—Dile a tu jefe que los Korsakov están aquí —le ordené a la secretaria sin molestarme en saludar.
—Ahora mismo, Mikhail. —Salió disparada de detrás de la mesa y corrió hacia el despacho del viejo Berezustki.
—Parece un pavo real asustado y asombrado a la vez —observó mi padre rodando los ojos—. Desde luego, causas mucho efecto en las mujeres, en la gente, en general.
—Debo haberlo heredado de ti —dije encogiéndome de hombros.
—De mí has heredado muchas cosas, pero eso es de tu madre. Los Korsakov imponemos respeto de manera casi innata, pero tú además provocas miedo y admiración. La mezcla de los dos en cantidades adecuadas da lugar a un hombre excepcional.
No me dio tiempo a decir nada. El señor Berezustki caminaba hacia nosotros con su secretaria.
—Egor, Mikhail —saludó con la misma cortesía y amabilidad de siempre—. ¿Qué os trae por aquí?
—Queremos hablar contigo —le dijo mi padre, levantando la cabeza hacia el despacho.
—Por supuesto. Acompañadme. —Hizo un gesto con la mano para que lo siguiéramos. Él era de los pocos que nos tuteaba, tenía la confianza suficiente para hacerlo, desde hacía años—. Que nadie nos moleste —le ordenó a su secretaria.
Entramos a su despacho y él cerró la puerta, hizo un gesto hacia la pequeña mesa rodeada de unos sillones individuales.
—Sentaos. —Mi padre y yo nos acomodamos—. ¿Queréis tomar algo?
—Un vodka estará bien —pidió mi padre amable. Siempre le habíamos tenido mucho cariño, sabía que a él la noticia le había caído como un cubo de agua fría. Yo siempre había compartido ese sentimiento, al igual que mi progenitor, le tenía mucho cariño al viejo sentado a nuestro lado, pero en ese momento empezaba a sentir aversión por ese hombre. Lo que había hecho en el pasado llevó a cambiar mis sentimientos de respeto y cariño hacia él de forma drástica; la razón era simple: porque esas decisiones habían endurecido y dificultado la vida de mi madre.
—Bien. —Colocó un vaso enfrente de cada uno, quedándose él mismo con otro, del que bebió un sorbo tan pronto su culo tocó el cuero del sillón—. Decidme, ¿qué ocurre?
—Verás, nos hemos enterado de algo —empezó mi padre.
—¿De qué se trata?
—Sabemos de la existencia de tu hija —respondió mi padre.
—Tiene tres hijas, papá. —¿Qué le pasaba? ¿Era que se había vuelto idiota? Se estaba explicando de culo—. En realidad, lo que quiere decir mi padre es que sabemos que tienes una hija bastarda —expliqué. Tanto tacto enrevesado no ayudaba más que a agotar mi paciencia—. Es decir, una hija fuera del matrimonio.
El señor Berezustki se puso del color de la pared del fondo, de un tono blanco inmaculado. Los ojos se le abrieron con sorpresa, los cerró para volver a abrirlos de forma normal, y no de manera que las pestañas se le juntaran con las cejas.
—Cómo no. —Suspiró—. Debí suponer que Babette te lo contaría —dijo mirándome—. Es normal siendo tu novia, aunque confiaba en su palabra.
—Nos lo ha contado porque era necesario —respondió mi padre—. No ha faltado a su palabra, lo ha hecho porque es información primordial y de suma importancia para nosotros.
—¿Por qué habría de serlo? Con todos mis respetos, que yo haya tenido una hija antes de casarme no es de vuestra incumbencia —dijo irguiendo el pecho un poco hacia delante.
—No sería de nuestra incumbencia si esa hija no fuese mi madre, «abuelito» —expliqué recalcando la palabra. Mi padre me lanzó una mirada de reproche. No me importó. Las cosas sin rodeos se entendían mejor; aunque, teniendo en cuenta la edad de Berezustki, podría provocarle un paro cardíaco.
—¿Qué me dices, Mikhail? —Se irguió todavía más que antes, creía que estaba levitando sobre el asiento.
—Lo que te está contando Mikhail es cierto, Dema. Tu hija es mi mujer. Dara es la hija que has tenido con… —dijo mi padre.
—¿Cómo…? Eso… —Decidí ayudarlo. No daba desenvuelto la lengua.
—No preguntes cómo es posible. Tuviste una aventura con Vera, se quedó embarazada y nació mi madre.
—Yo no lo sabía —dijo en tono bajo y poco seguro.
—¿No sabías que ibas a tener una hija? —pregunté, aunque ya sabía a lo que se refería.
—No sabía que era tu madre —respondió pensativo.
—Nosotros tampoco. Ha sido una gran sorpresa, una grata sorpresa —dijo mi padre.
—¿Dara lo sabe? ¿Ella…?
—Lo sabe —respondí—. Pero no esperes que mi madre corra a tus brazos, no digas que lo sientes y que no pudiste hacer nada.
—¿Habéis venido a eso? ¿A reprocharme y juzgarme?
—No, nuestro motivo es más importante —respondió mi padre mirándome de forma severa—. Perdona a Miki, siempre ha sido muy efusivo.
—Te entiendo. —Centró su mirada en mí unos segundos antes de dirigirse a ambos—. No voy a disculparme por mis errores del pasado, sé de sobra que no tienen perdón. De hecho, no me permito mirar hacia atrás por miedo a quedarme prendado en él. Yo tomé una decisión, buena o mala, fue mi elección y tuve que vivir mi vida con las consecuencias.
—¿Quieres decir que no te importa mi madre? ¿Que nunca te ha importado? —pregunté con repulsión. Creía conocerlo.