La Verdad Sobre Iepcom 2: La Rebelión de los Oprimidos

Capítulo VII: Verdades Inesperadas

Alden Van Slyke se había visto en la obligación de hacer acto de presencia en los Estados Unidos de América, la tierra natal de su difunta esposa, a causa de su hija Nolee, pues se enteró de que la joven había viajado a aquel país sin su aprobación, dispuesto a encontrarla y a regresar con ella a Santa Leah, por todos los medios posibles.

Él tenía dos motivos para evitar que su “princesa” pasara al menos un día en ese lugar. Primero, no quería que sufriera ningún daño mientras se encontrara de viaje, cosa que no podía evitar, pues no sabía en dónde se encontraba con exactitud y eso lo hacía desesperarse. Y el segundo era que, por nada del mundo podía permitir que ella descubriera todas las cosas malas que hacía por medio de su sociedad con la Doctora Jhonson y el Jefe de Policía Fitzpatrick, pues ella ignoraba por completo lo que él hacía para que sus socios cometieran sus fechorías.

Pero en medio de su visita -la cual creía que sería corta-, se dirigió al Cuartel de la Policía Central, pues tenía una cita con Mc Keller en ése lugar, para saber si ya había resuelto aquel “asunto” que le había encomendado días atrás.

Ian ya se encontraba allí y lo esperaba en una oficina, pero no sabía qué decirle- porque tampoco sabía si el chico había muerto ésa tarde- y cuando el hombre entró, le preguntó, sonriente:

—¿Tan importante es que cumpla con mi tarea, Van Slyke?

—Aquí el que hace las preguntas soy yo —respondió él, muy serio—, se supone que soy tu jefe, McKeller.

—Calma, no es para tanto.

—¿Mataste al chico? —le preguntó, mirándolo fijamente.

—Antes de responder esa pregunta, me gustaría saber algo.

—¿Y qué será? —le preguntó el hombre.

—¿Acaso tiene algún parentesco con ése chico, señor?

—Es mi hijo —le contestó Van Slyke, impasible.

Ian se sorprendió mucho y no dijo nada, por lo que el hombre prosiguió:

—Es mi hijo menor, pero como tú mismo te diste cuenta, nació con "la maldición" y por eso lo envié a Santa Esperanza, junto a mi esposa, que no quiso abandonarlo.

—¿Cómo puede hablar tan calmado de algo como eso? —le preguntó Ian, sin salir de su asombro—. ¡Es su hijo! Tiene su propia sangre corriendo por sus venas. ¿No le dolió abandonarlo a su suerte?

—La Ley de División lo exige y yo nunca he dudado en hacer que se cumpla a cabalidad. Es mi hijo, pero antes que nada están la ley y las costumbres de nuestro país.

"¿Qué diablos hice? Él era inocente de todo", fue lo que pensó Ian ante el argumento de Van Slyke.

—¿Para qué quería que lo asesinara?

—Porque es un obstáculo en mis planes en primer lugar —respondió él—. Segundo, porque las personas que poseen "la maldición", a mi parecer deben ser eliminadas de la faz de la Tierra, sin importar nada. Y por último, porque no voy a permitir que mi hija se entere de que en la familia Van Slyke hay alguien que con su sola existencia enloda nuestro apellido y alcurnia.

Entonces Ian decidió contarle una mentira -que realmente era una verdad, aunque él no lo sabía- a ése hombre:

—¿Sabe una cosa? Yo no lo maté, me di cuenta de que no era peligroso y lo dejé con vida. No voy a matar a nadie por un simple capricho de un tipo que discrimina a la gente solo por el color de sus ojos, porque a mí no me interesa la ley ni nada de eso... no soy tan idiota como para hacerlo.

Y dicho esto, Ian se dió media vuelta y salió de ese lugar a paso firme, dejando tras él a un furioso Van Slyke, que antes de desatar su ira, decidió cambiar su estrategia y enviar a alguien más, que tuviese ventaja sobre él, por lo que debía reunirse con Fitzpatrick, para discutir eso.
Lo único que Ian tenía en mente en ese momento, era que el chico no estuviese muerto en realidad...

Mientras tanto, en una casa de San Francisco, Garrett y sus compañeros en la tarea de acabar con aquellos que buscaban someter al país por completo y acabar con ellos se encontraban desayunando. El chico miraba a todos fijamente, sin decir nada -algo muy raro en él-, por lo que Cloe le preguntó, curiosa:

—¿Qué pasa? ¿Por qué tan serio, cariño?

—Nada en especial, es que quiero contarles algo de lo que me enteré ayer.

—¿Son buenas o malas noticias? —le preguntó Stuart, preocupado.

—¿No puedes esperar a que termine mi desayuno, Garrett?— le preguntó Megan, porque no le gustaba que la interrumpieran cuando comía.

—No, no puedo —fue la respuesta que le dió el moreno—. Es algo muy importante.

—¿Ya encontraste el "criadero"?

—No es necesario —dijo él—, Troy no está en ese lugar.

Eso dejó a todos muy sorprendidos, pues nunca se les había pasado por la mente algo como eso. Fue Megan quien le preguntó, en medio de su asombro:

—¿Pero cómo lo sabes? Troy debe estar en el "criadero", seguramente lo tienen encerrado allí, supongo que para castigarlo por lo que pasó en IEPCOM, o algo así.

—Yo lo inferí porque escuché una de las pláticas entre Jhonson y Fitzpatrick —les explicó él—. Y nunca llegaron a mencionar que se encontrara allí.

—¿Y qué más descubriste? —le preguntó Stuart, muy intrigado.

—Jhonson y Fitzpatrick estuvieron casados y tuvieron una hija —soltó el moreno, sin anestesia—. Según entendí, la chica desapareció hace años y no han dejado de buscarla.

Las expresiones en las caras de sus compañeros al conocer el posible motivo de Jhonson y de su ex-esposo eran muy distintas: Stuart tenía un gesto indescifrable, estaba descolocado y no se atrevía a hablar. Cloe estaba triste, ella era muy sensible a los problemas familiares -ya fueran suyos o de otras personas-, todo parecía cobrar sentido para ella y Megan estaba muy seria, porque presentía que su amigo no había dicho todo lo que sabía.

—Y eso no es todo —prosiguió el hacker—. Creo que ya sé quién es el socio de ese par...

—¡Dilo ahora! —exclamó Cloe, muy emocionada—. Tenemos tanto tiempo esperando por eso que no puedo esperar más, amor.




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