Me incorporo violentamente al sentir que me ahogo. Reconozco el lugar. Es urgencias de mi hospital. Estaba casi por llegar, así que seguro era el más cercano. No entiendo porque estoy en el ala general, no es que me moleste, pero al reconocerme, mi equipo médico tendría que haberme llevado al área privada. Se acercan médicos y enfermeras a revisarme las pupilas, el corazón, el estómago…Quiero hablarles, pero no puedo, no me sale la voz. Me recuestan y me inyectan sedantes. Me siento pesada y una pareja como de mi edad, bañados en llanto, se acercan a la cama.
No tengo idea de quienes son ni de que Michelle están hablando. Por eso no debía ser ingresada aquí, desgraciadamente son comunes las confusiones, porque entre las heridas y los vendajes, a veces los pacientes pueden estar irreconocibles. ¿Tan mal estoy?
Las enfermeras se los llevan hacia la sala de espera. A mi derecha, escucho la voz del Dr. Guzmán, director del hospital y estoy a punto de hablarle, cuando escucho también a mi marido y a mi asistente.
Quiero levantarme y decirles que esto es un error, pero el cuerpo no me responde. Apenas puedo girar la cabeza y alcanzo a ver el perfil de Mario. Me duele verlo encorvado y empequeñecido a pesar de su altura. Abril llora desconsoladamente y se cubre la cara con las manos. El Director se disculpa y pasa frente a mí, pero no puedo decirle que yo estoy en esta cama, no en esa y que se equivocaron, que debería estar en… Escucho la risa de Abril, como un murmullo.
Abril, se acerca seductoramente a él y le acaricia el trasero.
Lo dice con un cinismo y una frialdad que no le había visto nunca.
Mario la toma por la cintura y desliza su mano bajo su falda. Ella gime. Esto es peor que la muerte.
Ella baja el cierre de su pantalón y mete la mano.
Le sonríe coqueta y cuando se da la vuelta para irse, él le da una nalgada mientras se sube de nuevo el cierre. Veo claramente su erección. Ella reprimió un grito y al cruzar la cortina, volvió a poner su cara de compungida. Pasó a mi lado y me miró burlona. Yo entre cerré los ojos para que no notara que estaba despierta. Ahogué el grito de dolor en la garganta. Mario mira con odio a quien está en la cama frente a él y se yergue en toda su altura.
Salió intentando verse triste. Yo comencé a llorar. Se dispararon las alarmas de los monitores y el equipo de urgencias corrió a atenderme. Yo quería que esto sólo fuera una pesadilla o desaparecer. ¿Humillaciones? ¿En qué momento lo había humillado? Me había pasado toda la vida ayudándolo, apoyándolo para que terminara la escuela, para que creciera profesionalmente. Yo no lo forcé a cuidar a los gemelos; si me hubiera dicho que quería estudiar él primero mientras yo me encargaba de los niños, lo habría hecho. Siempre lo presenté a mis colegas y directivos con orgullo como mi marido. Un recuerdo me punzó la sien: El día que le dije que no podía nombrarlo Director General de los Hospitales. Que yo fuera la CEO de la empresa no significaba que pudiera recurrir al nepotismo e imponerlo sólo por que sí. Por más que le insistí durante años, no quiso forjar ni la experiencia ni el conocimiento para un puesto de esa magnitud. ¿Esa era la humillación? ¿Qué no pasé por encima de todos para darle lo que quería?