La venganza de la Ceo adolescente

Sueños Rotos

Edgar entró visiblemente enojado.

  • ¿Cómo es posible que la estés presionando con eso? Dijimos que sólo si la daban de alta a tiempo y ella se sentía en condiciones de presentarse, lo haría, si no; ni modo, habrá otros concursos, otros realities y otras oportunidades.
  • ¡Pero no cómo esta! ¡Ese programa tiene proyección internacional!
  • Ahorita con el internet todo tiene proyección internacional. Los videos de Michelle siempre han tenido visitas de todo el mundo sin necesidad de una televisora o compañía de esas…
  • ¡Pero esto es diferente!
  • ¿Porqué? ¿Por qué tú tuviste el sueño de participar hace más de veinte años cuando se hizo por primera vez y no te aceptaron? ¿Y por eso ahora quieres que ella sea parte a toda costa?

Yo no entendía nada, pero vi la cara de Luz María transformarse, y esta vez era un sentimiento auténtico, estaba verdaderamente dolida. Lo peor. Nunca he sido de ver televisión, pero tenía claro de que programa hablaban. Era el favorito de mi propia madre. ¡Mi mamá! ¿Dónde estaba mi mamá a todo eso? No la vi en el funeral… Quizá fue más temprano o más tarde, ¿Pero por qué no se quedó todo el tiempo? ¿Y si se puso grave con la noticia?

  • ¡No fue que no me aceptaran! ¡Fue tú culpa! Antes de poder participar, me di cuenta que estaba embarazada, así que ella me lo debe.

“Me lo debe”. Esa frase se me estrelló en la cara al recordar a mi madre y a mi misma diciéndoselos en alguna discusión estúpida a mis hijos. Nunca había sido consciente de lo poderosas y destructivas que podían ser esas tres palabras.

Carmen, mi madre, tenía el gran sueño de ser pintora. Había estudiado en las mejores academias desde niña y a sus 19 años, había recibido una importante beca en un instituto europeo. Mi abuela estaba feliz, mi abuelo no tanto. Para él, las mujeres debían encontrar un buen marido que asegurara su estabilidad económica y punto; lo demás eran actividades para distraerse. La empresa panificadora en la que trabajó toda su vida, hasta tenía un día en que las esposas de los altos ejecutivos se reunían a hacer cosas de "señoras": coser, bordar, tomar el té y si, pintar. A eso lo habían reducido.

Javier Luna, mi papá, era unos cinco años mayor que ella y era hijo de un amigo de mi abuelo, por lo que visitaba la casa constantemente. Desde que Carmen lo vio por primera vez, le gustó, pero estaba tan concentrada en su sueño, que ignoró esos sentimientos. El verano anterior a su viaje al extranjero, mi padre y mi abuelo paterno llegaron a quedarse unos días con mi abuelo materno porque no tenían casa, ya que hacía unos meses, que se habían ido a vivir a la frontera y sólo estaban de visita por algunos pendientes sin resolver. Los dos jóvenes no pudieron evitar verse todo el tiempo y las hormonas hicieron que sucediera lo inevitable.

Cuando Javier regresó a Tijuana, mi madre ya estaba embarazada de Gabriel, mi hermano mayor. Mi abuela al enterarse, cayó en el hospital del coraje. Mi abuelo era el más feliz y le habló a su amigo para organizar la boda. El viaje a Europa y la beca se fueron al traste y a los seis meses, mis padres se casaban en una iglesia de Monterrey acompañados de la crema y nata de la ciudad.

Antes de conocer la historia, no entendía porque mi mamá tenía un semblante tan triste en su foto de bodas. No le di mayor importancia porque los recuerdos de mi infancia son de ellos siempre juntos y tratándose con cariño y cordialidad. Tras conocer a Mario, embarazarnos y casarnos, me di cuenta que eso no era amor. Mis padres eran más amigos y socios que pareja, a pesar de que después de Gabriel nacimos cuatro hijos más.

No había esas miradas apasionadas o de menos tiernas entre ellos, esa complicidad. Habían simplemente cumplido con lo que esperaban mis abuelos, la sociedad en la que crecieron y dejaron de lado lo que realmente querían y soñaban. Mi madre siguió pintando, pero sólo para la familia o amigos. Se armó un pequeño estudio en nuestro jardín al que, mientras crecimos, sólo iba un par de minutos al día, cuando éramos adolescentes lo amplió a media hora y ahora que sólo está con papá, pasa casi todo el tiempo ahí. Por eso sufrió tanto cuando me embaracé de los gemelos, pensó que se repetiría la misma historia y yo dejaría todo por criar a los niños.

Me reí para mis adentros amargamente. Después de todo tenía razón respecto a Mario. Un día que discutíamos sobre el tema, le solté que no podía entenderme porque ella nunca se había enamorado, se había casado con mi padre sólo porque estaba embarazada y se toleraban, pero no se amaban. Aún recuerdo su mirada llena de tristeza y como se aguantó las ganas de abofetearme o de menos insultarme. Simplemente se sentó en el sillón de la sala, sacó uno de esos cigarros herbales que le gustaban, lo encendió y tras un par de fumadas, me miró fijamente y me dijo:

“Tal vez tú padre y yo nunca hemos sentido ese amor apasionado que dices. Pero aprendimos a querernos, respetarnos, ayudarnos y aceptar lo que nos tocó vivir, y decidimos hacerlo lo mejor posible; tanto, que ustedes, los cinco, salieron adelante y pudieron dedicarse a lo que se les dio la gana. Si me preguntas, viendo las cosas así, prefiero un hombre que siempre ha sido confiable a un amor que sea llamarada de petate y quizá mañana se acabe..:”

Por supuesto no sólo no hice caso a lo que me dijo, sino que me enojé aún más por lo conformista que sonaba. Me dolía que no hubiera sido lo suficientemente firme y segura para irse a Europa a hacer realidad lo que quería aún con Gabriel a cuestas. Me enojaba de sobre manera sentir que se había sacrificado por nosotros. Ahora, con lo que dijo Víctor de lo solos que se sintieron, aunque yo los acompañara, ya no estoy tan convencida de que la equivocada haya sido mi madre.




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