La situación en el reino del traidor, ahora envuelto en terror y desesperación, ha llegado a un punto crítico. Las noticias de la destrucción y masacre de Eldric se extendieron como un reguero de pólvora, mientras que el miedo se apoderó de los corazones de los que aún quedaban. La sombra del "Monstruo Esqueleto" se cernía sobre todos, haciendo del reino un lugar insoportable para aquellos que deseaban vivir en paz.
Impulsados por la necesidad de sobrevivir, muchos civiles decidieron que quedarse era un riesgo que ya no podían correr. Con el corazón apesadumbrado pero con ardiente determinación, las madres y los padres se reunieron en sus hogares, buscando formas de escapar de la tiranía del rey. Algunos corrieron hacia los bosques circundantes, otros buscaron rutas desconocidas, siempre temerosos de ser vistos por los soldados leales al monarca.
Las caravanas comenzaron a formarse. Eran grupos de personas que se unieron en busca de un futuro mejor, un futuro alejado del terror y la traición. Cada grupo era un tapiz de historias entrelazadas: padres cargando a sus hijos en brazos, abuelos apoyados en bastones improvisados y jóvenes despidiéndose de sus países de origen con lágrimas en los ojos, cada lágrima representando un sueño roto. La escena fue tanto un testimonio del coraje humano como un lamento por la pérdida de un hogar.
A lo largo de los caminos, un murmullo de solidaridad comenzó a surgir entre los fugitivos. Los que se fueron ya no eran individuos aislados; Eran una comunidad unida por un destino común, y ese vínculo se fortalecía con cada paso. Eldric, escondido en las sombras del bosque, observaba este fenómeno con una mezcla de aprobación y amargura. Había prometido que perdonaría a los inocentes, pero la visión de las multitudes que huían también llevaba sus propias cicatrices, recordándole a Lyra y lo que habían perdido.