La vida vuelve

CAPÍTULO 1

 

Apenas unos minutos en casa de mi padre y ya la odio.

Es grande, fría e impersonal. Parece una casa piloto, de esas que enseñan las inmobiliarias y en las que nunca llega a vivir nadie. Con muebles de cartón piedra y falta de detalles que la conviertan en un hogar.

Así es la casa de mi padre... como él. O como yo le recuerdo. Hace mucho que dejamos de tratarnos y de preocuparnos el uno por el otro y ni en mil años hubiera pensado que el destino me deparaba acabar teniendo que compartir espacio, vida, palabras, miradas...

Me muerdo el labio inferior ahogando un grito de rabia, enfadada, aún no le he visto y ya se me remueven las tripas. Si no fuera porque no tengo dónde caerme muerta...

Miro por los ventanales de la cocina. Más allá del terreno de la casa, unos metros abajo, se extiende la playa con el mar lamiendo la orilla. El cielo está plomizo, algo raro en esta zona. Será que me he traído el mal tiempo conmigo.

—Señorita... ¿quiere que le prepare algo de comer?

Me giro y observo a la mujer menuda que espera mi respuesta desde el otro lado de la isla de granito. Es la asistenta, se llama María y su expresión tranquila hace que me resulte imposible ser todo lo borde que me gustaría. Aunque he evitado seguir su conversación, me ha recibido y me ha enseñado la casa con toda la paciencia del mundo. Y ahí está, una mujer que trabaja para mi padre de lunes a viernes, en casa un domingo, atendiendo a la antisocial de su hija y preguntándole si quiere algo para comer. Ella sola va a hacer que recupere la fe en el ser humano.

—María, deberías ir a casa para estar con tu familia. Es domingo. —Mientras hablo vuelvo a observar el mar cada vez más crispado. Como mi ánimo.

Unos segundos de silencio. Está dudando.

—Pero el señor aún no ha llegado y no me parece bien dejarla aquí sola.

Confirmado, es imposible odiarla.

—Tú no tienes que pagar las consecuencias de que él no esté aquí para recibirme. Tampoco esperaba otra cosa de él. Ve a casa, ya me siento culpable por haberte hecho perder una parte del día. Y por favor, no me hables de “usted”.

—De acuerdo, pero si necesitas algo, no dudes en llamarme. Vivo a un par de calles de aquí y puedo acercarme si…

—Tranquila —la interrumpo—. Podré apañarme.

Oigo sus pasos alejarse, después se detiene un momento, supongo que para coger sus cosas y por último escucho la puerta cerrarse.

Silencio… ¿paz? No, todo lo contrario. Vacío, soledad… intento pensar en lo bonita que se ve la playa, incluso en un día nublado como hoy, pero el silencio comienza a envolverme. Me aprieta, me ahoga y mi respiración se agita. No tengo aire suficiente, me ahogo y al momento lucho por salir de esa maldita cocina. Mis manos tiemblan y pelean intentando abrir la corredera que da al jardín, el mareo y la vista nublada, no ayudan en la tarea. Varios intentos después consigo deslizarla de un tirón y doy unos pasos a trompicones hasta la valla que delimita el terreno. Boqueo desesperada, necesitada de todo el aire que puedan soportar mis pulmones.

Me calmo, aunque solo un poco y decido bajar a dar un paseo por la playa. Quizás así me despeje. Bajo por el estrecho camino, y con apenas cubrir unos metros ya he llegado a la arena. El viento es frío y me espabila, con razón apenas se ve alguna persona paseando y unos cuantos surfistas en el agua. Me envuelvo el cuerpo con la chaqueta abrazándome las costillas mientras echo a andar.

“Acabo de tener un ataque de ansiedad” pienso enfadándome conmigo misma por haber dejado que mis sentimientos me controlaran de esa manera. Por suerte, cada vez me ocurre menos, aunque eso significa que cada vez todo me resulta más indiferente.

No quiero pensar, no quiero sentir, solamente dejar que pasen los días y que mi propio desprecio por la vida me consuma poco a poco.

¿Por qué es tan difícil olvidar? Los recuerdos me golpean constantemente, en cualquier momento, en cualquier situación, dejándome incapaz de reaccionar…

Sigo andando, alejándome de todo y de todos, sin un rumbo fijo. Risas resuenan en mi cabeza, risas de momentos alegres, risas que acompañan bellos sentimientos. Caigo de rodillas en la arena y me tapo los oídos intentando callarlas mientras grito histérica:

—Callad de una vez. ¿No lo entendéis? No quiero recordar. —Tengo las mejillas cubiertas de lágrimas aunque no sé cuándo he empezado a llorar. Aprieto los dientes desesperada—. ¡Ya basta!

Noto unas manos sujetarme con fuerza y me aparto asustada al sentir el contacto. El chico que está agachado frente a mí, me observa con gesto de preocupación.

—¿Estás bien?

Me paso el dorso de la mano para limpiar mis lágrimas y pestañeo varias veces para no derramar ni una más. Estoy molesta por haber llamado la atención de semejante manera.

—Estoy bien —respondo de forma escueta con una voz ronca que no reconozco como mía.

Me levanto y sacudo los pantalones sin mirar al extraño ni una sola vez. Si no hago contacto visual, igual no insiste y puedo marcharme sin más. Me equivoco.

—¿Estás segura? Parecías encontrarte realmente mal… ¿quieres que te acompañe? No me gustaría dejarte sola y que te desmayaras o algo.



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En el texto hay: superacion, drama, amor

Editado: 17.06.2019

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