La última Victoria ( Bilogía Familia #2) (2016)

CAPÍTULO 7

Las semanas fueron pasando, había días en los que Alma se encontraba llena de energía y se ponía el mundo por montera y en cambio otros en los que se le caía encima. Poco a poco se fue acostumbrando a sus altibajos. Melissa la llamaba todos los días y Luisa estaba más pendiente de ella que nunca. Lo único que le pesaba era que Alina estaba distante, y lo entendía. Ella jamás estaría de su parte estando su hermano de por medio, pero no podía evitar que le doliera. Llamó a la madre de Eric para darle la noticia de que sería abuela en poco tiempo, la mujer lloró de alegría, al final no había perdido a su hijo del todo.

Siguió trabajando hasta el quinto mes de embarazo, al parecer en el hotel se dieron cuenta de su situación y no dudaron en despedirla. Al menos había sido previsora y había estado ahorrando por si pasaba cualquier cosa.

Ahora estaba deprimida, embarazada, en paro, y para rematar, no podía dejar de comer a todas horas, Luisa no la reñía, decía que eso de comer por dos era bueno. En su última visita a su ginecóloga, le informaron de que todo iba bien, incluso ya se sabía de qué sexo sería su bebé, pero no quiso que se lo dijeran, prefería saberlo cuando naciera. También le dijo que tenía que dejar de comer tanto y hacer algo de ejercicio.

Estaban en pleno mes de Agosto y lo último que le apetecía era salir a pasear a plena luz del día con la que estaba cayendo, así que todas las noches antes de cenar, se daba un paseo por su barrio. No se le escapaba las miradas y cuchicheos de sus vecinos, pero había decidido que no le afectarían, pero a duras penas podía hacer oídos sordos a los comentarios.

Días más tarde cuando venía de comprar del supermercado, se topó con Alina en el portal y al verla con tantas bolsas decidió ayudarla.

—No deberías cargar tanto peso, no es bueno para ti—le arrebató las bolsas de las manos y se las subió a casa.

—Gracias, pero no pesan tanto como parecen—intentó romper el hielo.

—¿Cómo vas?—miraba su abultada tripa pero no se la tocó como hacía todo el mundo, la misma Alma decía que tenía complejo de Buda, todo el mundo le tocaba la panza.

—Va todo muy bien, gracias por preocuparte por nosotros—tratando de sacar las llaves se le cayeron y al tratar de agacharse sintió una punzada tan fuerte que no pudo volver a su posición vertical.

—¿Estás bien?—su amiga abrió la puerta del piso y la ayudó a llegar hasta la cama.

—No lo sé, pero me duele un poco aquí—dijo llevándose la mano a su bajo vientre.

—Tienes que ir al hospital a que te vean—se sentó a su lado, su preocupación era sincera.

—No pasa nada, parece que ya se me está pasando—respiró aliviada—Vete a casa, de verdad que estoy bien.

—Creo que no deberías estar viviendo sola, aunque nosotros estemos justo debajo necesitas que cuiden de ti, si te pasa algo y no nos enteramos, no podremos ayudarte.

—No sabía que te seguía preocupando, digamos que en todos estos meses hemos estado bastante desconectadas la una de la otra.

—Lo sé, me cuesta aceptar todo lo que está pasando, pero por supuesto que me preocupo por ti, por los dos—ahora sí le puso la mano sobre la tripa y el bebé se movió.

—¿Ves? A mi pequeño le gustas—ambas sonrieron emocionadas—Me gustaría que nuestra relación volviera a ser como antes.

—A mí también, espero que me perdones por mi estupidez.

—Y yo espero que me perdones por todos los errores que he cometido que, indirectamente has tenido que aguantar.

—Estamos en paz entonces—ayudó a Alma a sentarse—Y ahora, cuéntamelo todo acerca del pequeño diablillo.

 

Semanas más tarde, tomó la decisión de ir a ver a su madre y de paso informarle o más bien mostrarle que iba a ser abuela muy pronto. Preguntó a Alina sobre si su hermano se encontraba allí, pero la respuesta fue negativa, Yahir volvió a Argentina con Bradley y ahora se había convertido en empresario, se alegró mucho por él, que le fueran tan bien las cosas la reconfortaba mucho.

—No sé si haces bien en viajar sola ¿No quieres que te acompañe?—insistió Alina.

—Estoy embarazada no enferma, sé coger un avión yo solita—refunfuñó.

—Llámanos en cuanto llegues a la casa ¿Eh?—añadió Luisa—Y ni se te ocurra parir allí, este zagal tiene que ser malagueño por los cuatro costaos.

—No te preocupes, volveré pronto, Luisica—le quitó el bolso de las manos y se lo colgó al hombro.

El taxi la dejó en el aeropuerto, bajó su maleta, se encaminó a facturarla y a seguir esperando, a cada minuto se ponía más nerviosa, quizá no era buena idea.

Horas después aterrizó en Ámsterdam, y se alegró de que allí el calor fuera menos sofocante, volvió a coger otro taxi y mientras llegaba a Volendam se prometió que en cuanto diera a luz se sacaría el carné de conducir. ¡Odiaba los taxis!

Al llegar a la entrada, observó aquella fachada y aquel jardín que le gustaba tanto, la verja estaba abierta así que caminó hasta la puerta de madera. Había llegado el momento, debía llamar al timbre y esperar a que pasara lo que tuviera que pasar. Tardaron unos segundos más de lo habitual en abrirla, y su nerviosismo iba en aumento, cuando ya casi iba a romper el asa de su maleta de tanto apretarla, la puerta se abrió y tras ella se encontraba la encantadora Gladis, después de tantos años seguía tal y como la recordaba.




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