La vida no se acaba

Dos idiotas y un fantasma

Escuela Técnica 15 – Primer día de clases

El timbre sonó como una advertencia. Los pasillos se llenaron de ruido, gritos, mochilas golpeando, y uno que otro empujón casual. Para la mayoría, era solo otro lunes. Para Maiky, era una tortura.

No hablaba mucho. Nadie sabía de dónde venía exactamente. Solo que lo habían transferido. Que no tenía padres. Que no sonreía.

Caminaba con los audífonos puestos, la mirada clavada en el suelo. Nadie se atrevía a molestarlo. Tenía esa energía rara… la de alguien que ha vivido demasiado para su edad.

Entró al aula. Todos lo miraron. Él no dijo ni una palabra.

—¡Ey, tú! —gritó una voz burlona desde el fondo—. El emo silencioso… ¿también juegas baloncesto, o solo posas?

Maiky levantó la vista.

Era Souta. Cabello rojo, chaqueta mal cerrada, sonrisa de idiota profesional. Al lado suyo, otro chico enorme, de mirada fría y brazos cruzados: Kiyotaro.

—Déjalo, Souta. Tiene cara de que te parte la boca y sigue como si nada —dijo Kiyotaro con voz grave.

Souta soltó una carcajada.

—¡Eso me gusta! ¡Finalmente alguien que se ve interesante!

Maiky no respondió. Solo caminó y se sentó en una esquina, solo. Pero algo pasó. Durante la clase de Educación Física, les tocó formar equipos. Y el profesor, sin piedad, los puso juntos.

—Equipo 7: Maiky, Souta, Kiyotaro.

Souta gritó emocionado.

—¡Perfecto! ¡Vamos a destrozarlos!

Maiky solo suspiró.

Cancha de la escuela – 11:31 a.m.

El balón rebotó. Souta falló. Kiyotaro robó el rebote. Se la pasó a Maiky. Todos lo miraban. Él dribló sin mirar, esquivó a dos, saltó desde un ángulo imposible y...

¡Encestó limpio!

Todos quedaron en silencio. Incluso el profesor.

Souta se le acercó con una sonrisa nerviosa.

—Oye… tú no eres normal, ¿verdad?

Maiky lo miró por primera vez. Y habló por primera vez:

—No.

Kiyotaro soltó una risa. Primera vez que lo escuchaban reír.

—Me agradas.

Souta extendió la mano.

—¿Amigos?

Maiky dudó. Pero algo en él, algo que aún no entendía, lo hizo responder:

—Solo si no hablas todo el día.

Souta sonrió.

—Eso es un "sí".

Más tarde, en la azotea de la escuela…

Los tres comían pan con gaseosa.

—Entonces, ¿por qué no hablas mucho? —preguntó Souta.

Maiky miró al cielo.

—Porque ya hablé demasiado con gente que ya no está.

Kiyotaro lo miró en silencio. Souta también.

No preguntaron más. A veces, ser amigo no era entender… sino estar ahí. Callados, si hace falta.

Ese día, sin saberlo, comenzó el grupo que rompería la oscuridad.

Y Maiky… ya no estaba tan solo.




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