Viernes – 7:30 PM
Las luces del barrio titilaban como si supieran lo que iba a pasar.
Souta se quejaba —como siempre— mientras caminaban hacia la cancha vieja para jugar un 3 vs 3 con unos conocidos. Era una noche tranquila. O eso parecía.
—Les voy a meter una jugada de lujo. Estoy feeling, pa’ —decía.
—Ojalá tu defensa fuera tan buena como tu ego —respondió Kiyotaro, con sus audífonos medio puestos.
Maiky caminaba en silencio. Su “instinto” lo estaba picando. Algo no encajaba. Demasiado silencio. Pocos carros. Cero perros ladrando. El tipo de calma que se siente antes de un terremoto.
Giraron la esquina.
Y cayeron en la trampa.
Un callejón oscuro. Cinco hombres. Cuchillos, bates y una sonrisa de muerte.
—Mírenlos, tan frescos —dijo uno, con una voz rasposa—. Ustedes le hicieron daño a mis sobrinos el otro día. ¿Creyeron que eso quedaba así?
Souta palideció.
—Son los hermanos de los idiotas de la estación de bus...
Kiyotaro ya se estaba quitando la chaqueta.
—Nos querían invitar a jugar, ¿eh? Pues juguemos.
Maiky dio un paso al frente.
—Déjenlos ir. Esto es entre tú y yo.
—¿Quién te crees, niño héroe?
Maiky saltó primero.
Un golpe rápido al primero que intentó correr hacia él. El tipo cayó al suelo por un barrido que no vio venir. Kiyotaro se lanzó al segundo con fuerza descomunal, girándolo por el aire como si fuera un saco de papas.
Souta esquivó el bate del tercero, se agachó y soltó un codazo directo a la costilla. El tipo se dobló como hoja seca.
—¡Mi turno, malparidos! —gritó Souta.
El cuarto sacó una navaja. Maiky la vio brillar y, sin pensarlo, lanzó el balón de baloncesto que aún llevaba en la mochila. Impacto directo a la cara.
Uno quedó en pie. Grande. Pesado. Tatuado hasta los párpados.
—¿Así que tú eres el famoso Maiky? —dijo con una sonrisa podrida—. Nos veremos pronto. El Clan 47 ya puso tus nombres en su lista.
Y desapareció entre las sombras.
Maiky sintió que algo cambiaba dentro. Esto ya no era solo una pelea callejera. Esto era un mensaje. Una declaración de guerra.
Kiyotaro se limpió la sangre de la ceja.
—¿Qué carajos quiso decir con eso?
Maiky apretó los puños. Lo entendía perfectamente. Lo que habían hecho no pasó desapercibido. Y ahora, alguien importante los había notado.
—Esto apenas comienza —dijo.
Souta lo miró, serio por primera vez en semanas.
—¿Qué vamos a hacer?
Maiky levantó el balón del piso.
—Lo que sea necesario.
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Editado: 06.07.2025