El sol ya había trepado por los edificios, bañando la ciudad con una luz tibia que no alcanzaba a calentar del todo.
Tomás cerró la puerta de su departamento con precisión quirúrgica, girando la llave como si sellara algo más que una entrada.
En sus manos llevaba una carpeta. Pesaba más de lo que parecía.
Empezó a caminar por el pasillo hacia la escalera.
Un olor fuerte lo envolvió de pronto: lavandina.
Penetrante.
Demasiado fresco.
Tomás se detuvo un segundo.
Frunció el ceño.
“Ese olor…”
Un eco cruzó su memoria. Toallas empapadas. Una mancha que no salía.
Las manos de Elena frotando el piso mientras lloraba.
Sacudió la cabeza y siguió.
Entonces, escuchó pasos.
Desde el otro extremo del pasillo apareció Gabriel, recién subido desde el primer piso.
Lucía sorprendido, pero genuino.
—¡Tomás! —exclamó, alzando una mano en saludo.
Tomás le dedicó una sonrisa débil. Forzada. Sin sustancia.
—¿Cómo estás? —insistió Gabriel, con un tono que quería sonar empático—. Me imagino que… no debe ser fácil con lo de Elena.
Tomás lo miró. No dijo nada por unos segundos.
Los ojos se le oscurecieron, como si evaluara si valía la pena responder.
“Ahora se hacen los que les importa”
—Gracias, Gabriel —respondió al fin—. Muy gentil de tu parte.
Gabriel dio un par de pasos más y le dio una palmada ligera en el hombro. Sonrió.
—Hoy vendrá Logan. Tal vez quieras pasar un rato con nosotros.
Silencio.
El nombre lo atravesó como un cuchillo lento.
Logan.
Su mandíbula se tensó, pero su sonrisa volvió.
—Me encantaría, pero tengo que entregar estos diseños. —Levantó la carpeta como si fuera un escudo.
Y entonces, se le resbaló de entre los dedos.
La carpeta cayó al suelo con un golpe sordo, y se abrió como una herida.
Páginas desordenadas, bocetos, afiches… y algo más.
Gabriel, en un intento de ayudar, se agachó rápidamente.
Tomás lo observó, tenso.
Gabriel juntó las hojas con eficiencia hasta que su mirada se detuvo.
Un papel distinto. Más viejo.
Más oculto.
Una fotografía.
Gabriel ladeó ligeramente la cabeza, confundido.
“¿Elena...? ¿Por qué está su foto aquí...?
Pero no era cualquier imagen.
Estaba distorsionada. Algo en los ojos, en la forma de la boca. Una sonrisa torcida. Descompuesta.
Gabriel cerró la carpeta con rapidez.
Se incorporó, conteniendo la incomodidad.
—Aquí está —dijo, entregándosela a Tomás.
—Gracias, Gabriel. Eres un buen... tipo —musitó Tomás, tomando la carpeta con suavidad.
Gabriel asintió con una sonrisa tensa.
—Debo irme. Luciana me espera en su apartamento.
Se despidió con una inclinación de cabeza y desapareció por el pasillo.
Tomás lo observó alejarse. Sus ojos clavados en su espalda.
”¿Qué tanto viste, Gabriel...?”
Abrió la carpeta.
Revisó con rapidez hasta dar con la foto.
La sacó. La estudió.
Era Elena. Pero alterada.
La imagen parecía haber pasado por un filtro de pesadilla. Su rostro estaba... descompuesto. Difuso, como si fuera una versión de sí misma que no debía existir.
Tomás la guardó en el bolsillo interior de su chaqueta.
—No recuerdo haberla puesto ahí... —murmuró.
Se quedó inmóvil. Respirando hondo.
La paranoia lo abrazaba con fuerza.
—Quizás... me estoy volviendo loco.
Y bajó las escaleras.
Cada peldaño sonaba más hueco que el anterior.
---
Tomás descendió los últimos escalones con pasos lentos, la carpeta aún bajo el brazo, como si fuera parte de su cuerpo.
Abrió la puerta del edificio y salió. El aire fresco de la mañana le golpeó la cara, pero no le despertó nada.
Se detuvo justo frente a la entrada, mirando hacia la calle.
Esperaba un taxi. O eso parecía.
El bullicio de la ciudad le resultaba distante. Como si el mundo girara unos tonos más abajo para él.
Y entonces lo vio.
Entre la marea de gente que cruzaba la vereda, una figura se fue destacando.
Logan.
Caminaba con seguridad, con ese aire que a Tomás siempre le resultó... irritante.
Tomás no se movió. No bajó la mirada. No evitó el contacto.
Lo observó como se mira a una mancha en el suelo.
“Aquí vamos otra vez…”
pensó, mientras alzaba una mano en un gesto educado, casi amistoso.
Logan lo vio, sonrió con gentileza y se acercó.
—Tomás —saludó con tono neutro, pausado—. Qué coincidencia. Estoy por ver a los chicos... Luciana, Gabriel. Vamos a ponernos al día.
Tomás le devolvió una sonrisa. Vacía. Una carcasa.
—Qué bueno por ustedes —respondió, sin esfuerzo.
—Sí... —asintió Logan, como si dudara por un segundo.
Se quedaron en silencio.
No era incómodo. Era otra cosa.
Como si algo debajo de ese momento simple e inofensivo quisiera abrirse paso.
Tomás lo miró fijo.
Sus ojos tenían algo turbio. Como si lo estuviera midiendo, diseccionando.
Logan lo notó. Se movió apenas, incómodo, pero no retrocedió.
—¿Y tú? ¿Todo bien? —preguntó finalmente, con amabilidad automática.
—Perfectamente —dijo Tomás. Cortante. Casi con una leve curvatura en la boca. No era una sonrisa. Era una advertencia.
El silencio volvió.
Esta vez, más tenso.
El mundo seguía girando a su alrededor, pero entre ellos dos, algo estaba suspendido. Algo a punto de caer.
—Bueno, ya debo subir —dijo Logan al fin, moviéndose como quien rompe una cuerda invisible.
Tomás asintió, sin dejar de mirarlo.
Su mente trabajaba a otra velocidad.
Los pensamientos se filtraban como gotas venenosas.
“Andá... sube tranquilo. Porque tarde o temprano... vas a caer.”
“Y yo voy a estar ahí para ver cómo sucede.”
Logan dio media vuelta y se alejó hacia el edificio.
Tomás lo siguió con la mirada.
La carpeta bajo el brazo empezó a pesar más.
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Editado: 10.06.2025