El palacio estaba sumido en el caos tras la partida de Eldric. El sonido de sus pasos apenas había desaparecido, y los rumores y susurros aterrorizados ya se podían escuchar extendiéndose por los pasillos. La noticia de la invasión de Eldric se extendió por toda la capital, y los soldados, una vez leales y orgullosos, comenzaron a temblar de miedo. Las palabras de Eldric resonaron en sus mentes, y muchos ya se preguntaban si valía la pena morir por un rey tan deshonrado y aterrorizado.
El rey, ahora furioso y aún más temeroso, convocó a sus guardias de élite para suprimir cualquier signo de rebelión. "¡Mantengan a todos bajo control!", ordenó, con la voz casi quebrada bajo el peso del terror. "¡Cualquiera que se atreva a desobedecer será ejecutado sin piedad!" Pero incluso sus guerreros más fieles no podían ignorar la verdad: el reino se estaba desmoronando y el miedo de Eldric era mayor que cualquier amenaza del rey.
Las calles de la capital, que antes eran vibrantes y llenas de vida, ahora se han convertido en un campo de disturbios y violencia. Comenzaron a estallar revueltas en los barrios más pobres, y pequeños grupos de soldados desertaron, cansados de la tiranía de un rey que ya no podía protegerlos. Familias enteras comenzaron a huir, llevando sus posesiones a lugares que aún pensaban que eran seguros, aunque pocos creían que realmente estarían a salvo si Eldric decidía regresar.
El rey intensificó su respuesta, enviando patrullas para reprimir las rebeliones con una brutalidad sin precedentes. "¡Deben temernos más de lo que temen a ese monstruo!", gritaba el rey a sus comandantes. Pero esta estrategia solo empeoró la situación, alimentando aún más la ira y el deseo de libertad de la gente. La capital estaba al borde del colapso, y el trono del rey, que una vez había parecido inconmovible, temblaba bajo el peso de la destrucción inminente.