El desorden del reino alcanzó proporciones catastróficas. Eldric observaba desde lejos, oculto en las sombras, cómo su promesa se hacía realidad. El miedo y el caos que había sembrado eran su venganza viviente, un recordatorio constante de que el monstruo creado por la traición del rey siempre estaba al acecho, esperando el momento adecuado para dar el golpe final.
La oscuridad que rodeaba a Eldric susurraba en una oscura canción, alimentando su deseo de venganza. Capturó almas humanas en las aldeas que destruyó, volviéndose más poderoso y controlando cada vez más la oscuridad que residía en él. Su rencor contra la humanidad que lo había traicionado crecía día a día, y sentía que su venganza apenas comenzaba. Eldric era ahora la encarnación misma de la furia reprimida, una fuerza de destrucción que nadie parecía capaz de detener.
El rey, cada vez más desesperado, incrementó las ejecuciones, tratando de controlar el caos. Pero sus esfuerzos fueron en vano. El pueblo, al ver la corrupción y la tiranía en su forma más cruda, comenzó a rebelarse de maneras inesperadas. Los movimientos de resistencia surgieron por toda la ciudad, con civiles comunes armándose y luchando por el derecho a vivir sin miedo, para deshacerse de un rey que lo había sacrificado todo en su lucha contra un fantasma del pasado.
Eldric, ahora aún más fuerte y sediento de venganza, esperó el momento perfecto para destruir el corazón del reino. Sabía que la desesperación del rey era un espectáculo digno de ser apreciado y que pronto llegaría el momento de terminar de una vez por todas esa era de traición y miedo. La oscuridad era su aliada, y la ruina del reino se desarrollaba tal como lo había planeado. El final estaba cerca, y Eldric se preparaba para la ejecución final de su venganza.