La virreina

Capítulo 3. El plan de la virreina

La condesa Aramí llamó inmediatamente a los guardias de la virreina, explicándoles la situación. Algunos oficiales comenzaron a recorrer las calles y hallaron la limusina abandonada, sin nadie adentro.

Apenas se enteró de lo sucedido, Ludovica mandó cerrar el acceso a la ciudad por ruta. Sin embargo, ya era demasiado tarde. La furgoneta de los secuestradores se encontraba lejos y consiguió pasar todos los filtros con éxito.

Al final, la virreina y su guardaespaldas comenzaron a interrogar al personal de servicios. Debido a que el chofer resultó ser un cómplice, debía cerciorarse de que no hubiera ningún espía perteneciente a una tribu enemiga o, peor, algún independentista infiltrado.

Pero no encontraron nada. Todos tenían una coartada y tampoco sabían nada sobre el traicionero chofer.

Es así como la virreina y el guardaespaldas se reunieron con la condesa Aramí y el escolta que bajó a acompañarla a la tienda de dulces. Ambos les explicaron cómo decidieron salir de paseo y siguieron el consejo del chofer para ser los únicos que bajarían del vehículo. Luego de escuchar los testimonios, la virreina dijo:

– En verdad es muy lamentable lo que ha sucedido y no puedo creer que nuestro chofer de confianza nos traicionara. De igual modo, no tenemos tiempo para lamentarnos, sino hacer algo para encontrar a las víctimas del secuestro.

– ¿Tienen algún enemigo en mente, excelencia? – le preguntó Aramí – no sé mucho de los reinos que habitan en la península excepto el virreinato.

– Sabes bien que las únicas sociedades avanzadas de este mundo se encuentran el continente Tellus, de donde provenimos – respondió Ludovica – en el resto de los continentes solo hay tribus aisladas y zonas desérticas, quizás con alguna ruina proveniente de la antigua civilización humana que logró alcanzar las estrellas. Aun así, no descarto que los responsables del secuestro sea una de las tribus libres que se encuentran en los alrededores del virreinato. Desde hace tiempo están reclamando por sus tierras y nos acusan de querer expandirnos cada vez más, sin respetar los territorios que les pertenecen.

– ¡Debimos liquidarlos desde hace siglos! – lamentó Aramí - ¡Esos salvajes nos roban y saquean nuestros campos! ¡Deben saber cuál es su lugar y comportarse como se debe!

Adriano frunció el ceño al escuchar las duras palabras de la condesa dirigidas a los nativos de la península. La virreina lo notó por lo que, de inmediato, le dijo:

– No generalices, señora. La mayoría de los nativos son personas pacíficas y con un alto sentido de la moral. Además, solo hice una suposición, no hay ninguna prueba de que hayan sido ellos. En realidad, mis sospechas caen en otro grupo que, año tras año, va aumentando de número.

– Entiendo – dijo Aramí, molesta por ser contradecida por Ludovica – los nativos son inocentes hasta que se demuestre lo contrario, ya lo entendí. Entonces, ¿de quienes sospechas en verdad?

– De los independentistas.

Aramí abrió bien grande los ojos, debido a que era la primera vez que escuchaba esa palabra. Ludovica no dijo nada más, debido a que era consciente de que en el Gran Reino ignoraban por completo lo que sucedía en el virreinato. Muchos habitantes pregonaban la idea de la independencia, debido a que querían crear un país libre e independiente, lejos del dominio de la corona y conformando así la primera sociedad avanzada lejos del continente Tellus.

En el fondo, ella no deseaba revelar eso, sino hacer todo el esfuerzo para que el pueblo volviera a depositar su confianza en la corona. Pero dada la situación, no le quedaba de otra que revelárselo a la dama de honor de la princesa.

– Así, es señora – continuó Ludovica – hay personas que quieren que el virreinato “Esperanza” sea una nación independiente. En su mayoría son mestizos descendientes de la relación dada por los nativos y telurianos, formando así sus propias culturas trasmitidas de generación en generación hasta nuestros días. Debido a eso, no se sienten identificados ni con el Gran Reino y ni con los nativos, por lo que desean formar su propia identidad.

– En verdad nuestros antepasados fueron unos blandos con los nativos – dijo Aramí – si los telurianos los hubiésemos matado cuando invadimos esta península, no existirían mestizos y nada de esto estaría pasando.

– En verdad esta mujer es detestable – se le escapó decir a Adriano.

– ¿Qué dijiste? – dijo Aramí.

– Bueno, ya basta – cortó Ludovica – centrémonos en lo que nos importa ahora que es el plan de rescate de la princesa y los infantes. Necesitamos formar un equipo competente, que sea capaz de localizarlos y traerlos de regreso sin daños colaterales.

– Yo puedo encargarme de liderar el equipo – se ofreció Aramí, mientras señalaba al escolta – uno de sus compañeros murió valientemente defendiendo a la princesa, así es que quedaron tres. Solo debo equiparlos como corresponde, porque no previmos que esto sucedería. Así es que llamaré a la reina para que nos ayude.

– Mejor dejemos a la reina fuera de esto – le pidió Ludovica.

– ¿Por qué? – preguntó una extrañada Aramí

– Porque la presencia de la tropa real en el virreinato solo causaría incomodidad en la ciudad – respondió Ludovica – Además, aquí ya cuento con mis propios recursos y conocemos mejor el terreno. Mi confidente los acompañará, ya que él nació aquí y conoce a los habitantes mejor que nadie, sabrá cómo comunicarse con ellos.

Aramí miró con molestia a Adriano, quien le dedicó una pequeña sonrisa de burla. Debido a su rol, le tocaba a ella liderar el equipo de rescate y dar las órdenes, pero sabía que con ese hombre la tendría muy difícil.

Adriano, por su parte, no estaba del todo contento con la decisión de Ludovica. Aun así, sabía que no tenía opción ya que, aparte de apoyar al rescate, también le serviría para averiguar el verdadero propósito de la familia real en el virreinato.




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