La vida no se acaba

El día que cambio todo

Barrio Santa Aurora – 6:42 a. m.

El sonido de un balón rebotando era lo único que rompía el silencio de la mañana. En una cancha desgastada por el tiempo y las peleas del barrio, un niño de apenas diez años entrenaba solo. Su nombre: Maiky.

Aún sin saberlo, estaba a punto de cambiar su mundo… y el de muchos otros.

Vestía una camiseta ancha, rota en la manga izquierda, unos tenis gastados que parecían haber sobrevivido a mil partidos, y una mirada que mezclaba alegría con fuego. El baloncesto era su escape, su terapia, su forma de entender la vida.

—¡Vamos, Maiky! ¡Otra entrada! —gritaba su madre desde lejos, riendo mientras sostenía un termo con agua.

Maiky sonrió. Le encantaba verla sonreír. Su madre era su motor. Su inspiración.

Ese día, logró una jugada imposible: una entrada sin ángulo, sin mirar, directa al aro... y encestó. No lo sabía, pero esa jugada quedaría grabada en la memoria de todos los que lo conocieron. Era su primer "milagro" sin explicación.

Pero los milagros no duran para siempre.

Esa misma noche – 10:17 p. m.

Unos disparos. Luego gritos. Maiky se levantó de la cama confundido. Su madre gritaba desde la sala. Corrió. Pero ya era tarde.

Tres hombres armados, con tatuajes de serpientes negras, habían entrado. Maiky los vio todo. No lo olvidaría jamás. El que parecía el líder —alto, con una cicatriz cruzando su rostro y una mirada de puro odio— no dudó en disparar.

Su padre cayó primero. Luego, su madre.

Maiky no gritó. No lloró. Solo los miró. Y los recordó.

—¿Qué hacemos con el niño? —preguntó uno de los sicarios.

—Déjalo vivir. Ese dolor será su condena. —respondió el líder.

Y se marcharon. Dejándolo ahí. Solo. Con el corazón hecho pedazos y un fuego ardiendo en el pecho que no se apagaría nunca.

Semanas después...

Maiky ya no hablaba. No sonreía. Solo jugaba baloncesto. Pero no como antes. Ahora, cada tiro era un grito silencioso. Cada enceste, una promesa.

Una promesa de justicia.

Una promesa de que la vida no se acaba… no mientras él siga de pie.




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