Tengo hambre.
El desayuno se interrumpió de una forma tan abrupta que apenas conseguí tragar algo. Por supuesto huí a mí habitación para no tener que lidiar con nadie, pero luego de un rato mi estómago empezó a hacer ruidos otra vez.
Me recosté en la cama y miré al techo, había molduras doradas que se entrelazaban desordenadamente como ramas de los árboles. Que hermoso, parece sacado de un cuento de hadas. Me gusta esta habitación, me gusta su color, su amplitud, el ventanal con balcón y la poca luz que dejan entrar los cortinajes. Todo se siente... íntimo, de alguna manera.
Mi estómago volvió a rugir y ya no pude soportarlo más. Me levanté de la cama y fui a buscar la cocina. Detestaba la idea de tener que toparme con mi esposo en el camino, por eso fui con cuidado. La casa era más grande que el edificio de mi secundaria y tenía tantos pasillos y escaleras, me marea. Además, de por si no tenía idea de donde se encontraba la cocina, pero me imaginaba que sería en la planta baja como en mi casa, aunque en mi escuela la cocina y el comedor se encontraban en el último piso... ¡Diablos! Mi habitación estaba en... A ver. Para llegar a mi habitación debía ir hacia la escalera izquierda de la entrada y seguir una sumatoria de izquierdas hasta la habitación con la puerta más vistosa, la que tiene un vitrales de colores en la parte superior.
Para deambular por el resto de la casa siempre necesitaba la asistencia de Lily, pero Lily estaba en quiensabedonde, asique esta sería una aventura en solitario.
Por lo que tengo entendido, la casa se dividía en cuatro partes y a saber en que otra división se encontraba la cocina o lo que sea. Esta puta mansión era inecesariamente gigantesca.
Llegué al segundo piso cuando encontré una puerta un poco deslucida que emanaba calor. Sentí un aroma delicioso a café y abrí la puerta triunfante, pero al contrario de mis espectativas, se trataba de una pequeña biblioteca. En realidad era mucho más grande y vistosa que la biblioteca de mi escuela, pero a comparación de la monstruosa biblioteca principal, esta resultraba más pequeña y acogedora.
Miré las repisas, alumbradas por lamparas con forma de flores amarillas. No había ni una Mota de polvo. Caminé adentrandome en el laberinto unipersonal de anaqueles, cuando en el borde de un estante y el filo de un libro, encontré la figura de Lyev Boulois.
El corazón se me agitó dentro del pecho con solo ver a ese hombre sentado elegantemente en un escritorio, tan compenetrado en su trabajo que ni siquiera notó que yo había entrado o que lo estaba observando.
Lo miré con detenimiento, grabandome su imagen en las retinas, conservando este momento solo para mi. Apoyé mis manos en la tapa de un libro, mientras me acercaba un poco más, en un intento codicioso de verlo mejor. Él era una belleza. Analizaba cada uno de sus papeles, deslizando sus ojos escrutadores por cada línea. Sus manos delgadas como las patas de una araña, cambiaban de página lentamente y escribían en una letra redonda y prolija, excesivamente bien cuidada, estudiada. Pero no aprendida de la pedantería de una academia, se notaba en ligeros errores, que se trataba de algo autodidacta, un estudio riguroso que se retroalimentaba constantemente y con cierto grado de obsesión.
Mojaba la punta de la pluma en el tintero antes de volver a rozar las páginas con un rechinido de esos que hacen que te duelan los dientes, al que parecía estar acostumbrado al punto de ni siquiera notarlo.
Tampoco prestaba atención al crujir de las hojas o el débil parpadeo de su unica fuente de luz, una vela. Que lúgubre ambiente para trabajar. No me sorprende que su vista se haya perdido al punto en que necesita esos gruesos lentes de marcos pesados para trabajar. Había algo profundamente atrapante en la forma en que los volvía a acomodar, como un dedo empujaba apenas la punta para no mancharlos, pero con suficiente fuerza y determinación como para llevarlos directo a su lugar. Hermoso.
La interminable montaña de papeles a su lado me asustaba un poco, me hacía creer que un mal movimiento podría derrumbarla y caer sobre él, enterrandolo literal y metafóricamente de trabajo. Que explotador es mi suegro.
Quien sabe desde que hora había estado trabajando, pero las profundas ojeras debajo de sus ojos y lo pálido de su rostro, me decían que anhelaba con desesperación un largo y merecido descanso. Calentó sus pálidas manos, rodeando con sus dedos la taza de café y se la llevó a la boca para darle un sorbo. La chimenea a su lado crepitaba sus ultimas fuerzas y había poca, definitivamente insuficiente, leña en el canasto junto al atizador. Me recliné aún más sobre la estantería y uno de los libros bajo mis manos no soportó el peso antes de caer estrepitosamente al suelo y algunos más que saltaron al vacío siguiéndolo. Por supuesto, él se volteó inmediatamente y por una fracción de tiempo sus ojos y los míos hicieron contacto. En los suyos encontré miedo más que sorpresa y quien sabe que habrá visto él en los míos. Me agaché de inmediato, más para escapar de su mirada que para auténticamente levantar lo que había tirado y me refugié en esa escusa. Sentí sus pasos acercandose cada vez más hacia mi y apenas levanté la vista para notar sus desgastados zapatos azules. Parecian negros, pero viéndolos con más detenimiento eran azules.
— señorita, permitame ayudarle — se inclinó junto a mi y recogió algunos libros del suelo y todos los que llevaba en mis manos, formando una pila bien equilibrada — ¿qué hace aquí?
Me congelé un momento mientras pensaba en que decir y el volvía a acomodar cada libro sin siquiera verlo, como si conociera su lugsr de memoria y con apenas el tacto.
— ¿yo...? — mi voz sonó demasiado sguda y desafinada, tragué saliva y esperé, recé para sonsr normal — estaba buscando la cocina.
Sonrió y se le escapó una risita irónica mientras arrugaba su nariz.
— ¿La cocina en mi despacho?