La niebla se cernía sobre la aldea de Eldric, densa e impenetrable, como un recordatorio constante de que el peligro nunca estaba lejos. La vida allí era simple, marcada por días de arduo trabajo y noches frías bajo un cielo que raramente sonreía con las estrellas.
Eldric, con apenas cinco años, ya se destacaba como una figura aislada. A la margen de los juegos y festividades de la aldea, despertaba miradas desconfiadas. Su cabello, oscuro como el ébano y casi púrpura bajo la tenue luz del sol, lo convertía en objeto de murmullos sobre supersticiones antiguas. La aldea, llena de tradiciones y miedos, era un entorno donde siempre se sintió un extraño.
A pesar de ello, Eldric buscaba alegría en las pocas cosas que lo rodeaban. Su padre, un humilde leñador, le enseñaba a manejar pequeños hachas, mientras su madre, con las manos callosas de tanto bordar, cantaba canciones que calmaban los temores del niño. La única persona fuera de su familia que le ofrecía amistad era Lira, la hija del mercader. Lira veía más allá de la oscuridad que lo rodeaba, siendo un rayo de esperanza en su mundo sombrío.
A medida que Eldric crecía, extraños acontecimientos empezaron a rodearlo. Cuando tenía seis años, él y Lira estaban jugando en el bosque cuando encontraron un jabalí herido, gimiendo de dolor. Eldric, movido por un impulso de compasión, extendió su mano temblorosa, sintiendo algo despertar dentro de sí. Una llama negra, etérea, envolvió su palma. La herida del jabalí se cerró ante los ojos asombrados de Lira, y el animal corrió de regreso a la seguridad del bosque.
Para Eldric, aquello parecía un milagro. Quizás ese poder podría usarse para el bien. Comenzó a entrenar en secreto, soñando con un día usarlo para curar a las personas y, ¿quién sabe?, ser aceptado por la aldea. Pero pronto se dio cuenta de la oscura realidad de su habilidad. A los ocho años, intentando calentar una piedra con el Vérium, vio cómo la roca se deshacía en polvo. El poder era tanto una bendición como una maldición, capaz de destruir tan fácilmente como podía curar.
Los años pasaron, y Eldric se volvió cada vez más reservado. Aunque seguía luchando por controlar el Vérium, sentía el peso de la oscuridad creciendo dentro de sí. Su sueño de proteger a quienes amaba, especialmente a Lira, se convertía en una misión silenciosa.
Pero la tragedia llegó pronto. A los diez años, su vida cambió para siempre. Esa noche, el aire estaba anormalmente quieto, cargado de una tensión que presagiaba el horror. El estruendo de caballos y gritos llenó el silencio, mientras hombres armados invadían la aldea. Eldric despertó sobresaltado, con el sonido de la madera rompiéndose y voces gritando en una lengua desconocida. Corrió hacia la ventana y vio el infierno desdoblarse: casas en llamas, personas luchando y cayendo ante hojas relucientes.
Aturdido, Eldric salió de casa, buscando a sus padres en medio del caos. El humo ardía en sus ojos, y el olor a carne quemada era asfixiante. Vio a su padre enfrentándose a un hombre corpulento con un hacha, pero fue una batalla corta y brutal. El golpe final derribó a su padre, resonando en el corazón de Eldric. Su madre corrió hacia él, ensangrentada, tirando de él con desesperación.
"¡Corre, Eldric! ¡No mires hacia atrás!" gritó, con la voz llena de pavor. Pero Eldric estaba congelado, incapaz de abandonar a sus padres. Vio a Lira, llorando, siendo arrastrada por su propio padre, mientras lo llamaba.
Sin embargo, no hubo fuga. Guerreros con armaduras sombrías agarraron a Eldric y Lira, separándolos de los otros jóvenes. Todos los niños de la aldea fueron perdonados, divididos en grupos de siete, con Eldric y Lira siendo mantenidos a parte, como si algo aún más sombrío los rodeara.
La última visión de Eldric antes de ser llevado fue el cuerpo de su madre, sin vida, caído sobre la tierra cubierta de cenizas. El fuego devoraba los restos de la aldea, y él y Lira fueron arrastrados hacia lo desconocido.
Los meses siguientes fueron una pesadilla. Fueron mantenidos en cautiverio, obligados a entrenamientos extenuantes. Los niños eran forzados a correr largas distancias, a escalar muros empinados y a luchar entre sí. Eldric se destacaba en las peleas, pero cada victoria solo aumentaba el peso de su condición. Los bandidos, sin piedad, transformaban a los jóvenes en máquinas de guerra.
Por la noche, Eldric y Lira susurraban el uno al otro, intentando encontrar esperanza en medio de la oscuridad. Él hablaba del poder del Vérium, de los milagros y horrores que había presenciado. Juntos, soñaban con escapar, con reencontrar la paz que un día conocieron.
Tras tres años, Eldric sabía que era hora de actuar. Él y Lira pasaron otro año planeando meticulosamente la fuga. Estudiaron los hábitos de los bandidos, buscando debilidades. Con los recuerdos de su aldea quemándose en sus mentes, estaban listos para arriesgarlo todo por la libertad.