Ladrona de corazones

Capítulo 10: Bienestar

(Narra Luken)

Aún no lograba superar mi molestia por la carta de Triana, sabía que las intenciones de mi hermana habían sido buenas, pero sí que se había pasado. Entendía su preocupación por mí y sus argumentos eran válidos, estaba extrañada por el hecho de que fuera a casarme con una mujer por la que nunca antes había mostrado interés y en eso tenía la razón; Triana me conocía lo suficientemente bien como para saber que entre Grecia y yo jamás había habido algo y, por lo mismo, estaba sorprendida por nuestro compromiso. Sin embargo, eso no le daba derecho a menoscabarme. Triana asumía que nuestro padre me estaba obligando a contraer matrimonio y me estaba ofreciendo interceder por mí con él para convencerlo de que me librara del compromiso. Como si yo fuera un mequetrefe que no podía defenderse solo. Triana no veía que yo había accedido a esto por voluntad propia, nadie me había obligado, ni necesitaba de su ayuda. Me molestaba pensar que la gente tuviera esa visión de mí, de que era débil y que sucumbía ante la voluntad de otros. Algún día iba a ser rey, me rehusaba a que me percibieran como un beta que agachaba la cabeza a la primera dificultad. Yo era un príncipe dragón, no era un hombre que otros pudieran manipular a su antojo.

Hice mi enojo contra Triana a un lado al notar la incomodidad en la expresión de Odette. ¿Había hecho algo malo? Tal vez venía refunfuñando sin darme cuenta. En la tarde la percibí muy segura de sí misma, incluso algo atrevida al pedirme un paseo los dos solos. Creí que esto era lo que ella quería, pero ahora parecía estarse arrepintiendo.

—¿Estás cansada? Si lo prefieres, podemos posponer el paseo para otro día —sugerí, intrigado por la expresión de inquietud en su mirada.

—Estoy bien, solo me perdí recordando la última vez que estuve aquí… fue durante la boda de Alexor —contestó ella, mudando su expresión incómoda por una sonrisa.

—Ese fue un buen día, sí que me la pasé bien en esa boda. Espero que la mía sea tan divertida como esa —comenté en tono despreocupado, pero al instante me arrepentí de mis palabras, como si hablar con Odette de mi matrimonio fuera tabú. Algo en mí no quería tocar ese tema cerca de ella, como tampoco había querido recibir los cariños de Grecia durante la cena porque sabía que Odette nos observaba. No entendía qué me estaba sucediendo, Odette sabía que iba a casarme, no tenía nada que ocultar y, sin embargo, el sentimiento persistía. La incomodidad de Odette volvió a su rostro, como si ella tampoco quisiera hablar de mi boda, o tal vez solo lo estaba imaginando porque así me sentía yo.

—Seguro que lo será —respondió ella de forma evasiva.

—¿Recuerdas que te quise sacar a bailar y Alexor no nos dejó? —pregunté para cambiar de tema.

Noté que sus mejillas se sonrojaban ligeramente, haciéndola ver aún más linda.

—Sí, qué raro es Alexor, ¿verdad? —comentó algo ofuscada—. Quién sabe qué lo hizo actuar así.  

—De hecho, yo conozco el motivo por el que lo hizo —le confesé—. Es mi culpa.

Odette me miró llena de curiosidad y algo anonadada, mi admisión la había tomado desprevenida.

—No entiendo a qué te refieres.

Sin dejar de caminar, me incliné un poco hacía ella con una sonrisa de complicidad en los labios.

—Lo que sucede es que en una ocasión antes de que contrajeran matrimonio, encontré a Triana y a Alexor en una situación bastante comprometedora. Prácticamente estaban a nada de adelantar la noche de bodas. Alexor se intentó disculpar conmigo, supongo que temía que le fuera a decir a mi padre, así que decidí jugar con él y decirle que no tenía nada de qué preocuparse, que guardaría su secreto, pero que me vengaría haciendo lo mismo contigo cuando estuvieras de edad.

Creí que mi comentario la haría reír, pero la reacción que coseché en ella fue totalmente la contraria. Con cara de susto, Odette dejó de caminar y soltó mi brazo. Parecía que incluso tenía ganas de abofetearme.

—¿Esa es tu intención al traerme a pasear sola de noche? ¿Vengarte de mi hermano? —preguntó indignada.

El aire abandonó mis pulmones, Odette malentendió completamente mis palabras.

—¡No! ¡Por todos los dragones, por supuesto que no! —exclamé apenado y la tomé de los hombros—. Para nada es mi intención. Oye, Odette, yo te aprecio mucho, jamás te usaría de ese modo. No te tocaría por nada de este mundo.

La mirada de ella se ensombreció aún más con mi explicación; si era posible, ahora se veía más ofendida que antes.

—¿Por nada de este mundo? ¿Tan desagradable me encuentras? —farfulló dolida.

—¡No! Al contrario, me encantaría tocarte —le aclaré, desesperado por evitar que se ofendiera.

Mi estómago cayó a mis pies al escuchar mis propias palabras, otra vez yo haciendo de las mías, ofendiendo una y otra vez a una chica cuando lo que deseaba era hacerla reír. Era un pelmazo con las mujeres, definitivamente necesitaba a Tarik para guiarme pues yo solo hacía burradas. 

Odette abrió los ojos al máximo y su rostro se tornó color carmesí.

Empecé a balbucear sin sentido, queriendo remediar lo que acaba de salir de mis labios. Después de varios intentos, inhalé profundo para calmarme, ya no podía darme el lujo de decir más tonterías, así que tenía que pensar muy bien lo que diría a continuación.




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