Con los papeles en la mano, salió rápidamente hasta el comedor, sorprendiendo a su madre y a su hermana.
—¿Qué significa esto?—extendió los papeles frente a ellas para que lo vieran bien. Las dos se miraron sin decir nada—¿Alguna me puede dar una explicación de lo que pone aquí?
—Cariño, no te enfades, pero estábamos desesperados y esta era la única solución—intentó calmarla Marta.
—¿Solución a qué? ¡En estos malditos papeles pone que tu adorado sobrino es el padre de mi hija cuando eso no es cierto!—gritó agitando los documentos.
—¡No iba a permitir que se llevaran a Victoria lejos de nosotros! ¡Era la única opción que teníamos! ¿Es que no lo entiendes?
—Lo que entiendo es que me habéis mentido…otra vez—soltó los papeles y se sentó en el sofá, se sentía débil.
—Alma—la llamó su hermana—Te prometo que no había otra alternativa, y no te hemos engañado, sólo queríamos esperar un poco más para decírtelo.
—Vale, pues ya me doy por enterada, lo que quiero saber es porque se querían llevar a Victoria de aquí—suavizó su voz y eso las alivió a todas.
—Sus abuelos querían llevársela a España—aclaró Marta—Incluso trajeron un abogado, decían que al no encontrarte tú en condiciones de estar con ella y dado que su padre biológico estaba muerto, ellos podían hacerse con su custodia por ser sus abuelos. Cielo yo no podía permitir que te separasen de tu niña—se sentó a su lado mientras Alma le limpiaba las lágrimas.
—Tú también eres su abuela ¿Por qué no te la dieron a ti?
—Soy su abuela, pero legalmente no soy nada tuyo… ni siquiera llevas mi apellido—suspiró con tristeza—Por eso Yahir pensó en esto y quiso ayudarte, te juro por lo que más quieras que esa es la verdad y que no te estamos engañando.
—Perdonadme yo no sabía cómo habían pasado las cosas, es que Olaya me hizo pensar mal, está muy enfadada.
—Supongo que aún podrás aclarar el tema del juzgado y asunto zanjado.
—Sí, eso será lo mejor, volveré a España y allí arreglaré lo que tenga que arreglar—se levantó lentamente y se fue a la habitación para ver a Victoria.
Miró la maleta y, como una autómata empezó a guardar sus cosas y las de la niña, aunque no pudiera llevárselas todas de golpe. Cuando la niña despertó, jugó con ella, verla reír era su medicina. A pesar de todo lo que había dicho, sí que se sentía un poco engañada, triste y abandonada. Era hora de cambiar el rumbo de su vida.
—Mel—llamó a su hermana que estaba en el jardín mirando la nada—¿Podrías llevarme al aeropuerto? Vuelvo a casa en el primer vuelo que haya.
—¿Lo has pensado bien?—Alma asintió—Dejas muchas cosas aquí y no me refiero a lo material ¿Te vas a rendir así?
—No es cuestión de que me rinda o no, es cuestión de sensatez, tengo que empezar a cuadrar mi vida, ya no soy sólo yo, tengo una hija que depende de mí y no puedo seguir aquí perdiendo el tiempo esperando que pase algo cuando lo único que pasa es la vida. No se lo digas a nadie hasta que me haya ido, dile a mamá que no estoy enfadada con ella y que la llamaré de vez en cuando—su hermana la abrazó sin poder reprimir las lágrimas.
—No te vas a ir sola, yo me voy contigo.
—Cariño, no puedes hacerlo—se separaron—Tienes que volver a París y plantarle cara a tu trabajo y a Pierre, y pase lo que pase, la cabeza bien alta, quién no te quiera como eres es que no merece la pena.
—¿Has probado a aplicarte tus propios consejos?
—Como decía mi padre… «Haz lo que yo te diga pero no lo que yo haga»—las dos se echaron a reír—¿Me llevas al aeropuerto o no?
—Cuenta con eso, voy a cambiarme y enseguida nos vamos—Mel entró en casa mientras Alma daba su último paseo por aquel hermoso jardín que tanto le gustaba.
Una hora después, Alma, Melissa y Victoria ya estaban en el aeropuerto. Melissa seguía insistiendo en irse con ellas, pero Alma se negó. Llegó el momento de embarcar y se despidieron entre lágrimas. Lo que nadie esperaba es que Alma no iba a volver a Málaga, sabía perfectamente que sería el primer lugar en el que la buscarían. Mientras surcaba el cielo de Europa, Alma imploraba al mismo que su suerte cambiara y por una vez poder estar tranquila.
Semanas después…
Estaba amaneciendo cuando por fin llegó a casa, estaba todo en silencio, aún no se había despertado nadie. Caminó despacio hasta su habitación, había pasado demasiado tiempo desde que se tuvo que ir y no dio ni una sola explicación, debía prepararse para la que le iba a caer encima, sabía que sería así, debía ser así. Con lentitud abrió la puerta y se asomó despacio, su rostro se contrajo al encontrar de nuevo el despacho igual que antes. Lleno de inquietud, subió las escaleras y entró en la que era su habitación, allí tampoco estaba. Abrió el armario, abrió cajón por cajón y en todo ello la respuesta era la misma, todo estaba vacío. Lo había vuelto hacer, se había ido de nuevo.
Como alma que lleva el diablo, cogió su móvil y la llamó, pero una voz robótica le informaba que el teléfono al que llamaba no pertenecía a ningún cliente. Sin saber que hacer despertó a sus tíos y a su prima, alguien le debía una explicación.