Pasaron semanas y Alma logró reunir algo de dinero para buscar un lugar para ella y su hija, pero Silvia no se lo permitió, se había encariñado demasiado con Victoria y se negaba a dejarlas ir.
Entonces Alma decidió invertir ese dinero en algo que le hacía mucha falta, su permiso de conducir, en poco más de dos meses lo consiguió. Por primera vez en mucho tiempo se sentía realizada y un poco más feliz. Siguió llamando a su madre cada vez que podía y le decía lo de siempre que no tenía que preocuparse y que estaban bien.
Una tarde llegó a casa temprano, Silvia se estaba empezando a acicalar porque esa noche tenía una cena de negocios mientras Victoria balbuceaba y parloteaba sin parar, tenía ya ocho meses y esperaban ansiosas que dijera su primera palabra.
—Hola cielo—la sacó de su corralito de juegos y la abrazó.
—¡Ya estás aquí!—Silvia se asomó al salón en albornoz—¿Qué tal el día? ¿Te ha vuelto a tirar los tejos David? Es un chico muy mono, deberíais salir un día.
—¡Estás pesada con David! Ya sabes que yo paso de los hombres—David era el encargado de su tienda, un chico de unos treinta y pocos, soltero y muy resultón.
—¿Eso quiere decir que ahora vas a ir con chicas?—bromeó Silvia.
—Sí cariño, estoy esperando a que te decidas—le guiñó un ojo a su amiga y después las dos estallaron en carcajadas.
—Bueno… nunca se sabe. Pero ahora en serio, es muy majo ¿Por qué no le das una oportunidad?
—Silvia…—la nombró con reproche—No tengo ni tiempo ni ganas, todo lo que necesito lo tengo aquí—señaló a Victoria que había vuelto a su corralito—Estoy más que satisfecha.
—¡Y una porra! Tú sigues loquita por los huesos de cierto neerlandés—la miró de reojo y soltó una sonrisa perversa—Por cierto, lo busqué en internet, no es que sea el tío más guapo del mundo, pero según te fijas tiene cositas. No me extraña que estés así de atontada y tiene un cuerpo…—dejó de hablar al ver como su amiga la miraba con gesto serio—Vale, ya me callo.
—Por enésima vez te digo que paso de los tíos—salió del salón y fue directamente a su habitación. ¿Tan difícil era entender que estaba bien así? Conocía a Silvia y sabía de sobra que intentaría buscarle un ligue tarde o temprano.
De vuelta en Volendam…
—Toma—le pasó un papelito a Yahir—Este es el número del que ha llamado hoy. ¿Crees que de verdad esto funcione?
—Funcionará, te lo prometo—se guardó el papelito en el bolsillo como si fuera su bien más preciado—Ahora tengo que irme, en cuanto averigüe algo os lo hago saber.
Salió de la casa directamente al despacho de un amigo que lo estaba ayudando a buscar a Alma, no tardaría demasiado en encontrarla y en pedir explicaciones.
Silvia se fue dejando a madre e hija solas toda la noche. Cada día que pasaba se alegraba más de haber tomado la decisión correcta respecto a Victoria, ella era lo único que la motivaba en su vida, era su alegría, jamás hubiera concebido vivir sin ella.
—¿Cuándo vas a decir mamá eh?—la niña reía enseñando los dos dientecitos que tenía—Es fácil «ma-ma ma-ma ma-ma»—Victoria la miraba muy seria y juntaba sus labios imitando a su madre, pero no conseguía nada.
Las dos se fueron a la cama para que la niña rodara de un lado para otro, era un espectáculo de lo más gracioso. Cuando se cansó de rodar se acurrucó junto a su madre que la miraba con devoción.
—«Pa-pa pa-pa»—por fin Victoria dijo su primera palabra.
—¿Qué has dicho?—no se lo terminaba de creer—¡A ver otra vez!
—«Pa-pa pa-pa»—repitió la niña.
—¡Has hablado!—la cogió en brazos y se incorporó—Aunque desgraciadamente nunca podrás usar esa palabra con nadie—dijo con tristeza mientras besaba a su hija una y otra vez.
Pero Victoria no se cansaba de repetir su primera palabra, así que, Alma cogió su móvil y la grabó para poder enseñárselo algún día a su familia.
Cuando consiguió dormir a Victoria, ella también hizo lo propio, ya que al día siguiente debería madrugar para ir a trabajar.
Unos días después, estaba sacando de las cajas unas prendas que acababan de recibir para después colocarlas cuando David se le acercó.
—¿Necesitas ayuda con eso?—se agachó con ella mientras sacaba unas camisas.
—No, ya casi está—le devolvió una sonrisa agradecida.
—¿Sabes? Al principio de conocerte pensé que eras una enchufada y que no durarías aquí ni dos días.
—¡Vaya gracias!—respondió con falsa desgana.
—Pero de los errores se aprende y a pesar que eres la que menos tiempo lleva con nosotros, he podido observar que eres la que más trabaja y ayuda a nuestros clientes a encontrar lo que buscan, y no sólo eso, ellos vuelven y preguntan por ti para que los vuelvas ayudar. Te has convertido en alguien indispensable aquí.
—¡Ay, David! Tampoco es para tanto, todos son muy amables conmigo, no me cuesta nada.
—Lo sé—se hizo un silencio entre los dos y David estaba a punto de pedirle una cita cuando llegó un cliente—Buenos días ¿En qué puedo ayudarle?