La villana es una dulzura

8. Perdida

Tengo hambre.
El desayuno se interrumpió de una forma tan abrupta que apenas conseguí tragar algo. Por supuesto huí a mí habitación para no tener que lidiar con nadie, pero luego de un rato mi estómago empezó a hacer ruidos otra vez.
Me recosté en la cama y miré al techo, había molduras doradas que se entrelazaban desordenadamente como ramas de los árboles. Que hermoso, parece sacado de un cuento de hadas. Me gusta esta habitación, me gusta su color, su amplitud, el ventanal con balcón y la poca luz que dejan entrar los cortinajes. Todo se siente... íntimo, de alguna manera.
Mi estómago volvió a rugir y ya no pude soportarlo más. Me levanté de la cama y fui a buscar la cocina. Detestaba la idea de tener que toparme con mi esposo en el camino, por eso fui con cuidado. La casa era más grande que el edificio de mi secundaria y tenía tantos pasillos y escaleras, me marea. Además, de por si no tenía idea de donde se encontraba la cocina, pero me imaginaba que sería en la planta baja como en mi casa, aunque en mi escuela la cocina y el comedor se encontraban en el último piso... ¡Diablos! Mi habitación estaba en... A ver. Para llegar a mi habitación debía ir hacia la escalera izquierda de la entrada y seguir una sumatoria de izquierdas hasta la habitación con la puerta más vistosa, la que tiene un vitrales de colores en la parte superior.
Para deambular por el resto de la casa siempre necesitaba la asistencia de Lily, pero Lily estaba en quiensabedonde, asique esta sería una aventura en solitario.
Por lo que tengo entendido, la casa se dividía en cuatro partes y a saber en que otra división se encontraba la cocina o lo que sea. Esta puta mansión era inecesariamente gigantesca.
Llegué al segundo piso cuando encontré una puerta un poco deslucida que emanaba calor. Sentí un aroma delicioso a café y abrí la puerta triunfante, pero al contrario de mis espectativas, se trataba de una pequeña biblioteca. En realidad era mucho más grande y vistosa que la biblioteca de mi escuela, pero a comparación de la monstruosa biblioteca principal, esta resultraba más pequeña y acogedora.
Miré las repisas, alumbradas por lamparas con forma de flores amarillas. No había ni una Mota de polvo. Caminé adentrandome en el laberinto unipersonal de anaqueles, cuando en el borde de un estante y el filo de un libro, encontré la figura de Lyev Boulois.
El corazón se me agitó dentro del pecho con solo ver a ese hombre sentado elegantemente en un escritorio, tan compenetrado en su trabajo que ni siquiera notó que yo había entrado o que lo estaba observando.
Lo miré con detenimiento, grabandome su imagen en las retinas, conservando este momento solo para mi. Apoyé mis manos en la tapa de un libro, mientras me acercaba un poco más, en un intento codicioso de verlo mejor. Él era una belleza. Analizaba cada uno de sus papeles, deslizando sus ojos escrutadores por cada línea. Sus manos delgadas como las patas de una araña, cambiaban de página lentamente y escribían en una letra redonda y prolija, excesivamente bien cuidada, estudiada. Pero no aprendida de la pedantería de una academia, se notaba en ligeros errores, que se trataba de algo autodidacta, un estudio riguroso que se retroalimentaba constantemente y con cierto grado de obsesión.
Mojaba la punta de la pluma en el tintero antes de volver a rozar las páginas con un rechinido de esos que hacen que te duelan los dientes, al que parecía estar acostumbrado al punto de ni siquiera notarlo.
Tampoco prestaba atención al crujir de las hojas o el débil parpadeo de su unica fuente de luz, una vela. Que lúgubre ambiente para trabajar. No me sorprende que su vista se haya perdido al punto en que necesita esos gruesos lentes de marcos pesados para trabajar. Había algo profundamente atrapante en la forma en que los volvía a acomodar, como un dedo empujaba apenas la punta para no mancharlos, pero con suficiente fuerza y determinación como para llevarlos directo a su lugar. Hermoso.
La interminable montaña de papeles a su lado me asustaba un poco, me hacía creer que un mal movimiento podría derrumbarla y caer sobre él, enterrandolo literal y metafóricamente de trabajo. Que explotador es mi suegro. Quien sabe desde que hora había estado trabajando, pero las profundas ojeras debajo de sus ojos y lo pálido de su rostro, me decían que anhelaba con desesperación un largo y merecido descanso. Calentó sus pálidas manos, rodeando con sus dedos la taza de café y se la llevó a la boca para darle un sorbo. La chimenea a su lado crepitaba sus ultimas fuerzas y había poca, definitivamente insuficiente, leña en el canasto junto al atizador. Me recliné aún más sobre la estantería y uno de los libros bajo mis manos no soportó el peso antes de caer estrepitosamente al suelo y algunos más que saltaron al vacío siguiéndolo. Por supuesto, él se volteó inmediatamente y por una fracción de tiempo sus ojos y los míos hicieron contacto. En los suyos encontré miedo más que sorpresa y quien sabe que habrá visto él en los míos. Me agaché de inmediato, más para escapar de su mirada que para auténticamente levantar lo que había tirado y me refugié en esa escusa. Sentí sus pasos acercandose cada vez más hacia mi y apenas levanté la vista para notar sus desgastados zapatos azules. Parecian negros, pero viéndolos con más detenimiento eran azules.
— señorita, permitame ayudarle — se inclinó junto a mi y recogió algunos libros del suelo y todos los que llevaba en mis manos, formando una pila bien equilibrada — ¿qué hace aquí?
Me congelé un momento mientras pensaba en que decir y el volvía a acomodar cada libro sin siquiera verlo, como si conociera su lugsr de memoria y con apenas el tacto.
— ¿yo...? — mi voz sonó demasiado sguda y desafinada, tragué saliva y esperé, recé para sonsr normal — estaba buscando la cocina.
Sonrió y se le escapó una risita irónica mientras arrugaba su nariz.
— ¿La cocina en mi despacho?
Apreté los dientes, odio verme estúpida.
— ¿Este es su despacho? No lo sabía — Miré a mi alrededor, a las montañas de libros amontonadas en una escalera de metal y de cierta forma entendí que ninguna biblioteca tendría los libros tan descuidadamente almacenados, menos en edte tipo de mansión — Creí que era una biblioteca.
Una pequeña sonrisa apareció en su rostro pero la borró enseguida para volver s evocar esa seriedad tan característica suya.
— tiene algunos libros prestados de la colección de la biblioteca principal, si. Agradecería que no se lo dijera a nadie.
Eso último lo dijo con un ligero temblor nervioso, como si tuviera miedo real de ser descubierto. Quiero que confíe en mi tsnto como quiero confiar en él.
Reí escondiendo mi boca detrás de mi mano
— ¿solo algunos? Tiene tantos que podría montar una librería. — a pesar de haberlo dicho en un tono burlón, él pareció no compartir mi simpatía. Entonces fui por otro lado, aclarandome la garganta e intentando sonar cómplice — guardaré el secreto, no se preocupe. — él me reverenció con cortesía y se dispuso a volver a su lugar pero tomé un trozo de su chaqueta para detenerlo. Él me miró como si lo que había hecho fuera la cosa más inesperada del mundo — mm... Espere, quiero decir. Quisiera agradecerle.
Inclinó la cabeza como un gatito. Que lindo.
— ¿Agradecerme por qué?
— para ser alguien tan listo tiene mala memoria. — estoy segura de que si esta mañana alguien le hubiera dicho que la villana más McVillana del mundo le coquetería tan descaradamente, seguramente él no le hubiera creído. O eso es lo que me gritaba su mirada, asique me expliqué. — Usted me ayudó ¿No lo recuerda?
La comprensión se abrió paso, incluso se tocó la frente como si fuera un gran descubrimiento.
— oh... eso... Es lo que hubiera hecho cualquiera, señorita. No piense en ello especialmente.
Arrugué las cejas ¿Cómo que lo hubiera hecho cualquiera? No lo hubiera hecho literalmente nadie por mi.
— tu sabes que no es cierto... Sobre todo en esta casa. — bajé un poco la voz, me sentía algo avergonzada — Fuiste... — él se Alejó un paso y entendí el problema, estaba siendo demasiado irrespetuosa o irrazonable al no tratarlo con la distancia de un "usted". Pero es tan difícil mantener esa pared invisible — Usted fue amable conmigo cuando nadie más lo fue, por favor, por lo menos permitame agradecerselo.
Me sonrió de una manera tan sutil que apenas pude percatarme de como arrugaba ligeramente sus ojos mientras me veía y se inclinaba respetuosamente como un perfecto caballero.
— le aseguro que no fue — se detuvo y aclaró su garganta, hubo un titubeo en su voz y creo que algo en su mirada, algo indescriptible pareció asomar, algo que volvió sus ojos incluso más luminosos y grandes de lo que eran. Además podía ver un apenas perceptible enrojecimiento en sus pómulos y eso me alegró tanto. — Señorita, le aseguro que estoy a su servicio.
Sonreí y me mordí el labio, estaba un poco avergonzada y él también. Sus mejillas tomaron una entonación más rosada que le daba vida a su tez pálida casi muerta. por un segundo sentí que todo era perfecto y quise que quedarme un poco más, tener la oportunidad de perderme en esos hermosos y reconfortantes ojos azules... hasta que mi estúpido estómago rugió rompiendo el momento. Él se cubrió la boca para tragarse una risa o tal vez una burla o puede que simplemente estuviers sorprendido de que una señorita de buena familia fuera capaz de hacer ruidos naturales, lo desconozco... ¿Pero yo? yo me quería meter bajo la tierra. Me volví a morder el labio con nerviosismo, estaba pensando en como remontar esta incomodidad.
— realmente buscaba la cocina ¿verdad?
— si, no le mentí. El desayuno tuvo un final abrupto y prematuro. — siento que la última palabra la dije con cierto desagrado que a él no le pasó desapercibido.
— por casualidad, ¿usted me permitiría escoltarla?
— ¿De verdad? — Creo que soné tan esperanzada. — me sabe mal pedirle un favor...
— No, Señorita, no es ningún...
Lo interrumpí sin darme cuenta y lo peor es que ya no pude parar de hablar.
— y justo después de un agradecimiento y más aún distraerle cuando tiene tanto trabajo sobre sus hombros. — señalé la montaña de papeles en el escritorio — Pero creo que sin una guía adecuada, deambularé por esta casa hasta morir de inanición y me volveré parte del folclore regional... No, quiero decir... ¿Podría...?
Odio balbucear pero no puedo evitarlo, cuando estoy nerviosa me vuelvo una parlanchina estúpida. Y que él parezca inmutable después de escucharme decir tantas estupideces hace que me guste incluso más.
— Será todo un placer, señorita.




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