La venganza de la Ceo adolescente

Verónica y Mayra

Cuando empecé en Medi Core Associates, recién desempacada de la Universidad, había muchas cosas que no sabía hacer. Mis hijos estaban pequeños, Mario había empezado la Universidad y yo tenía que dividirme entre trabajo, guardería, niños… Mi jefe era el gerente de ventas, un tipo déspota, abusivo, al que le encantaba humillar a la gente. Yo aguanté muchas groserías porque era mi primer trabajo, porque la paga era muy buena y porque lo necesitaba para sacar a flote a mi familia.

Un día, uno de los gemelos se peleó con otro niño en la guardería y tuve que ir por él en mi hora de comida y llevármelo a la oficina. La jefa de enfermeras se compadeció de mí y lo tuvo en el área de pediatría con los pacientes no infecciosos.

Faltaba menos de una hora para la salida y creía que la había librado, cuando una de las vendedoras, que me odiaba porque la había puesto en evidencia por su mal manejo de viáticos, se dio cuenta y fue a contárselo a mi jefe.

  • ¿Crees que los recursos del hospital son para uso personal?
  • Claro que no. Fue una situación excepcional. No volverá a suceder.
  • Claro que no volverá a suceder porque tú…
  • ¡Jefe! Qué bueno que lo veo. Lo anda buscando el subdirector.
  • ¿A mí? ¿Para qué?
  • ¡Verónica! Por cierto, gracias por darte cuenta del desfalco en los viáticos. Mi jefe está muy agradecido. Tu jefe seguro sabrá explicarle que pasó. ¡Ah! Y vi que te animaste a traer a tu hijo para ayudarnos a probar el nuevo material de la guardería en Pediatría…

Era Mayra, que en ese entonces, era la asistente personal del SubDirector administrativo. Habíamos coincidido en la cafetería un par de veces. Era una mujer muy eficiente, estricta pero justa y, sin que yo lo supiera, había seguido mi trayectoria e investigaba lo que pasaba en mi departamento.

Al final del mes, corrieron al gerente y a la vendedora que había manipulado sus cuentas y a mí me ascendieron a gerente. Mayra y yo nos volvimos inseparables desde entonces. Me vio escalar puestos, desde gerente de varias áreas a subdirectora administrativa, regional de administración y finalmente CEO. Ella por su parte, recibió una muy buena oferta de una farmacéutica y se convirtió en directora de Recursos Humanos.

Nuestra amistad se mantuvo intacta. Fui dama de honor en su boda. Lina y Alexander, su hijo, tenían la misma edad y estuvieron juntos de la primaria a la preparatoria, de hecho, bromeábamos con que seríamos consuegras. Luego mi hija se quiso ir a Nueva York, su hijo se fue a Europa y está por terminar sus estudios en Seguridad Alimentaria.

Seis meses antes del accidente, nos vimos como todos los miércoles para desayunar. Hablamos de los hijos, del trabajo…

  • Lo bueno es que cuento con Abril para ayudarme con los pendientes. No pongas esa cara…
  • Sabes que esa niña no me cae.
  • Lo sé, pero no entiendo por qué. Es una chica que la ha pasado mal. Su padre los abandonó cuando era muy niña, su madre pudo sacarlos adelante, pero se volvió muy fría y no tuvo los recursos para estudiar lo que quería y optó por una carrera técnica para ganar dinero cuanto antes.
  • Me lo has contado. Pero no es por eso. Hay en su discurso un complejo de víctima.
  • Tú siempre ves lo malo en las personas, yo lo bueno. Por eso nos equilibramos y somos amigas.
  • Sabes que admiro tu capacidad de ver lo positivo, pero a veces pierdes la objetividad con los más cercanos.
  • Si así fuera, eso te incluiría ¿No?
  • No me importaría si eso te hiciera quitarte la venda de los ojos, porque no sólo es Abril. Tus hijos no agradecen tus esfuerzos y parece que tienes rogarles que vengan a verte. Tú marido parece invitado más que tu pareja. ¿Hace cuánto que no te lleva a cenar o a bailar o que al menos pasan un rato a solas en casa? Eres una mujer muy inteligente, pero en estas cosas a veces pecas de tonta…
  • Pero al menos soy una tonta feliz, con un marido al que si le gustan las mujeres y a la que sus hijos al menos le hablan…

Fue un golpe demasiado bajo, me dejé llevar por la molestia que me provocaron sus palabras. Su matrimonio se había terminado apenas hacía unos meses porque Alberto, el padre de sus hijos, había salido del closet y se había revelado cómo transgénero después de casi cincuenta años. Su hija la culpaba por su carácter tan “masculino” que sentía había “castrado” a su papá, y se había ido a vivir con su abuela paterna. Su hijo, había cortado cualquier comunicación porque le reprochaba apoyar a Alberto a pesar de todo.

Dejamos de hablarnos desde ese día y no pude disculparme antes de mi muerte. No la vi en el funeral, pero sabía que le dolía profundamente. Supongo que no quiso cruzarse con Abril, con Mario e incluso ni con mis hijos. No habría aguantado las ganas de exigirles explicaciones o de reclamarles al menos, porque estaba segura que si no fue a verme al hospital mientras estuve en coma, fue porque no la dejaron pasar. Escribí la carta tratando de retener las lágrimas.

“Querida Mayra:

Escribo estas líneas queriendo decirte todo personalmente, pero temiendo que no pueda hacerlo. No he dejado de pensar en ese día y las cosas terribles que te dije, traicionando lo que en confianza me confesaste.




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