Había pasado la noche en vela, no había podido dormir nada. Cada vez que cerraba los ojos veía su cara, su odio, su rencor, su decepción… Recordaba el dolor en su mirada, en su voz…
Decidí no ir a la universidad, no era una buena idea. Me puse doble ración de antiojeras y cogí un taxi hacia el gimnasio. Era mi trabajo, no podía arriesgarme a perderlo y mucho menos a que sospecharan nada, mi vida ya corría peligro al haber descubierto mi verdadera identidad ante los Korsakov.
Entré y fiché como cada día. Para mi mala suerte, no pude pasar desapercibida ante Inna. Era una buena amiga, por eso, en ese momento no era favorable un encuentro, mi dolor estaba a punto de entrar en ebullición.
—Buenos días, Babette —me saludó alegre desde el mostrador. No tuve más remedio que acercarme.
—¿Qué tal, Inna? ¿Mucho trabajo? —Mi sonrisa fue tan fingida que mi amiga arrugó el entrecejo y procedió a un exhaustivo examen de mi aspecto. Notaba que algo andaba mal.
—¿Qué te ha pasado? ¿Te encuentras bien?
—Sí, yo… —Los ojos se me humedecieron y no fui capaz de contener un par de lágrimas, que limpié rápidamente con la manga.
—Babette, ¿qué ocurre? —Rodeó el mostrador para hablar más cerca conmigo. Me tomó una mano y esperó a que contestase.
—Hemos roto, Miki y yo… Se ha acabado. —Tragué con fuerza y aspiré profundamente para no echarme a llorar.
—¿Qué dices? ¿Por qué? —Abrió los ojos con sorpresa y preocupación.
—Ahora no, por favor. —Mi amiga asintió con la cabeza cuando vio mi mirada de súplica y mi gran empeño en no empezar a llorar—. ¿Podemos hablar más tarde? Tengo que subir —le dije mirando hacia las escaleras.
—De acuerdo. Para lo que necesites, estoy aquí.
—Estoy bien, Inna. —Sonreí de forma débil, sin enseñar los dientes.
Subí las escaleras lo más rápido que me permitieron mis piernas para no pararme a hablar con nadie más. Me cambié y me dirigí a la sala de baile como un robot. Fingí mi mejor sonrisa y empecé a dar las clases deseando que el día acabase de una vez.
Entré al vestuario pensando en abrir el grifo y aliviar mi dolor, pero justo cuando iba a cerrar la puerta, alguien me lo impidió. No podía ser. No quería hablar con nadie y no deseaba encontrarme a otra persona que no fuese él.
—Babette. —Empujó la puerta y me obligó a dejarlo pasar. Cerró con llave y yo suspiré—. ¿Qué ha pasado? —preguntó cruzándose de brazos—. ¿Qué te ha hecho?
—Borak. —La voz se me rompió. Comencé a sollozar y me arrojé a sus brazos.
No lo dudó, me envolvió y me acunó con ternura. Me hacía falta desahogarme con alguien, ¿quién mejor que mi mejor amigo? ¿Quién peor que su peor enemigo?
—¿Qué ha pasado? —volvió a preguntar cuando nos sentamos en el sofá. Sí, había un sofá dentro del vestuario. Era el gimnasio más lujoso de San Petersburgo.
—Hemos roto, se ha acabado.
—¿Por qué? ¿A quién se ha follado ya? —inquirió enfadado.
—A nadie. Nadie se ha follado a nadie.
—Entonces, ¿qué ha pasado?
—No me quiere como yo creía.
—¿De qué hablas? Miki está colado por ti. Te adora. —No dejaba de escrutarme con su miraba verde musgo en busca de más.
—Antes, quizá sí; ahora, no lo sé, Borak. No estamos hechos el uno para el otro.
—No lo entiendo, es que… —Achinó los ojos y torció los labios de un lado a otro. Siempre lo hacía cuando no le cuadraban las cosas.
—No hay nada que entender. Se acabó. Supongo que todos sabíamos que tarde o temprano se acabaría. Solo que yo no estaba preparada, no quería que se acabara. —Las lágrimas seguían cayendo mientras le explicaba.
—Lo siento, Babette. Cuando te enamoras, no deberías hacerlo de una persona que te haga llorar. Te sonará a tópico, pero no se merece tus lágrimas.
—Supongo que el tópico es cierto. —Reí—. Pero me duele tanto que no sé cómo hacer.
—Miki es un imbécil —maldijo rechinando los dientes.
—En eso, estoy de acuerdo.
—Dúchate, anda, que te invito a comer.
Acabamos saboreando un exquisito y poco apetecible plato en un restaurante italiano cerca del gimnasio. Era una pena no valorar tal delicia, pero en ese momento mi estómago respondía con una punzada de dolor y unas crecientes náuseas cada vez que le metía algo a la fuerza. La mirada de mi amigo no dejó la preocupación en todo el tiempo que duró la comida.
—Sabes que puedes tomarte la tarde libre, ¿verdad? —me ofreció.
—Lo sé, y la respuesta es no. Tengo que cumplir con mi trabajo, que tú seas mi jefe no quiere decir que pueda aprovecharme de ti cuando quiera.
—Como si no lo hicieras nunca —respondió sonriendo.
—Me vendrá bien mantenerme ocupada, así no pensaré tanto en él.
—Eso sería un desperdicio de tiempo. —Le lancé chispas asesinas con los ojos y fruncí los labios. Él levantó los brazos en son de paz y sonrió—. Inna está preocupada.
Me gustaba más hablar de nuestra amiga, aunque el tema seguía siendo mi sorprendente ruptura. La mayoría esperaba que me pusiese un anillo pronto, que nos vistiésemos con unos trajes que solo los Korsakov pudiesen pagar, que nos dijésemos el «sí, quiero» y que fuese la mujer más envidiada de las siguientes treinta décadas por haber conquistado al soltero más codiciado de toda la ciudad.