El odioso despertador volvió a sonar sin motivo, llevaba muchísimos años con él «¿Por qué no lo he tirado ya?» Refunfuñó mientras intentaba abrir los ojos. La cabeza le dolía horrores y ni siquiera se había quitado la ropa. De repente, imágenes de la noche anterior regresaron a su memoria y no pudo evitar sentirse miserable.
Cogió el móvil que continuaba apagado, en cuanto lo encendió tenía mensajes y llamadas perdidas de Eric. Sabía que debía hablar con él, aclararle que fue un calentón tonto y que se sentía avergonzada. Intentó dejar de pensar mientras se daba una ducha, pero le fue imposible, se puso ropa cómoda y empezó a organizar la casa que pedía a gritos que la ordenaran. Pasó toda la mañana entretenida, al menos no pensaba tanto en su metedura de pata.
Después de comer debía de volver al trabajo, esa semana estaba de tardes, así que se fue de casa sin ver a nadie, cosa que era demasiado extraña. Cuando llegó a casa cerca de las diez de la noche, Alina la estaba esperando con cara de pocos amigos.
—¿Ocurre algo?—preguntó Alma mientras abría la puerta de su casa.
—Pues no sé ¿Por qué no me lo dices tú?—entró tras ella cerrando la puerta.
—Alina, estoy cansada, la cabeza me va a estallar y hoy no ha sido muy buen día para mí—respondió sin ganas—Dime lo que me tengas que decir, no estoy para adivinanzas—se tiró en el sofá masajeándose las sienes.
—Mi hermano se fue de madrugada hecho una furia ¿Qué sabes tú de eso?
No hacía falta que le respondiera, la cara de su amiga era un poema, algo muy fuerte había pasado entre ellos para que Yahir se fuera en mitad de la noche.
—Anoche cuando me fui con Eric pues…—no se animaba a continuar.
—¿Qué pasó?—Alma apartó la mirada y ella se tiró a su lado en el sofá muy sorprendida—¡No habrás sido capaz de…! –su amiga asintió sin atreverse a mirarla a los ojos.
—Ni te imaginas cuanto me arrepiento, cuando me di cuenta de lo que estaba pasando era demasiado tarde. Yo volví a casa, él estaba ahí esperándome, y no le fue muy difícil adivinar de donde venía y qué había hecho.
—¿Y tú, como te sientes?—no pudo evitar acercarse hasta ella y rodearla con su brazo.
—Me siento la persona más miserable y rastrera del mundo. Si mi padre viviera se moriría al ver que ha sido de su hija…
—Todos cometemos errores Alma, creo que debes hablar con Eric y solucionar este mal entendido. No es el fin del mundo.
—Lo sé pero no puedo evitar sentir que lo estoy haciendo fatal. Te pido que no comentes nada de esto con nadie, ni siquiera con tu marido por favor.
—No tenías ni que decírmelo, pensaba guardar el secreto—miró su reloj de muñeca—Es hora de acostar a los niños, no vemos mañana ¿Eh?—la besó en la mejilla—¡Y descansa que falta te hace!
Los días que Eric tenía libres se acabaron y tuvo que volver al trabajo sin poder hablar con Alma, cada vez que intentaba ponerse en contacto con ella, le saltaba el buzón de voz o directamente el teléfono estaba apagado.
Pasó un mes y medio sin tener ningún tipo de contacto con él, hasta que un Domingo por la mañana llamaron al timbre insistentemente.
—¿Hasta cuándo vas a estar sin dirigirme la palabra?—Eric la hizo a un lado y pasó hasta el salón—Que no hemos matado a nadie, somos humanos y estas cosas pasan.
—Lo sé, pero eso no significa que esté bien, yo… ya no te quiero como antes, y tú lo sabías y aún así…—se calló para no herirlo.
—No te cortes, puedes decirlo, aún así estuviste conmigo mientras pensabas en el otro ¿Crees que soy tan tonto para no darme cuenta? Al igual que sé que te sientes mal por haberlo traicionado a él, y por haber jugado conmigo. Te conozco muy bien y créeme, no te preocupes por mí, ya me ha quedado claro, que el que sobra, como siempre, soy yo.
Salió de la casa echando chispas, a pesar de su discurso aparentemente sosegado, ella sabía que estaba demasiado alterado, sobre todo si tenía la intención de conducir, así que lo siguió escaleras abajo.
—¡No te vayas así! ¡Espera!—lo persiguió hasta el coche.
—¡Me estoy yendo de tu vida! ¿No es lo que quieres?—se metió en el coche y arrancó.
—¡Baja del coche!—golpeó la puerta del copiloto—¡No pienso discutir en mitad de la calle!—Eric hizo caso omiso, así que cuando el coche avanzó unos metros, Alma abrió la puerta se coló dentro y se puso el cinturón—¡Para el coche, por favor!
—¡Nadie te ha invitado a subir!—el coche empezó a coger cada vez más velocidad.
—¡No es necesario que corras tanto, frena!
Eric estaba demasiado dolido y alterado como para saber lo que estaba haciendo, Alma jamás lo había visto tan fuera de sí mismo. La aguja del cuentakilómetros cada vez subía más deprisa. Minutos después, ya casi estaban a las afueras de la ciudad cuando se detuvo en la cuneta.
—He perdido los papeles—se volvió hacia su acompañante la cual estaba tan pálida como una pared—¿Estás bien?
—Sí…sí. No te preocupes—al fin respiraba con normalidad—Siento haber llegado a este extremo, debí hablar contigo mucho antes.