Ladrón de Sombras

Cuatro

Había un hombre sobre el techo de su vecino. En realidad se trataba de una silueta oscura a la distancia y, aun así, tuvo la sensación de que era una persona. Y la estaba mirando a ella.

Lilia quiso alejarse de la ventana; sin embargo, sus pies parecían estar clavados al suelo. No podía ser una coincidencia que alguien la mirara desde allá, en medio de la noche. Mantuvo la vista fija en el extraño sobre el techo, obligándose a mostrarse tranquila. Si iba a ser acosada, se encargaría de que la vieran con la cabeza bien erguida. Siempre había sido buena aparentando cosas, podía fingir ser valiente. Trató de distinguir algún rostro, pero la oscuridad apenas le permitió ver nada más que a la figura saltando hacia el tejado de la casa de al lado. Una vez el hombre hubo desaparecido de su campo visual, pudo relajarse. Se frotó las palmas de las manos que le comenzaban a doler por el frío y cayó en la cuenta que estaba temblando. Se apoyó en la pared al lado de la ventana y se dejó caer hasta el suelo, de repente sus piernas eran incapaces de sostenerla. Escondió la cabeza entre las piernas, demasiado agotada como para mantener el cuello erguido. 

Permaneció así durante varios minutos, agradeciéndole al universo que esa noche no hubiese nadie en su casa. Habría detestado que su padre la viera en ese penoso estado. Se frotó los ojos llorosos, se le habían llenado de lágrimas que estaba segura pronto se volverían incontrolables. Lilia no quería llorar, se había prometido no mostrar debilidad. Nunca. 

Despacio, se puso de pie. Cerró las cortinas de su habitación y salió del cuarto. Se limpió las lágrimas tibias y se dio una palmada en la mejilla, usó más fuerza de la necesaria porque se le enrojeció la piel. Llevaba semanas soportando todo sola y comenzaba a pensar que era demasiado. Necesitaba soluciones. 

Y tenía una idea. 

Se dirigió a la cocina de la casa, por lo general cocinar la relajaba, pero no creía tener fuerzas ni para levantar una olla. Se limitó a abrir un paquete de galletas sin azúcar y masticarlas en silencio. Había creído que después de hablar recibiría un par de cartas amenazantes y sus acosadores se olvidarían del asunto; sin embargo, después de encontrar un gato muerto dentro de una caja en la puerta de su departamento, supo que las cosas no serían fáciles. Volvió a la casa de sus padres con la esperanza de que la situación se tranquilizara pronto, pero no hizo más que empeorar. Siguió recibiendo cartas y llamadas en las que una voz computarizada juraba acabar con su vida, hasta que su teléfono celular fue robado cuando salía del trabajo. Había querido dejarlo pasar, no echar más leña al fuego, pero un hombre mirándola desde el techo de su vecino le parecía excesivo.

Se obligó a sonreír. 

Lilia había escuchado rumores, la historia de personas que se encargaban de realizar los trabajos que nadie más quería. Se trataba de recaderos nocturnos, algo así como espías. Jamás habría pensado necesitar gente así, pero tampoco era estúpida. Cuando, dos semanas antes, decidió hablar en contra del alcalde de la ciudad, tenía muy en claro que no iba a pasar desapercibida. 

A los recaderos no podía contratarlos cualquiera, por primera vez en su vida estuvo agradecida de no ser cualquier persona. Había preguntado entres los conocidos de su padre, gente importante que había usado esa clase de servicios para el buen funcionamiento de sus empresas o campañas políticas, y conseguido algunos contactos interesantes. 

—Yo necesito lo mejor—se dijo. 

Se sentó frente al mesón de la cocina y encendió su computadora. Había descartado la mayoría de contactos que le proporcionaron después de escuchar todos los testimonios que pudo conseguir. Ella no necesitaba que entregara un paquete en secreto o que descubrieran quién era su acosador, al menos no de momento. Lilia quería protección para su vida. Tenía que contratarlo a él

El Ladrón de Sombras, simplemente Sombra para los clientes usuales, era el mejor de los recaderos. A Lilia no le importaba cuando tuviera que pagar para contar con sus servicios, lo quería a él. Fue un amigo cercano de su padre quien lo mencionó, lo había contratado para que sacara su hija del país dos años atrás, cuando un grupo opositor al partido político que representaba había amenazado con matarla si no renunciaba a su candidatura como miembro del parlamento. 

Le había estado dando vueltas al correo que escribiría desde que le robaron el teléfono en el estacionamiento de su compañía, sin convencerse del todo sobre si debía o no enviarlo. Ahora, con el hombre del techo, estaba segura de que no le quedaba más remedio. Escribió lentamente, borrando y reescribiendo sus palabras, sin estar segura de qué decir exactamente. ¿Qué se le escribe a un recadero nocturno? Estaba pidiéndole un trabajo a largo plazo, casi que hiciera las veces de guardaespaldas. 

—El Ladrón de Sombras tiene solo tres reglas que debes saber—le había dicho el amigo de su padre—Son reglas irrompibles y será lo primero que te explique una vez logres contactarlo. 

1. El Ladrón de Sombras nunca mata.

2. El trabajo del Ladrón de Sombras es confidencial. 

3. El Ladrón de Sombras nunca muestra su rostro.

Un guardaespaldas que no muestra su rostro se le hacía una idea extraña. A Lilia le hubiera gustado preguntarle al amigo de su padre cómo es que había podido escoltar a su hija fuera del país sin que viera su cara, pero tuvo el presentimiento de que no se lo iba a decir. Asumió que la regla del trabajo confidencial aplicaba para ambas partes. 

Tengo muchas razones para pensar que me quieren muerta. Primero, necesito que resguarde mi vida, debe salvarme de mis acosadores y a cambio yo le pagaré lo que pida. No importa el monto. Después, si logra mantenerme respirando durante un mes, le pagaré el doble de lo que pida por atraparlo. 

El correo era sencillo, directo al grano. Lilia sonrió. Quería al Ladrón de Sombras y no estaba dispuesta a aceptar una negativa de su parte. 




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