A medida que Eldric continuaba su campaña de destrucción, dentro de la capital, las tensiones alcanzaron un punto crítico. Los concejales discutieron frenéticamente sobre las estrategias de defensa, y los nobles, que una vez habían vivido una vida de lujo y comodidad, comenzaron a enviar a sus familias a tierras más seguras, temiendo que la ciudad fuera el próximo objetivo del Espectro Oscuro. El miedo se había filtrado en el corazón de la ciudad como un veneno invisible, e incluso el más intrépido de los caballeros temblaba ante la idea de enfrentarse al monstruo que se acercaba.
El rey, bajo presión y sin saber qué hacer, ordenó movilizar más tropas y levantar barreras alrededor de la capital. Se reforzaron las torres de vigilancia, se colocaron arqueros en las murallas y se convocó a magos para tratar de descubrir cualquier debilidad en el oscuro poder de Eldric. Pero a pesar de todo este esfuerzo, la sensación de impotencia era abrumadora. Los informes de Eldric eran peores que cualquier cosa a la que los soldados o magos se hubieran enfrentado jamás.
Cada día surgían más rumores. Algunos decían que era inmortal, que incluso el más poderoso de los hechizos sería inútil contra él. Otros afirmaban que su cuerpo esquelético era invulnerable a las armas convencionales y que solo una fuerza divina podía detenerlo. La desesperación se mezclaba con la superstición, y la confianza en el rey disminuía rápidamente. Los soldados desertaron, los magos más débiles huyeron y los ciudadanos, en secreto, comenzaron a cuestionar el liderazgo del rey que parecía incapaz de proteger el reino.