Al día siguiente, eran más de las doce de la mañana y Alma aún no se había levantado. Marta estaba preocupada, sabía que la presencia de su sobrino alteraba a su hija, así que no esperó ni un minuto más y se acercó a su habitación.
—¿Estás despierta cielo?
—Sí…—respondió sin apenas voz—No sé qué me pasa pero no me encuentro bien.
—Tranquila cariño, te voy a ayudar a vestirte, y vamos al hospital—Marta sacó lo primero que vio y enseguida ayudó a su hija a vestirse—¿Puedes levantarte?
—Creo que no…—intentó hacerlo pero en seguida tuvo que volver a sentarse—No puedo.
—No te preocupes, enseguida vuelvo. ¡No te muevas de aquí!—bajó las escaleras volando—¿Has visto a Yahir?—le preguntó a Gladis que salía de la cocina en ese momento.
—Sí, está en la cocina. ¿Ocurre algo?—pero ni siquiera le respondió, fue directamente en busca de su sobrino.
—¡Menos mal que estás aquí!—dijo Marta agitada.
—¿Qué te pasa Marta? Te veo muy nerviosa.
—Ven, tienes que ayudarme, Alma no se encuentra bien, no puede levantarse y necesito llevarla a que la vea un médico.
No dijo nada más, inmediatamente salió de allí con rapidez y Marta fue tras él. Cuando llegaron pillaron a Alma intentando levantarse.
—¡Ni se te ocurra!—Yahir llegó hasta ella y la alzó entre sus brazos.
—¡Qué haces, déjame en el suelo!—protestó.
—No es momento para tus caprichos—mientras discutían estaban bajando las escaleras.
—¡Por Dios hijos, no es momento de pelearse ahora!—Marta intentó poner paz.
Con cuidado la metió en el coche, y las llevó él mismo hasta la puerta de urgencias. Alma cada vez se encontraba más quieta y callada. Cuando llegaron a urgencias, una camilla salió a recibirlos y Yahir la depositó en ella, para después verla desaparecer tras la puerta donde nadie podía acompañarla.
—Muchas gracias por habernos traído, si no llegas a estar tú no sé si habríamos llegado hasta aquí—se abrazó a su sobrino con lágrimas en los ojos—¡Es tan tozuda! Debería haberle hecho caso a su doctora, pero no se deja ayudar… Es culpa mía, debería haber estado más pendiente de ella.
—No es culpa de nadie, ya sabemos cómo es—ambos se sentaron en la sala de espera—¿Qué le dijo exactamente la doctora?
—Que tenía la tensión un poco alta y principio de anemia, le dijo que tenía que estar tranquila e intentar no llevarse ningún sobresalto.
—Es preocupante—se levantó de la silla y se quedó mirando la puerta de urgencias con gesto serio—Creo que yo he provocado que su situación se agravara. Si algo le pasa por mi culpa…
—Tranquilo, no le va a pasar nada. ¿Por qué crees que es culpa tuya?—lo cogió de la mano y él volvió a sentarse.
—Anoche tuvimos una conversación y para variar le dije algo horrible, ella se enfadó y terminamos discutiendo. Si lo hubiera sabido…—se lamentó.
—Me gustaría preguntarte algo. Sé que eres una persona muy reservada… ¿Qué es lo que sientes por ella? Y no me digas que nada, porque no es eso lo que veo en tus ojos.
—Desde el día que la conocí supe que Alma me traería problemas. No me equivoqué. Es cierto que al principio no la toleraba pero después cuando tuve el accidente, me demostró que no era tan mala como yo creía—suspiró con nostalgia—No vi venir el tren hasta que me llevó por delante y desde entonces no he podido olvidarme de ella.
—Eso es muy bonito, jamás te he oído hablar así. ¿Por qué no se lo dices?
—Porque es demasiado tarde, Alma me echó de su lado hace años y desde entonces nos hemos hecho la vida imposible porque la indiferencia no era suficiente para nosotros.
—Escúchame bien, en el fondo yo sé que ella siente que se equivocó contigo, pero es muy orgullosa y le cuesta admitir sus errores. Mi hija sigue sintiendo cosas por ti—le apretó la mano con cariño—¿Por qué crees que se pasa horas en tu casa? Y si vieras como mira a Laura te darías cuenta que los celos se la comen.
—¿De verdad piensas eso?—preguntó sorprendido.
—Yo no soy ella y vete tú a saber lo que tiene esa niña en la cabeza, pero lo que sí posee en su corazón son muchos fantasmas. ¿Estarías dispuesto a luchar con ellos?
—No lo sé…—dudó mientras jugueteaba con las llaves del coche—Lo único que quiero es que alguien salga por esa puerta y nos diga que está bien y que no corre ningún peligro.
—Dios te oiga hijo, ojalá sea así—Marta se quedó mirando a la nada esperando alguna buena noticia.
Una hora más tarde, salió el médico de urgencias a informarles, la situación era algo delicada, Alma padecía preeclampsia y eso ponía en riesgo su vida y la de su hijo. Si no lograban estabilizarla, debían sacar al bebé antes del término del embarazo y las posibilidades de que saliera adelante serían pocas. El médico prometió hacer todo lo posible para retrasar al máximo el nacimiento del bebé. Una enfermera les informó que Alma estaba dormida y que podían pasar a verla un momento.
Pasaron a la habitación en la que sólo rompía el silencio el monitor de signos vitales con su pitido estridente. Marta no pudo evitar echarse a llorar al ver a su hija en aquella cama rodeada de cables.