El ambiente en la capital era pesado. Los rumores de una destrucción despiadada se habían extendido por todas partes, aterrorizando a soldados y nobles por igual. Las historias de un guerrero inmortal, envuelto en la oscuridad, devorando almas y reduciendo ciudades enteras a escombros, hacían que cualquier intento de resistencia fuera casi impensable. La ansiedad del rey, una figura que una vez mandó con autoridad suprema, era palpable, pero el orgullo y la vanidad no lo dejaban ceder.
En medio del creciente caos, Eldric, ahora un esqueleto animado por la venganza, ha planeado su infiltración. Vistió sus huesos con una imponente armadura negra como la noche, forjada con el poder y la oscuridad, que lo hacía indistinguible de los soldados reales. Esta armadura era una obra maestra de miedo y fuerza, con tallas de runas oscuras que pulsaban discretamente a cada paso, como si la oscuridad misma susurrara secretos mortales.
Para entrar en la capital sin despertar sospechas, Eldric tuvo que suprimir todo el poder maligno que emanaba de su cuerpo. Él canalizó esta energía en un solo punto: un falso "corazón" hecho de puro Vérium. Este artificio mantenía sus fuerzas contenidas, pero al mismo tiempo, lo hacía aún más poderoso, ya que toda la energía oscura estaba bajo su control absoluto, lista para ser liberada como un volcán de destrucción.
Caminando como un soldado normal entre los muros y pasillos del palacio, Eldric sintió miedo en el aire. Los soldados, aunque bien entrenados, estaban angustiados, lanzando miradas tensas a cualquier figura encapuchada o sombra que se moviera. La tensión era palpable, y el propio palacio, con sus altas torres y arcos de mármol, parecía intuir el presagio de algo terrible.
Eldric encontró su camino a la sala del trono. A cada paso, salían a la superficie los recuerdos de su antigua vida: las batallas, las sonrisas, la felicidad al lado de Lira. El dolor y el rencor seguían ardiendo, una llama implacable alimentada por la traición que había sufrido. Finalmente, entró en la gran sala, donde el rey, con extravagantes túnicas, estaba rodeado de sus consejeros y guardias de élite. El monarca tenía un aspecto diferente: el miedo había envejecido su rostro, sus ojos escudriñaban constantemente la habitación, buscando enemigos donde no debería haberlos.
Eldric se acercó lentamente, su presencia tenía un peso que no podía ser ignorado. Al llegar ante el trono, hizo una breve reverencia, una burla calculada, y luego levantó la cabeza.
—Su Majestad —comenzó Eldric, con voz ronca y resonante, un susurro que provenía de un abismo sin fin—. El rey se levantó de un salto, mirando a este extraño soldado con los ojos muy abiertos. Eldric entonces levantó las manos y se quitó el casco, revelando la macabra figura de su rostro esquelético, sus ojos ardiendo con el oscuro resplandor del Vérium.
—He vuelto —declaró Eldric, con una sonrisa cruel que no podía existir en carne y hueso, solo en hueso—. "¿Recuerdas lo que hiciste, el monstruo que creaste con tu codicia y traición? Hoy termina tu reinado, y todo el miedo que sembraste volverá para segarte".
El rey palideció, sus labios temblaban de terror, mientras Eldric, la encarnación viviente de su propia arrogancia y error, estaba de pie frente a él. La tan esperada reunión había llegado, y las sombras alrededor del salón del trono parecían inclinarse ante aquel que, por derecho, era ahora la verdadera fuerza de las tinieblas.
Eldric estaba a punto de desatar la furia acumulada por años de dolor, y la venganza sería tan despiadada como la oscuridad que lo sostenía.