La última lágrima que derramaremos por dolor

1: Canela

Ranahí sostenía con todas sus fuerzas la bolsa de papel casi deshecha contra su pecho, deseando pasar desapercibida por los ojos de ladrones, comerciantes y campesinos, pero su mirada angustiada la delataba de cierto modo, además, su mente le repetía millones de veces palabras sin sentido, provenientes de su miedo creciente. Robar nunca había estado en sus planes, de hecho, era lo último que ella quisiese hacer, pesaba que solamente lo haría en situaciones extremas, y este, desafortunadamente era el caso que lo había cambiado todo tan drásticamente, así era la única forma en la que podían salir adelante, podrían seguir con sus vidas. Era la única manera en la que podían sobrevivir, superar la pobreza hambrienta y el asesino más peligroso, el dolor.

Los precios de los alimentos habían aumentado, era imposible comprar carnes, frutas y pan, ahora, eso se tomaba como un lujo inalcanzable, algo prohibido, y cada vez se volvía más difícil conseguirlos, sin mencionar que la paga en los trabajos era pésima, se contradecía totalmente el esfuerzo realizado en él, la paga absurda y el cansado y repugnante horario establecido. Las cosechas que se habían plantado hace unos meses deberían estar dando frutos para esta época del año, pero en este caso, no era así. El verano sería más duro está vez, y con las tormentas solares, nadie sabía si las frutas, verduras y raíces serían comestibles a causa de la radiación escabulléndose en la tierra y en los árboles secos. Todo iba de mal en peor. Era una clase de castigo, por ser pobres, nobles, por tener bondad, por amar, y esos requisitos son los únicos que necesitas tener para ser odiado aquí, para sufrir.

La población se había reducido notablemente en los últimos años, pero aun así, el alimento no era suficiente, la mayoría moría de hambre y una pequeña parte, se rompían en mil y un pedazos, sus ganas de vivir se perdían entre las nuevas reglas y las injusticias que se realizaban a diario; dejaban de avanzar, de luchar por lo que algún día soñaron, dejaron a un lado sus sueños y volaron a un lugar donde nadie es capaz de gritar ni lastimar, se ahogaban en sus propias lágrimas, pero nadaron en la angustia mucho antes de ello.

 En cambio otra pequeñísima parte de la población luchaba. Luchaba por hacer un cambio que se notará, querían escribir libertad en el aire y amor en sus corazones, pero sus esperanzas se perdían entre la sangre que se derramaba en la plaza, entre los recuerdos revolucionarios fallidos, entre los actos crueles. Y todo esto por culpa de La Corte... Así eran las cosas en el pequeño pueblo de Meiwy

Ella mantuvo la mirada baja mientras salía del escaso y mugriento mercado, mientras sus pies descalzos se lastimaban con la grava, hiriente y abundante, hasta llegar al callejón que conducía al bosque. Aquel lugar era conocido por albergar zozobra, almas sin posesiones ni amor. Personas que, lo perdieron todo por mentiras o que, sin opciones, la suerte nunca estuvo de su lado.  Ranahí se estremecía cada vez que pasaba por allí, le partía el alma ver personas de todas las edades agonizando en el suelo húmedo y dañino, gritando, buscando algo de comer entre las piedras con moho, niños llorando en los brazos de una madre que no era capaz de alimentarlos. Todo aquello la incitaba a correr y desaparecer de allí lo más pronto posible, eso la hacía hasta cierto punto, egoísta y superficial. Incapaz.

Deseaba tener lo suficiente para ayudar, quería transformar las injusticias en paz, pero ¿Cómo puede dar lo que no tiene? Aquí todos necesitaban algo pero la desventaja es que nadie comparte, nadie tiene y nadie siente la satisfacción luego ayudar a alguien necesitado. Prefieren ignorar lo de importancia y seguir con sus vidas. Ranahí no era la excepción, por lo que aceleró el paso y se mordió el labio inferior, evitando la mirada dilatada de los que allí se encontraban. Ignorando cada señal de ayuda se le solicitaba a gritos.

—Hola—una niña de unos cinco o seis años se le acercó sonriente. Estaba delgada y tenía el cabello cortado a la altura de las orejas, sus ojos negros se perdían entre las manchas de ceniza y carbón y llevaba puesto un vestido que posiblemente fue blanco alguna vez, ya que en ciertas partes podía verse la lucha entre los colores grises, cafés y amarillos.

— Hola pequeña— Ranahí trato de librarse de ella, pero su tierna voz volvió a escucharse entre las paredes húmedas.

— Tus ojos son lindos—dijo señalándola.

— Gracias, los tuyos también son hermosos.

 La niña sonrió apenada, alisándose el vestido con las manos y limpiándose los brazos con sus pequeñas manos, quizás nunca le habían hablado de esa forma, porque parecía muy contenta con aquel cumplido.

— ¿Cómo te llamas? Yo soy Ranahí.



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En el texto hay: fantasia, romance mistico, ciencia ficion

Editado: 09.07.2018

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