El sonido del metal retorciéndose y los gritos desgarradores resonaron en la noche, marcando el momento en que la vida de Grecia y Paolo cambió para siempre.
En un instante, el destino les arrebató a su hija, Sofía, en un trágico accidente automovilístico. La luz de sus ojos se apagó, dejando un vacío imposible de llenar.
Grecia, con el corazón hecho añicos, se refugió en su taller de vidrio.
Cada día, moldeaba delicadas esculturas que reflejaban su tristeza y desesperación.
Cada pieza de cristal parecía contener una parte de su alma rota, y a través de su arte, intentaba darle sentido a su sufrimiento.
Las lágrimas caían silenciosas mientras sus manos trabajaban, creando obras de una belleza melancólica que hablaban de su pérdida.
Sus esculturas, frágiles y hermosas, se convirtieron en un reflejo de su dolor interno, un intento desesperado de capturar la esencia de Sofía en cada curva y arista del cristal.
Paolo, por otro lado, se sumergió en su trabajo como médico. Pasaba largas horas en el hospital, tratando de salvar a otros para expiar la culpa que sentía por no haber podido proteger a su hijo.
Sin embargo, su dedicación al trabajo solo lo alejaba más de Grecia, creando una barrera de silencio y resentimiento entre ellos. Cada día, la distancia entre ellos crecía, alimentada por el dolor y la incomprensión.
Paolo se encontraba atrapado en un ciclo de autoinculpación, donde cada vida salvada era un recordatorio de la que no pudo salvar.
Las noches eran las peores. Paolo y Grecia compartían la misma cama, pero sus corazones estaban a kilómetros de distancia.
El silencio entre ellos era ensordecedor, lleno de palabras no dichas y emociones reprimidas. Grecia a menudo se despertaba en medio de la noche, susurrando el nombre de Sofía, mientras Paolo se quedaba despierto, mirando el techo, incapaz de encontrar consuelo en el sueño.
A pesar de sus esfuerzos por seguir adelante, el dolor seguía siendo una sombra constante en sus vidas.
Cada uno sonido en sus propios pensamientos, se fueron alejando más y más. Hasta que en un momento se hicieron extraños en su propia casa.
—Grecia, por favor, necesitamos hablar.
—¿Hablar de qué, Paolo? Nos hemos convertido en dos extraños en esta casa.
—Por favor, Grecia, sabemos por lo que estamos pasando. Pero... —Grecia lo detuvo y miró a sus ojos.
—Maldición, Paolo. Sofía está muerta y aún no supero su muerte. No entiendes que eso me duele.
—Sabemos que los dos estamos sufriendo por su muerte. Aún escucho su risa en cada rincón de esta casa. Por eso necesitamos hablar, Grecia, de lo que nos está pasando.
—Déjame en paz, Paolo. No quiero saber nada.
—Grecia, por favor, necesitamos hablar.
—No quiero hablar, Paolo. Han pasado dos años y no puedo olvidar a mi hija.
—Grecia era nuestra hija, y los dos estamos sufriendo.
—Te dije que no quiero hablar, no quiero ir a un loquero de nuevo, si eso es lo que estás pensando. No... No... No... nooo.
—Grecia, por favor, nos estamos haciendo daño.
—No quiero volver a hablar del pasado, de mi hija, te lo dije ya.
—Y yo te vuelvo a repetir que necesitamos ayuda. Grecia, yo te amo y quiero que estemos bien.
—Te dije que no quiero buscar a nadie que me ayude, y déjame tranquila. Déjame en los recuerdos de mi hija, de mi Sofía, de mi Sofí.
—Está bien, Grecia. Entonces hablemos otro día. Cuando estés bien, cuando no estés enojada.
—Paolo, por favor, déjame en paz.
Grecia le dio la espalda y salió de allí con el corazón destrozado hacia el taller de vidrio, y siguió con su trabajo. Ella solo deseaba que aquel accidente no hubiera ocurrido.
Aquella noche nefasta en la que perdió a la luz de sus ojos. Odiaba aquel día, aquel momento en el que no se pudo hacer nada, y menos su esposo. Un médico renombrado y con conocimientos, no pudo ayudar.
Mientras tanto, en otro lado de la casa, Paolo estaba hablando por teléfono con uno de sus colegas.
— Ya no puedo más con Grecia, no quiere entenderme. Y yo menos a ella, sé que necesitamos ayuda. Pero ya no puedo, quiero salvar mi matrimonio, pero es demasiado el dolor que sentimos Grecia y yo por la pérdida de nuestra hija.
— Lo sé, amigo, y sé que Maryurith está interesada en ayudarlos a superar la muerte de su hija.
— ¿Cómo sabes bien que ella está sumida en su trabajo, al igual que yo? La muerte de Sofía nos afectó mucho en el corazón, en nuestras vidas.
— Está bien, Paolo, cálmate, toma las cosas con calma.
— Por favor, Julio, ¿cómo tomo las cosas con calma si estoy perdiendo mi matrimonio? Grecia y yo nos estamos alejando cada vez más.
— Ya te he dicho que te calmes, ya verás que pronto se solucionará todo.
— Está bien, voy a hacerte caso, no me preocuparé. Hoy me toca guardia y Grecia se quedará sola en casa otra vez.
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Editado: 17.11.2024