de pie junto a una joven mujer de cabello negro y porte impecable. Su silueta elegante destaca incluso entre la perfección del paisaje. Su vestido, de un tono profundo que parece absorber la luz, cae con una precisión que solo puede significar una confección a medida. Pero es su mirada lo que me atrapa: fría, calculadora, como si evaluara cada rincón del jardín, incluida yo.
La conversación entre ellos se detiene al vernos aparecer. Los ojos del rey se posan primero en Rowan, y por un instante fugaz su rostro muestra una calidez que pronto desaparece, reemplazada por una máscara de autoridad implacable. Luego, su atención se dirige a mí. Su mirada, intensa y penetrante, me recorre de arriba abajo, como si intentara leer cada uno de mis secretos.
—Padre —saluda Rowan, con un tono firme que no deja espacio a dudas sobre su posición.
—Hijo —responde el rey, su voz grave resonando en el jardín como un trueno contenido. Su mirada vuelve a la mujer a su lado, y su tono se suaviza apenas, aunque sigue siendo formal—. Te presento a Lady Elise.
El nombre cuelga en el aire como una daga a punto de caer. Mis ojos se deslizan hacia ella, y lo primero que noto es la forma en que su sonrisa, pequeña y medida, nunca llega a sus ojos.
—Un placer conocerte, príncipe Rowan —dice con una voz suave, impecablemente modulada, pero con un filo apenas perceptible que me pone en guardia.
Rowan inclina la cabeza ligeramente, su rostro imperturbable, aunque noto la rigidez en sus hombros.
—Lady Elise —responde, su tono cortés pero distante.
Sé que este encuentro es solo el comienzo de algo mucho más complicado. Una sensación de peligro se instala en mi pecho, como un peso frío que amenaza con arrastrarme.
La tensión en el aire es casi tangible cuando el rey desvía su mirada de Rowan hacia mí. Sus ojos, duros como el granito, me analizan con una intensidad que me hace sentir expuesta.
—¿Quién es esta joven? —pregunta, su tono sereno, pero cada palabra parece llevar un peso implícito, una demanda de explicaciones que no admite titubeos.
Rowan no titubea. Su mano se posa con firmeza en mi espalda, y aunque el gesto parece simple, el calor de su toque me ancla.
—Permitidme presentaros a mi prometida, Layla —declara, su voz firme, casi desafiante.
La palabra prometida me golpea como un rayo, encendiendo algo cálido y profundo dentro de mí, una mezcla de orgullo y temor que amenaza con desbordarme. Pero no dejo que eso se note. Respiro hondo y, recordando las lecciones de etiqueta que "La Dictadora" me forzó a memorizar, inclino la cabeza con elegancia, esforzándome por mantenerme firme bajo la mirada escrutadora del rey.
—Es un honor conoceros, Majestad —digo, mi voz suave pero firme, como un susurro contenido entre las hojas de los árboles que nos rodean.
El silencio que sigue es breve, pero lo suficientemente denso como para que mi corazón retumbe en mis oídos. El rey entrecierra los ojos, evaluándome como si intentara desmontar cada palabra y cada gesto.
El momento se rompe de golpe.
—Ehh... —La voz de Lady Elise corta el aire como una daga, y mi atención se desplaza hacia ella. Su tono es dulce, pero la amenaza que esconde bajo esa aparente suavidad me pone en guardia.
Sus ojos se encuentran con los míos, y aunque intenta ocultarlo tras una sonrisa cuidadosamente estudiada, su mirada está cargada de astucia y desafío.
—Pero, Majestad... —dice, inclinando la cabeza en un gesto que debería parecer humilde, pero que destila veneno—. Me habíais prometido la mano de vuestro hijo.
El jardín se congela. Sus palabras flotan en el aire como una acusación lanzada con precisión. Por un momento, siento que el suelo bajo mis pies está a punto de ceder.
Pero Rowan no muestra ni una pizca de sorpresa. Su mano permanece en mi espalda, firme, como una barrera entre ella y yo.
—Eso debe de ser un error, Elise —dice, su tono tan cortante como una hoja de acero. Sus ojos grises, normalmente tranquilos, la atraviesan con una intensidad que parece hacerla retroceder ligeramente—. Mi compromiso con Layla fue acordado hace semanas.
La mandíbula de Elise se tensa apenas, una fisura en su fachada de dulzura. Pero su sonrisa no desaparece, aunque ahora parece más una máscara que un gesto sincero.