Me levanté más sobrio y con menos dolor de cabeza, por el resto estaba igual de mal o peor; sin embargo, mi padre tenía razón, debíamos hablar.
Me destrozaba el alma pensar en lo que me había hecho mi…, quería decir la falsa Babette, pero no podía permitir que acabase con los míos. Con que uno de nosotros estuviera destrozado era suficiente. A partir de ese momento lo único que sentiría por ella sería odio, rabia y más odio.
Caminé a mi habitación para darme una ducha. Intenté no pensar en nada, dejar la mente en blanco para poder entrar. Imposible. La ola de recuerdos me asaltó cuando abrí la puerta: su olor, su voz, sus caricias… Falso, falso, todo era falso. Cerré de golpe, me apoyé en ella y respiré hondo intentando concentrarme en alejar el dolor el tiempo suficiente para coger la ropa. Miré a mi alrededor. El cuarto estaba igual a como lo había dejado: todo hecho pedazos esparcidos por el suelo, las sábanas revueltas, el disfraz de ángel tirado al borde de la cama, las alas cerca de ese y, un poco más alejada, la peluca, de un tono entre castaño claro, dorado o rubio; un color que no sabía qué nombre recibía exactamente. Caminé deprisa, sorteando los cristales con cuidado de no cortarme. Cuanto antes saliera de ahí, antes se aliviaría la tensión en mi pecho, o eso intentaba creer. Cogí ropa para vestirme y salí con rapidez de mi habitación, también era mejor ducharme en otro lugar.
Mientras me duchaba, revivía una y otra vez la última conversación con Babette.
«Soy policía, una agente infiltrada. Pertenezco al cuerpo de inteligencia».
Eso no podía estar pasándome, era tan feliz a su lado y… Todo era falso.
Bajé al salón. Mis amigos estaban sentados y, pese a que estaban hablando, no era como las otras veces: ni bromas ni chillidos ni insultos ni carcajadas.
—Miki. —Nitca fue la primera en saludarme con una tímida sonrisa. Me acerqué para sentarme a su lado. Cuando lo hice, me besó en la mejilla y agarró mi mano con fuerza.
Pude notar seis pares de ojos mirándome, esperando que estallase en cualquier momento. Y no me faltaba mucho, estaba haciendo acopio de toda mi fuerza de voluntad para que la poca cordura que me quedaba no desapareciese hasta que esa reunión no hubiera finalizado.
—¿Cómo estás, Miki? —preguntó Murik con cautela.
—¿Tú cómo estarías? —respondí más grosero de lo que pretendía.
—Pues…
—Mi novia me ha engañado, no con otro, peor. —Nunca creí que hubiese peor engaño que una buena cornamenta, en cambio, en ese momento parecerme a un toro de lo más dotado me resultaría cómico—. Me hizo creer que me amaba para acabar conmigo y con toda mi familia. Cada vez que yo le hacía el amor estaba un paso más cerca de nosotros y cuando me enamoré de ella le entregué el salvoconducto para conseguir lo necesario para encerrarnos. ¿Cómo queréis que me sienta?
—Miki, nosotros… Lo sentimos mucho —dijo Venyamin acabando de hablar en un susurro y con la cabeza gacha.
—Miki. —Por su expresión supe que las próximas palabras de Aleksei no iban a gustarme—. Babette ha hablado con nosotros.
—¿Nosotros? —Abrí los ojos con sorpresa.
—Con Aleksei y conmigo —respondió Nitca evitando mi mirada.
—Ella misma nos contó la verdad antes de que nos enterásemos por ti —explicó Aleksei—. Supongo que para disminuir el mal.
—¿Disminuir el mal? ¿En serio crees que haya algo que pueda disminuir el mal? —Mi tono sonó unas octavas más alto de lo normal.
—Reconozco que es valiente por hacer lo que hizo —respondió mi amigo manteniéndome la mirada.
—Otros la tacharían de insensata. Lo que ha hecho no tiene perdón, no hay forma de menguar el mal —dije serio.
—No justifico lo que ha hecho, de ninguna manera, pero creo que dice la verdad. —Las palabras de mi mejor amiga me cayeron como un jarro de agua fría.
—¿De qué parte estás, Nitca? —Mis palabras salieron tan frías que vi cómo tragaba con fuerza. Obviamente, no se dejó amedrentar, alzó la mirada hasta mis ojos y respondió:
—Sé que estás sufriendo, pero, aunque nos pese a todos, ella también. Babette se ha enamorado de ti tan locamente como tú de ella. Estoy segura de que eso nunca ha sido mentira.
—Estoy de acuerdo con Nitca, ¿por qué si no lo arriesgaría todo? —preguntó Aleksei.
—¡No lo sé! —grité, y me levanté del sofá pasando las manos por mi pelo—. Ni quiero saberlo. Puede que sea parte de su misión, nada más.
—Quizá deberías… —intervino Venyamin, pero Laryssa lo fulminó con la mirada.
—Es pronto para asimilar tantas cosas; sin embargo, yo la creo. —Nitca me miró disculpándose por lo que acababa de decir. Sabía que si no decía lo que pensaba reventaría, pero en ese momento lo que necesitaba era que se callase. Que todos cerrasen la puta boca y se guardasen sus opiniones, críticas o pensamientos para ellos mismos.
—Lo que dicen tiene sentido —intervino Zoria.
—¡Basta! —Miré a cada uno de mis amigos de forma seria. Esa mirada que nunca utilizaba con ellos fue la necesaria para que no siguieran—. No quiero escuchar una palabra más de ella. Laryssa, ¿dónde coño está papá? —acabé gritando. Me serví una copa, necesitaba calmarme. En realidad, lo que necesitaba era acabar con eso cuanto antes.
—Buenas noches, niños. —La voz de mi madre interrumpió los pocos murmullos del salón.