La puerta de metal estaba abierta. No esperaban que viniéramos o nos habían facilitado la entrada.
La nave era grande, pero al fondo se veía a un grupo de hombres rodeando algo o a alguien. Sabía con exactitud quién estaba en medio de los leones.
Apuramos el paso. Al primero que vi fue a uno de mis enemigos; eso creía antes, al menos. Estaba alejado del círculo y mirando en todas direcciones. Al encontrarse con mi mirada, negó con la cabeza.
¿Qué quería decir eso?
Empujé a dos tipos para abrirme camino y ver lo que ellos observaban maravillados.
Nuestros hombres rodearon el círculo, apuntando a las cabezas de cada uno de esos malnacidos. Todos sabíamos lo que teníamos que hacer, cómo actuar.
—Llegáis tarde a la fiesta. —Rio aquel asqueroso ser.
—No tenías derecho —le dijo mi padre.
No escuché la respuesta. A decir verdad, dejé de escuchar cualquier ruido. El tiempo se paró cuando vi su pequeño cuerpo tumbado en el suelo, como un ovillo de lana.
Tenía la espalda al descubierto impregnada en sangre. Corrí hacia ella para comprobar que la mujer que amaba estaba muerta.
Me agaché y le aparté el pelo de la cara. La imagen que vi hizo que me tambalease.
No podía estar muerta, muerta, muerta, muerta…