Cuando el nuevo día amaneció, Eldric sintió una ola de determinación llenar su ser. La frustración y el dolor de su primer intento de fuga aún ardían en su memoria, pero ahora, con un plan más elaborado, estaba decidido a no fallar nuevamente. Junto a Lira y los otros niños, se preparó para un nuevo asalto a la libertad. El cautiverio era una prisión de sufrimiento y brutalidad, pero, para ellos, también se había convertido en un símbolo de resistencia y un anhelo implacable por la libertad.
En un silencio tenso, el grupo se reunía, consciente de que esta podría ser su última oportunidad. Eldric miró a los ojos de Lira. A pesar de estar herida y frágil, ella emanaba una fuerza que inspiraba a todos a su alrededor. Intercambiaron promesas silenciosas: si uno de ellos caía, el otro lucharía hasta el final.
Cuando la noche envolvió el mundo con su manto oscuro, avanzaron. La oscuridad era su aliada, y sus corazones latían como tambores de guerra. Eldric lideraba, la mente enfocada y el cuerpo moviéndose con precisión. El bosque a su alrededor parecía estar vivo, susurrando secretos y peligros, pero la libertad los llamaba. Llegaron al paso que habían descubierto, donde el aire fresco y el cielo abierto les hacían sentir la libertad casi al alcance.
El grupo, más unido que nunca, corrió por el sendero. Eldric y Lira estaban en la línea del frente, sus pasos en sincronía. Cuando finalmente cruzaron la última barrera, un éxtasis arrebatador los tomó. Gritos de alegría estallaron, un sonido puro de triunfo. Pero la felicidad fue rápidamente cortada por los gritos de alerta de los bandidos. La dura realidad regresó como una ola fría.
Eldric no dudó. Sintiendo el poder del Vérium pulsar en sus venas, se volvió para enfrentar a los atacantes. Las llamas negras se encendieron a su alrededor, danzando como sombras vivas. La batalla se desarrolló como una pesadilla, intensa y caótica. El Vérium, alimentado por su rabia y desesperación, transformaba a Eldric en un ser devastador. Luchó con furia, cada golpe una manifestación de su deseo por la libertad.
Lira, incluso en medio del caos, alentaba a los otros niños a correr. El campo de batalla se convertía en un infierno de fuego y acero. Eldric vio a varios niños escapar, pero la preocupación por Lira lo atormentaba. Gritó su nombre, su voz perdiéndose en el rugido de las llamas. Cuando el jefe de los bandidos apareció entre el humo, Eldric sintió su corazón congelarse. El hombre reía cruelmente, como si ya hubiera ganado.
“¿Pensaste que podrías escapar?”, provocó el jefe, avanzando como una sombra implacable. Eldric, exhausto pero sin opción de retroceder, levantó las llamas negras nuevamente. La lucha con el jefe fue feroz. Eldric atacaba con todo lo que tenía, pero el hombre era hábil, astuto, separando a Eldric de Lira. Vio, horrorizado, cómo el jefe la derribaba. El grito de Eldric resonó en la noche mientras lanzaba una última explosión de energía.
El Vérium ardía, implacable, consumiendo todo. Eldric ganó, pero al volverse, vio a Lira gravemente herida. La risa cruel del jefe resonaba como un fantasma, y la realidad de la pérdida y el fracaso pesaba sobre Eldric. Tomó a Lira en sus brazos, las lágrimas quemando sus ojos. Corrió, sin pensar, hacia una cueva cercana, buscando una protección desesperada.
La cueva estaba llena de murciélagos, un santuario sombrío. Sin embargo, el peligro no había pasado. Dos lobos blancos emergieron de las sombras, gruñendo. Eldric, exhausto, tuvo que luchar de nuevo. Usó el Vérium, las llamas negras danzando a su alrededor, consumiendo lo poco que quedaba de su energía. Derribó a los lobos con dificultad, pero cada esfuerzo drenaba su fuerza.
Finalmente, Eldric cayó de rodillas. La tragedia pesaba sobre él: había escapado, pero al costo de la vida de tantos amigos, y Lira, la única persona que amaba, estaba muriendo en sus brazos. Susurró promesas desesperadas, pero sabía que estaba perdiendo. El Vérium aún ardía en sus venas, pero también era su maldición. Mientras las lágrimas ardían en su rostro, Eldric comprendió la oscuridad que ahora lo envolvía.
La niebla se cernía sobre la aldea de Eldric, densa e impenetrable, como un recordatorio constante de que el peligro nunca estaba lejos. La vida allí era simple, marcada por días de arduo trabajo y noches frías bajo un cielo que rara vez sonreía con las estrellas.
Eldric, con solo cinco años, ya se destacaba como una figura aislada. Al margen de los juegos y festividades de la aldea, despertaba miradas desconfiadas. Su cabello, oscuro como el ébano y casi púrpura bajo la tenue luz del sol, lo convertía en objeto de murmullos sobre supersticiones antiguas. La aldea, llena de tradiciones y miedos, era un ambiente donde siempre se sentía un extraño.
A pesar de eso, Eldric buscaba alegría en las pocas cosas a su alrededor. Su padre, un humilde leñador, le enseñaba a manejar pequeños hachas, mientras su madre, con las manos callosas de tanto bordar, cantaba canciones que calmaban los miedos del niño. La única persona fuera de su familia que le ofrecía amistad era Lira, la hija del mercader. Lira veía más allá de la oscuridad que lo rodeaba, siendo un rayo de esperanza en su mundo sombrío.
A medida que Eldric crecía, extraños acontecimientos comenzaron a rodearlo. Cuando tenía seis años, él y Lira estaban jugando en el bosque cuando encontraron un jabalí herido, gemido de dolor. Eldric, movido por un impulso de compasión, extendió su mano temblorosa, sintiendo algo despertar dentro de él. Una llama negra, etérea, envolvió su palma. La herida del jabalí se cerró ante los ojos asombrados de Lira, y el animal corrió de regreso a la seguridad del bosque.
Para Eldric, aquello parecía un milagro. Quizás ese poder podría usarse para el bien. Comenzó a entrenar en secreto, soñando con un día usarlo para curar a las personas y, quién sabe, ser aceptado por la aldea. Pero pronto se dio cuenta de la oscura realidad de su habilidad. A los ocho años, tratando de calentar una piedra con el Vérium, vio la roca desmoronarse en polvo. El poder era tanto una bendición como una maldición, capaz de destruir tan fácilmente como podía curar.