La vida no se acaba

Primer impacto

Miércoles – 11:00 AM – Azotea del colegio

Valery respiraba agitada, sentada en el suelo con la espalda contra la pared. Aún tenía los audífonos colgando de su cuello, pero la música hacía rato que se había detenido. Lo único que podía escuchar era el tambor incontrolable de su corazón.

—¿Estás bien? —preguntó Maiky, sentándose a su lado, con un corte sangrante en la ceja que no parecía importarle.

—¿Quiénes eran? —susurró ella, aún en shock—. ¿Qué fue eso?

Maiky guardó silencio por unos segundos, como si calculara cuánto decirle.

—Son parte de algo más grande… mucho más grande. Gente peligrosa. Yo no quería que te acercaras a esto.

—Pues ya estoy dentro, ¿no?

La respuesta de Valery fue directa, sin temblores. Maiky la miró. Por primera vez, vio en sus ojos algo más que dulzura: vio coraje.

—Lo que hiciste… me salvaste. ¿Por qué?

Maiky bajó la mirada, algo incómodo.

—Porque... ya perdí demasiado. No iba a dejar que te pasara lo mismo.

Mientras tanto… en un callejón cercano al colegio

El hombre de la chaqueta negra —el que intentó atrapar a Valery— se quitaba los lentes oscuros. Tenía un ojo morado, cortes en el cuello y una rabia contenida.

—Ese chico… no es normal —escupió con ira—. No es un civil cualquiera.

La profesora Karina encendió un cigarro.

—Te lo dije. Él no es un simple estudiante. Es el número marcado por el Clan 5… y ahora también por el Clan 28.

—¿Qué hacemos?

Karina sonrió.

—Esperamos. Ya le dimos un mensaje. El siguiente… será con más dolor.

En el colegio – 2:30 PM – Cancha de baloncesto

Maiky se quedó solo, botando el balón. Cada vez que lo lanzaba, la canasta era perfecta. No porque lo intentara. Sino porque el instinto ya había despertado. No podía explicar cómo sabía en qué ángulo tirar, o con cuánta fuerza. Solo... lo hacía.

—¡Ey, Black Cat! —gritó Souta desde la grada—. ¿Jugamos o qué?

Maiky sonrió. Por un segundo, olvidó todo. El clan. El peligro. Valery. Solo quedaba el balón, el aro… y ese impulso imposible.

Saltó, giró en el aire, y lanzó de espaldas. Sin mirar.

Encestó limpio.

—¡Este man no es real! —gritó Daiki—. ¿Seguro que no eres un experimento militar o algo?

Todos rieron.

Pero Maiky sabía que esa risa duraría poco.

Muy poco.




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