La Versión De Él

Capitulo 3: Algo se mueve en la sombra

Tomás entró al edificio de oficinas sin mirar a nadie.

Cargaba la carpeta en la mano derecha, con firmeza.
La fotografía de Elena, esa que no recordaba haber puesto allí, seguía doblada en su bolsillo izquierdo. La sentía como una herida mal cerrada. Palpitando.

Cruzó el pasillo entre cubículos. Algunos compañeros lo miraron por el rabillo del ojo, otros fingieron que no lo habían visto.
Pulsaban teclas, hablaban entre murmullos, proyectaban diseños.

Pero nada de eso le importaba.

Iba directo a la oficina de su jefe. A entregar el diseño. A tachar un pendiente.
Pero antes de llegar, alguien se cruzó en su camino.

Pol Vega.

Tomás se detuvo. Lo miró de frente. Fijo.
No dijo nada.

—Ey, Tomás... espero que estés bien —dijo Pol, intentando sonar casual—. Quería saber cómo ibas con... ya sabes.

Tomás entrecerró los ojos, el rostro impasible.

—No hace falta que lo menciones, Pol —cortó, con voz baja, pero tajante.

Pol tragó saliva. Dudó. Pero insistió:

—Sí, claro... solo quería saber si... ¿la policía dijo algo? ¿Si había algún responsable o... fue solo...?

Tomás no respondió al instante. Lo observó. Como si decidiera en qué parte de su cuerpo clavar las palabras.

—No, no dijeron nada —dijo al fin—. Lo cerraron como un suicidio. Elena ya venía arrastrando cosas... y estaba en terapia. Dijeron que sus demonios simplemente... la alcanzaron.

Silencio.

—Eso es terrible —murmuró Pol, bajando la mirada—. Lo siento tanto.

—Lo es —respondió Tomás, y esbozó una sonrisa breve, muerta—. Ahora debo entregar esto.

Avanzó, puso la mano sobre la perilla. Pero Pol, como una mosca persistente, volvió a hablar:

—Si necesitás hablar con alguien... sabés que estamos aquí ¿no?

Tomás se detuvo.

“Después de mirarla como la mirabas, después de desearla a escondidas, ahora vienes con tu compasión de mentira”

Se giró apenas, y le regaló una sonrisa educada, hueca. Asintió.
Y entró.

La oficina era sobria, con luz blanca cayendo sobre el escritorio.

El jefe estaba allí, revisando papeles.
Tomás lo saludó con un leve gesto y se sentó frente a él. Abrió la carpeta.

—Esto es lo que preparé para el encargo del parque —dijo, sin rodeos.

El jefe tomó el diseño. Lo observó durante unos segundos que parecieron minutos.
Arrugó el ceño. Sus ojos se clavaron en los colores, en las formas.
En los rostros.

—¿Qué diablos es esto, Tomás? —dijo de pronto, con tono brusco—. ¿Estás loco?

Tomás no dijo nada.

—¿Piensas que esto puede ser el logo de un parque para niños? ¿Colores apagados, líneas angulosas, y esas... esas caras? ¡Dios! Esto parece un afiche para una película de terror, no un parque infantil.

Tomás tragó saliva.

—Yo... solo traté de ser creativo. Algo diferente —intentó explicar, sin mucha convicción.

—Esto no es creatividad, esto es pesadilla, Tomás —dijo el jefe, tajante—. Necesito algo alegre, colorido, algo que diga "ven a jugar", no "te vas a arrepentir de entrar". Rehacelo. Y rápido.

“Carajo...” pensó Tomás

asintió. Tomó la carpeta, la cerró con cuidado y se levantó.
Salió de la oficina sin decir una palabra más.

Caminó por el pasillo, sin ver a nadie.
Sus pensamientos eran cuchillas.

“Quizás estoy bajando la guardia. Dejando que todo se mezcle. Lo que pienso, lo que siento, lo que veo.
Pero cómo concentrarse, si Elena aparece en cada sombra. En cada esquina del día.”

Salió del edificio. No saludó a nadie.
El sol ya no le decía nada.

Iba rumbo a casa. A rehacer el diseño.
Y tal vez, a rehacerse él mismo.
Si es que todavía estaba a tiempo.

---

La luz era suave, cálida.

El vino tenía un tono profundo, casi hipnótico.
El departamento de Luciana estaba envuelto en una tranquilidad serena, como si el mundo se hubiera detenido en aquella habitación.

Risas, anécdotas, bromas sin demasiado sentido. Logan, Gabriel y Luciana se repartían entre sillones mullidos, con las copas en la mano y el pasado momentáneamente suspendido.

Pero la suspensión no dura para siempre.

Luciana fue la primera en romperla.

—Me encantaría que Elena estuviera aquí —dijo de pronto, con una sonrisa triste, perdida en su copa.

Y el ambiente cambió.

El aire pareció volverse más denso, como si algo invisible se hubiese sentado también en la sala.

Nadie se movió durante unos segundos. Solo el sonido leve de Gabriel terminando su copa.

—Tienes razón —dijo él, dejando el vaso en la mesa con un golpe seco, casi innecesario—. Es una lástima.

Logan, en cambio, no respondió.
Miraba hacia el vacío, hacia un rincón donde no había nada, como si esperara encontrar una sombra moviéndose.
Finalmente habló, sin mirar a nadie:

—¿No lo sienten raro a Tomás? Demasiado... tranquilo, tal vez.

Luciana parpadeó. Gabriel frunció el ceño.

—El hombre tal vez está roto —dijo Gabriel, con voz grave—. ¿Qué más quieres que haga?

Silencio.

—Me lo crucé abajo —continuó Logan, sin alterarse—. No fue lo que dijo. Fue cómo lo dijo. Como si estuviera... representando un papel. Algo en su tono no era real.

Gabriel se removió en su asiento. Tose.

—Sí... yo también lo noté. Esa especie de calma... como si no estuviera realmente ahí.

Luciana dejó su copa sobre la mesa. El sonido del cristal golpeando la madera resonó más de lo que debía.
Se incorporó un poco, con expresión firme:

—Quizá solo... deberíamos intentar entenderlo. Lo que pasó fue devastador. Todos reaccionamos diferente al dolor.

Gabriel cruzó los brazos. El gesto era tenso, defensivo.

—La policía ya lo dijo. Fue suicidio. Punto —dijo, más cortante de lo habitual.

Luciana lo miró, pero no dijo nada.
Logan, en cambio, seguía observando el rincón vacío.

Su ceja se alzó apenas, como si allí, en la penumbra, algo se hubiera movido de verdad.




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