Eldric, ahora una criatura reanimada por la rabia y la corrupción, avanzaba por el mundo como un vendaval de sombras. Su cuerpo esquelético, forjado en el miasma y envuelto en las llamas negras del Vérium, parecía desafiar las leyes de la vida y la muerte. Cada paso que daba dejaba el suelo marcado por un rastro de oscuridad. Los árboles se marchitaron y se desmoronaron en polvo a su toque, y el aire a su alrededor se volvió denso, impregnado de terror.
Su primera víctima fue una pequeña aldea, aislada en las colinas del reino. El pueblo, que había llevado una existencia pacífica bajo la opresión del régimen tiránico del nuevo rey, fue tomado por sorpresa cuando la sombría figura de Eldric apareció en el horizonte. Corrió hacia adelante, como un espectro empeñado en vengarse de todo y de todos. Los aldeanos, sin tiempo para escapar, fueron consumidos por el horror.
Eldric levantó una mano esquelética y las llamas negras de Vérium comenzaron a bailar en el aire. El fuego etéreo envolvió las casas en segundos, convirtiéndolas en montones de cenizas que se dispersaban con el viento. Los gritos de los habitantes resonaron en todo el pueblo, pero no hubo piedad. Los niños corrían a los brazos de sus padres, y las familias se reunían desesperadas, solo para ser tragadas por las llamas sin piedad.
Eldric lo observaba todo, frío e impasible. Ya no era capaz de sentir compasión o arrepentimiento. El recuerdo de Lira, de su mirada de agonía y de la traición que los mató, resonaba incesantemente en su mente. Cada grito, cada alma capturada y aprisionada en su esencia, no hacía más que reforzar su convicción de que el mundo no merecía la luz.
En el transcurso de la masacre, Eldric comenzó a sentir que su poder crecía. Las almas aterrorizadas fueron arrancadas de sus cuerpos y se fundieron con la oscuridad dentro de él. Podía escuchar los incesantes lamentos de estas almas en su mente, y cada una de ellas alimentaba su fuerza, fortaleciendo la conexión con el miasma y consolidando su forma esquelética. Era un círculo vicioso: cuanto más destruía, más fuerte se volvía, y cuanto más fuerte se volvía, más destrucción causaba.
Los pueblos cercanos comenzaron a escuchar rumores de un esqueleto infernal que arrasaba con todo a su paso. Las historias de terror se extendieron, y muchos abandonaron sus hogares con la esperanza de encontrar seguridad en las ciudades fortificadas. Pero a Eldric no le importó. La vida humana ya no significaba nada para él; Cada alma perdida era una ofrenda a su poder y un recordatorio de su implacable deseo de venganza.