Ladrona de espejos

Capítulo 2

M A R X E L

Cuando las cámaras se apagaron, por fin borré la sonrisa de mi boca y procedí a ponerme de pie sobre aquel incomodo sofá. Me dolía la cabeza, la espalda y la piel de la comisura de mis labios, pero sobre todas las cosas, estaba cansado de fingir.

Me enseñaron desde pequeño a mantener un perfil admirable que atrajera confianza a la población. Debía ser encantador, un títere que mi padre podía manipular a su antojo. Siendo el heredero de Prakva, no debía cometer ningún error frente a las cámaras. Era el actor que todos desean ver, quién admiraban e idolatraban cómo el futuro de nuestra nación.

Lo cierto era que nadie me conocía realmente. Mi rostro era una máscara y debajo de ella, había alguien que ocultaba demasiados secretos.

Will hizo sonar las palmas por encima de los destellos de las luces. Mi fiel compañero de entrenamiento y bien amigo, interrumpió aquella sala con todos los personales de comunicación intentando captar algunas fotos de mi rostro.

—Bien hecho —agasajó con una sonrisa plantada en la cara. Hice una mueca en respuesta, él sabía lo irritante que me suponía realizar cada entrevista, y cómo debía arrastrar mi trasero esa mañana para plantearme delante de la entrevistadora Susan—. Sé te da increíblemente bien, ¿tienes idea de cuantas donaciones ha recibido la Corona?

—Sorpréndeme.

—Novecientos mil praks.

Había sido el doble que la última entrevista. Ni siquiera había soltado una lágrima para recibir tanta ayuda. Era ridículo. No podía imaginarme lo que recibiría si fingiera lástima.

Él me siguió cuándo salí del salón de comunicación y me enfrenté al vestíbulo principal de la Alta Torre. Los personales del edificio me echaron el ojo cuándo pasé junto a ellos, ni siquiera me molesté en mirarlos, estaba deseando poder huir de todo el mundo y refugiarme en los extensos jardines detrás de la Torre dónde nadie podía molestarme.

—Tú padre estará orgulloso.
Apreté la mandíbula con solo reconocer la amenaza de mi padre si no asistía esa mañana. Sacudí la cabeza y esperé a que Will le restara importancia al asunto.

—Solo fue un programa de televisión, no se compara con hablar en público frente a toda la nación —le comenté. Nada podía compararse con estar delante de miles de personas mirándote y tener la responsabilidad de tus palabras en representación de la Corona.

Nos acercamos a los elevadores de la Alta Torre, detrás había enorme cascada que decorada la pared hacia la última planta del edificio. En el tejado de la Torre había una apertura que permitía que los rayos dorados de la luz del sol se reflejasen con el agua. Se filtraban distintos destellos que iluminaban todo el vestíbulo principal, incluso el rostro de Will relució.

—Algún día tendrás que hacerlo —comentó —, cuando te conviertas en Káiser.

Suspiré, bastante hastiado de tener que pensar en todas mis responsabilidades. Lo cierto era la idea me asustaba, pero tampoco me aterraba. Algún día tendría que pasar, solo esperaba estar preparado cuando el momento llegara.

Presioné el botón de la última planta, pero Will se adelantó y presionó también el penúltimo. Lo miré entrecerrando los ojos.

—Él quiere hablar contigo —se aclaró la garganta —. Lo siento.

—Podrías haberlo mencionado un poco antes, ¿sabes?

—Tengo que advertirte, no está de buen humor hoy —una tensión desprotegida surgió en la expresión de su rostro—, he recibido el mensaje de que es un asunto importante. Solicitaron tu presencia en su oficina y, sobre todo, quieren que estés ahí lo antes posible.

Todos los planes sobre descansar y tener un momento de tranquilidad se esfumaron en cuestión de segundos.

—¿Importante? —Mi padre rara vez decía que algo era importante o urgente, cuando utilizaba esas palabras era por qué la situación había llegado a un punto de gravedad irremediable.

Cuando las puertas del elevador se abrieron, comencé a acelerar el paso a su oficina para evitar tener una queja de su parte, pues el Káiser acostumbraba a tener una actitud un poco impaciente, con los años se había vuelto extremado. La idea de esperar demasiado no le agradaba en absoluto.

Al llegar a la puerta de la oficina, Will me detuvo y apretó mi brazo.

—Espera. Recuerda que esta es tu oportunidad para demostrarle a tu padre que puedes adentrarte más en los asuntos de la Corona —susurró—. Quizás te permita entrar en la audiencia del Concejo.

—Gracias, Will, pero ambos sabemos que eso es imposible —Casi indiscutible. Parecía tener una orden de restricción para acceder a aquella audiencia.

Una mueca triste se asomó en sus labios.
—Nunca se sabe que podría pasar.

Will sabía de cada uno de mis problemas y deseos. Y es que, a pesar de ser el único hijo del Káiser y próximo heredero del linaje Leví, mi colaboración tan solo servía para que mi rostro formara parte de los carteles publicitarios o que los periódicos digitales rumorearan que iba a casarme con la hija de la mano derecha, o aún peor, para recalcar que mi padre y yo éramos muy unidos. Porque de «unidos» lo más cercano al contacto físico que había presenciado era cuando la palma de su mano se estrellaba contra mi mejilla al enfadarse.

Mi padre no era precisamente una persona fácil de manejar, convencer o agradar. Incluso cuando aún vivía con mi madre, era áspero con ella y conmigo. Tenía el mal genio de irritarse ante cualquier cosa. Muchas veces le insistía en querer formar parte en la reunión del concejo, donde se encontraban todos los miembros para opinar sobre las próximas decisiones de Prakva, pero él siempre me contestaba con el «eres demasiado joven para involucrarte».

Pero, por supuesto, él no tenía ningún problema con que formara parte del cuartel de milicia y arriesgara mi trasero «joven» en las misiones que solicitaba para adentrarnos a zonas de riesgo.

Un estruendo se escuchó desde adentro de la oficina y Will abrió la puerta un segundo después. Justo como sospechaba, mi padre se encontraba lanzando y haciendo pedazos las hojas del periódico físico, los cuales cayeron al suelo para sumarle el trabajo a la empleada de limpieza. Soltó una maldición y cuando me miró entrar a su oficina, se acomodó en su silla sobresaltado y se golpeó la espalda en el respaldar. Volvió a maldecir.




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