No podía creerlo, por más que lo pensaba, no quería creerlo. Sentía una presión en el pecho, un dolor tan fuerte como si me estuviesen arrancando el corazón en vivo.
Esperé con impaciencia a despertarme de semejante pesadilla, mas no sucedería porque eso era tan real como que me llamaba Mikhail Korsakov. Mi pequeña me había engañado, me había usado como a un trapo. ¡Maldita fuera! No había sido más que su títere.
«¿Por qué me has hecho esto? Me enamoré de ti. Me enamoré perdidamente y locamente de ti».
¿Qué iba a hacer? ¿Qué iba a ser de mí?
—¡Miki! —gritó mi hermana asustada.
La miré con los ojos bañados en lágrimas. Hacía años que no lloraba. Contaba con los dedos de la mano las veces que lo había hecho cuando era niño. A partir de los diez no había vuelto a derramar una lágrima.
—Laryssa —susurré.
—¿Qué ha pasado, Miki? —Se acercó a mí saltando los cristales, cuadros y muebles rotos esparcidos por mi habitación.
Cuando mi pequeña se fue, descargué toda mi ira a base de patadas y puños contra cualquier cosa que pudiera romper. Principalmente, sus malditas fotos. Mi habitación había quedado hecha un estropicio, a juego con mis puños ensangrentados.
—Me ha engañado, me ha engañado. —Me froté la cara con frustración.
—¿Quién te ha engañado?
—Mi pequeña. Ella me ha engañado.
—¿De qué hablas, Miki? —Veía incomprensión y miedo en su rostro.
—¡Nos ha engañado a todos! —Me levanté y volví al ataque con lo poco que quedaba entero—. ¡No es más que una asquerosa poli! ¡Una rata de alcantarilla! ¡Una espía!
Mis gritos retumbaban en las paredes mientras le explicaba cómo me había mentido, cómo nos había mentido.
—¡Romperlo todo no arregla las cosas! —gritó Laryssa persiguiéndome escaleras abajo—. ¡Te vas a hacer daño, Mikhail! ¡¡¡Basta!!!
—¿Daño? Ella ha sido quien me ha hecho daño. —Cuando empecé a arrojar los jarrones, marcos y todo adorno rompible de la sala, Laryssa se plantó enfrente de mí con los brazos cruzados.
—Si piensas que esto te va a ayudar, continúa, adelante. —Abrió los brazos abarcando la estancia—. Rómpelo todo, si con eso te sientes mejor. Incluso puedo ayudarte, si quieres.
—Nada puede hacerme sentir mejor. —Me dejé caer en el sofá cuando vi que había más cosas por el suelo que en su sitio. Me eché a llorar de nuevo. Me cubrí la cara con las manos y di rienda suelta a mi dolor.
Mi hermana se arrodilló enfrente de mí, me apartó las manos de la cara y me abrazó con fuerza. Me dejé hacer, permití que me consolase.
Laryssa se parecía mucho a mí, teníamos el mismo color de ojos y pelo, salvo que ella había adornado su larga melena con mechas rubias. Su rostro también era más dulce que el mío, expresaba bondad con una simple sonrisa. Era bastante alta, no tanto como yo, pero bastante más que Kalina.
Después, cuando me hube calmado un poco, sirvió una copa para cada uno. Mientras a ella el trago le duró lo que parecieron horas, yo vacié la botella. No me preguntó nada más, se limitó a darme consuelo y a escuchar lo poco que decía. Su rostro contraído y sus manos temblorosas sosteniendo el vaso delataban que no sabía qué hacer, que estaba tan preocupada y con tanto miedo como yo. Como lo estarían todos. Cada uno por diferentes y semejantes motivos.
—No era real, era una creación perfecta de la mujer capaz de arrebatármelo todo. Ha venido para acabar con nosotros, conmigo —susurré más para mí mismo que para ella.
—Miki, lo siento, no sé cómo ha podido hacernos esto.
—Es su trabajo, La, es lo que hacen para cogernos. —Acabé el vodka de un trago y volví a llenarlo. Aún no era capaz de creerme mis palabras, era demasiado doloroso asimilar lo que había pasado.
Más tarde, la escuché hablar con Venyamin por teléfono sin prestar atención a sus palabras. Aunque quisiera, el alcohol me mantenía poco consciente ya; cosa que agradecía. Esperaba que el dolor desapareciese a medida que mis sentidos se empapaban. Las lágrimas seguían cayendo de mis ojos, las imágenes volvían a mi mente y el fuerte dolor en el pecho continuaba intacto. El alcohol no era bálsamo suficiente; la verdad, no creía que hubiera uno.
No me había molestado en decirle que no quería ver a nadie. Ella ya lo sabía.
Horas más tarde, la puerta de la entrada se abrió y supe que no podría escapar. De ellos, no. Me alegraba estar tirado en el sofá medio dormido. Mi paz se vio interrumpida por los tacones de mi madre y los pasos sordos de mi padre. No me molesté en levantar la mirada para saber que estaban enfadados y preocupados.
—¿Qué ha pasado aquí? —preguntó mi madre.
—¿Qué es todo este desastre? —añadió mi padre casi al instante.
—Laryssa, Mikhail, ¿qué ha ocurrido? —Mi madre nos miraba seria.
—Veréis… —Mi hermana sonó bastante insegura—. Ha pasado algo. Miki…
—¿Qué te ocurre? ¿Qué te ha pasado? —Mi madre intentó acercarse a mí, pero levanté una mano para que no lo hiciese—. ¿Estás bien?
—Ninguno lo estamos —respondí con la boca pastosa de tanto alcohol, de tantas lágrimas, de tanto dolor.
—¿Quieres explicarte? —El tono hosco de mi padre no me importó. Quería que esto acabase cuanto antes, así que me dirigí a Laryssa.